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Álex Prada: "La maquinaria no para de pedir y pedir y no estamos siendo capaces de pararla"

El escritor y médico conversa con LA RAZÓN sobre la similitudes de ambos oficios
Álex Prada: "La maquinaria no para de pedir y pedir y no estamos siendo capaces de pararla"
Álex Prada: "La maquinaria no para de pedir y pedir y no estamos siendo capaces de pararla"Imagen de archivoLR
La Razón

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Álex Prada (Sevilla, 1981) es médico y escritor. O escritor y médico. Quienes le conocen en el ámbito sanitario remarcan su cercanía y su actitud, animada y contagiosa. Sus lectores se zambullen en una conjunción de letras marcadas de un humanismo poco común en la literatura actual. Este humanismo tan necesario queda marcado en su última novela, La parte blanda de la montaña (Seix Barral, 2022), donde Prada enfrenta al lector con una naturaleza capaz de derrumbar al ser humano, siempre que el ser humano no la derrumbe a ella primero. Hoy hablamos con él sobre la medicina y la literatura, pero también sobre las prisas y el consumo que condicionan (y condicionarán más todavía) a las nuevas generaciones de escritores en nuestro país.
¿Qué podríamos decir que tienen en común la medicina y la literatura?
Las capacidades de asombro y de prestar atención a lo que nos rodea en cada momento. Cada acto médico debería estar compuesto por la anamnesis (es decir, la entrevista clínica al paciente), la exploración anatómica, las pruebas complementarias necesarias y las conclusiones diagnósticas y terapéuticas. Necesitamos oír y ver a nuestro paciente sin perder nuestra capacidad de asombrarnos, tratando de no caer en la inercia de lo repetido. Todo esto es esencial en la literatura: mirar y oír a nuestro alrededor, entender cuándo nuestro entorno nos está contando algo que tenemos que intentar definir. Ramón Gómez de la Serna decía que él escribía porque tenía dos ojos muy grandes. Además, la historia clínica como relato y el relato como historia clínica tienen mucho en común.
¿Te inspira la literatura en el oficio médico, y viceversa? Si es así, me encantaría conocer algún ejemplo.
El primer libro que publiqué se llamaba Bipedestación (y otros conceptos antropomorfos). Esa palabra, “bipedestación” la suelo usar mucho en las historias clínicas, ya que mi especialidad trabaja sobre todo con el aparato locomotor. El vocabulario que sale de la medicina (y de las ciencias en general) es un tesoro inagotable. Por otro lado, mi especialidad es muy de consulta, me siento delante de veinte personas distintas a diario que me cuentan sus vidas y todo eso me abre mil caminos literarios. Hay un personaje en mi novela Comida y basura que antes de morir le cuenta a otro personaje dónde hay un campo secreto donde coger las mejores setas. Esto no me pasó a mí directamente pero sí a un buen amigo médico con un paciente en su lecho de muerte.
Por otro lado, he oído decir alguna vez a Millás que prefiere tener un médico que haya leído a Balzac que a otro que no. No se me ocurre mejor entrenamiento en eso del “ser humano” que la literatura (y el cine, y el resto de artes) y si de algo tiene que saber un médico, es precisamente de eso, del ser humano.
Mientras la medicina avanza cada vez más, hay quien diría que la literatura global ha sufrido un proceso degenerativo a raíz de los bestseller y la oleada de famosos que escriben sus memorias con la colaboración de escritores de alquiler. ¿Opinas lo mismo?
La literatura, o en general cualquier arte, de “consumo” ha existido siempre, ya estaba presente en aquella guerra conceptual entre Cervantes y Lope. Yo creo que el principal problema hoy es la “incapacidad de atención” que nos invade. ¿Quién tiene hoy en día el “entrenamiento necesario” para sentarse a leer a Proust? Y la tendencia del mercado es a potenciar ese consumo rápido de “saltarnos las intros” de las series para consumir cuanto antes y cuanto más mejor, de calcular el tiempo de lectura de un artículo de prensa (esto es abominable pero igualmente real). Soy consciente, por ejemplo, de que mi literatura trabaja a contra corriente de todo esto y a veces trato de “no odiar demasiado” a todos esos autores que hagan lo que hagan venden por pura inercia. Yo también quiero vender y que me lean y que “me consuman” pero no soy capaz de hacer las cosas de otro modo. Y lo de los famosos… Estamos muy desorientados en eso de buscar referentes. Hoy en día los que realmente construyen (ya sean poetas o científicos) no tienen absolutamente nada que hacer contra el tenista o el futbolista o el influencer que marca el “modelo a seguir”.
Sevillano de nacimiento, procedes de una tierra que ha dado al mundo excelentes escritores. ¿Cuál recomendarías a quien quiera iniciarse en la literatura andaluza?
Para mí nace todo en Juan Ramón Jiménez. Luego me asaltaron Aleixandre, Cernuda y Lorca (y a quién no), este último para colmo multiplicado por el fino análisis que le hace mi admirado Francisco Umbral en Lorca, poeta maldito. De ahí se puede pasar joyas actuales a otro nivel como por ejemplo la novela Canijo de Fernando Mansilla, sevillanía pura y dura a la que no le sobra ni le falta nada. Aunque lo mismo uno se pone un “youtube” de Fernanda y Bernarda de Utrera o de Camarón y con eso se hace poeta en un segundo.
Tus primeras publicaciones se inclinaban hacia la poesía, siendo Diálogo con perros y ángeles tu primera obra publicada en prosa. ¿A qué se debió este cambio en tus letras?
Muy sencillo, a sentir diferentes necesidades y tratar de darles su mejor canal de expresión. Me vi asaltado por una historia muy concreta y esa historia necesitaba la lírica (jamás podré desapegarme de ella, ni como lector ni como autor) pero vehiculizada en un proyecto más amplio. Y ahí empecé a trabajar en mi primera novela, Comida y basura. Fue un proceso muy potente, lo disfruté muchísimo, armar la estructura, seguir cada plano, cada avance, cada peripecia, mantener el pulso poético pero dentro de una respiración más de prosa.
En esta obra escribes sobre Fray Luis de León, que fue condenado a la cárcel por la Inquisición tras haber traducido al castellano el Cantar de los Cantares y por defender el texto hebreo de la Biblia frente a las versiones latinas. Como escritor y como médico, ¿consideras tus profesiones sujetas a algún tipo de censura o de encauzamiento ideológico?
La censura y el encauzamiento de la prisa, el consumismo, el capitalismo y el abandono de las humanidades. Suena manido pero es que lo veo a diario. Lo hemos tenido delante en la crisis de la atención primaria en Madrid. En ambos ámbitos, en la literatura y en la medicina, observo a mi alrededor mucho “profesional” que no es consciente de a lo que se dedica, la suerte y a la vez la responsabilidad que es ser médico o ser escritor. La atención al paciente o al lector deja muchas veces mucho que desear por culpa de un sistema (y unos gestores perversos) que prima la cantidad y no la calidad.
¿La comida basura deriva en una sociedad basura? ¿O será al revés?
Buena pregunta. Es un círculo vicioso peligroso. El argumento de “es que le damos al espectador/consumidor lo que quiere” es muy perverso. La precariedad en todos sus ámbitos, económico, laboral, cultural, está perfectamente diseñada desde arriba desde tiempos inmemoriales y la raíz está muy profunda, pero sería posible llegar a ella y tratar de cambiarla. Al menos aliviarla.
Tu última novela, La parte blanda de la montaña, toca un tema tan delicado hoy como es la extinción de las especies. ¿Hasta qué punto consideras al hombre responsable del cuidado de la naturaleza y en qué punto escapa a nuestras manos?
La naturaleza, lo sabemos todos, avanza gracias a su propio ciclo de creación y destrucción. Mi buen amigo Darío Adanti ha publicado hace poco un nuevo libro titulado “El meteorito somos nosotros” y creo que mejor no se puede decir. Los meteoritos y los terremotos y los volcanes y los virus mortíferos existen, los hemos visto recientemente, nosotros que nos creíamos inexpugnables ya en el siglo XXI. Pero la velocidad que estamos introduciendo los humanos en dicho proceso natural es muy preocupante. Y la maquinaria no para de pedir y pedir y de momento no estamos siendo capaces de pararla.
Si el lector acude en ocasiones a los libros como un paciente en busca de ayuda, ¿qué recetarías a los lectores que quieran hacer de nuestro mundo uno mejor?
Últimamente he “recetado” mucho (e incluso reseñado en alguna revista) un libro que creo que equilibra muy bien la esperanza en un mundo mejor con el rigor y sin caer además en cursiladas o concesiones baratas. Es Dignos de ser humanos de Rutger Bregman, publicado en Anagrama. En más de un momento mientras lo leía me entraron ganas de gritar “¡pero por qué no nos ponemos ya a hacerlo mejor!”
¿Qué es lo que más echas en falta en este momento?
El tiempo. El tiempo para dejarlo correr, para la pereza, para juntarme con más pausa con la gente que quiero. El tiempo para deshacer el tiempo.

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