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Alicia de Larrocha, una española entre los grandes pianistas del siglo XX

Su carrera artística despegó en España y se consolidó en EE UU, cuando tocó con la Filarmónica de Los Ángeles. Desde entonces, fue bienvenida en los mejores teatros del mundo
Fotografia de archivo tomada el 13 de septiembre de 1996 de la pianista Alicia de Larrocha
Fotografía de la pianista Alicia de Larrocha actuando el 13 de septiembre de 1996EFE
La Razón
  • Isabel Cendoya Díaz

    Isabel Cendoya Díaz

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Alicia de Larrocha, oriunda de Barcelona y nacida el 25 de mayo de 1923 en el seno de una familia de melómanos, podría considerarse uno de esos casos denominados «niños prodigio», pues es sorprendente que ya desde su infancia fue considerada como una gran pianista: a los tres años comenzó a tocar el que sería el instrumento favorito y su medio de vida, el piano. Poco después, Larrocha fue admitida en una academia, la de Frank Marshall, alumno del compositor Granados (como lo eran su madre y su tía) en la cual continuaba la labor de su maestro. Tan pronto como que en 1929 celebró el que sería el primer recital serio de su vida, llegando a tocar aquel mismo año en la Exposición Universal de Barcelona y, meses después, en el renombrado Palacio de la Música Catalana, donde obtuvo un merecido largo aplauso del público, impresionado con la virtuosa niña que les había interpretado piezas de Beethoven, Schumann y su cercano Granados.
En la década de los treinta, debido a los turbulentos acontecimientos, Larrocha tuvo difícil continuar su carrera artística. Sin embargo, en la medida de lo posible, procuró seguir adelante. Así, logró dar tres importantes conciertos: en 1934, debutando como acompañante de orquesta (en este caso de la Banda Municipal de Barcelona) bajo la dirección de Joan Lamote de Grignon y con una pieza de Mozart (cada vez iba perfeccionando y ampliando su repertorio de compositores); en 1939, con una actuación en el Gran Teatro del Liceo y en 1941 dentro del mismo coliseo donde interpretó las «Noches en los jardines de España» de Falla.
En los años cuarenta, la situación de Alicia mejoraría considerablemente pues por medio del apoyo del pianista Arthur Rubinstein se producirá su lanzamiento internacional. No obstante, será en 1954 cuando su fama se consolide definitivamente, gracias a su primer concierto en Estados Unidos con la importantísima Orquesta Filarmónica de Los Ángeles a propuesta de su recién nombrado director, Alfred Wallenstein. Desde entonces, fue recibida en las salas de conciertos de Chicago, Nueva York, Boston y Los Ángeles, llegando incluso a actuar en el Carnegie Hall de Nueva York, donde fue aclamada tanto por el público como por la crítica. Desde su debut estadounidense, Larrocha pudo dar giras por el resto del mundo. A finales de los años sesenta sufrió un gran susto al atrapársele un dedo en una puerta. Esta parte de su cuerpo tan indispensable para su carrera y, por lo tanto, para su vida no fue bien auspiciado por los médicos, que dudaron de que pudiera salvaarse. Sin embargo, un médico barcelonés se atrevió a operarla y después de un año por fin pudo volver a utilizarlo.
En los setenta, destacaron sobre todo sus giras por Austrialia, donde visitó varias ciudades entre las que se incluyen Melbourne, Brisbane o Sydney; y, de nuevo, por Estados Unidos, en este caso junto a la Orquesta de Pittsburg –que por aquel entonces dirigía André Previn– con la que interpretó los cinco conciertos para piano y orquesta de Beethoven. Incluso en 1979 llegó a ofrecer catorce conciertos en Israel. Sin embargo, lo que hace destacar a Larrocha es su profunda dedicación a la música española romántica: compositores como Granados, Falla, Albéniz (Iberia o Navarra), Turina, Mompou o Montsalvatge lograron dar la vuelta al mundo gracias al patrocinio e interpretaciones de una de las mejores pianistas del siglo XX. Así, la música española se estableció entre los repertorios más aclamados por el público internacional.
Al cumplir los ochenta años, Larrocha decidió apartarse de la actividad concertística y centrarse en la docencia, ofreciendo así clases magistrales y cursos internacionales, fue nombrada además directora de la Academia Marshall de Barcelona, en donde ella misma había comenzado sus estudios. Seis años después fallecerá en esta misma ciudad, aclamada como intérprete enorme del siglo XX en todo el mundo.
Debido a su gran habilidad y fineza, de la que hoy día se puede disfrutar gracias a numerosas grabaciones, fue distinguida con gran cantidad de premios, distinciones y condecoraciones a lo largo de su vida: miembro de las mejores academias de artistas del mundo y de la Orden de Isabel la Católica, obtuvo el Premio Liszt de Budapest y muchos otros tantos en España como en el extranjero, destacando entre ellos el premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1994 y el Premio UNESCO en 1995. Tal día como ayer fue su centenario.

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