Historia

Chicago

Alvite: «Aprendí literatura en los epitafios»

Sin reservas y a su manera. Por su mente pasaron Lucky Luciano, Gable y Audrey Hepburn, la mujer «cuya piel era ropa» en forma de entrevistas imaginarias, ahora reunidas en «charlas de nunca»

Alvite: «Aprendí literatura en los epitafios»
Alvite: «Aprendí literatura en los epitafios»larazon

Sin reservas y a su manera. Por su mente pasaron Lucky Luciano, Gable y Audrey Hepburn, la mujer «cuya piel era ropa» en forma de entrevistas imaginarias, ahora reunidas en «charlas de nunca»

Más que sustantivos, emplea remordimientos. José Luis Alvite no escribe con palabras, sino con fragmentos de la conciencia. Sus adjetivos poseen la insólita cualidad de quedar prendidos de la mirada más que del intelecto. Poseen la bella fotogenia de un combate de Cassius Clay y tienen el efecto adverso de golpear en la mandíbula con la misma fuerza que la pala hidraúlica de un buldócer. El periodismo de entonces le permitió sacar punta a su talento y él quebró la rutina del articulismo con una columna insólita que convirtió en noticia a unos personajes de ficción. Una tribu inexistente de púgiles, reporteros, «barmen», gánsteres y marilyns que poseían más telegenia que los presentadores de un telediario. Al lado de estos tipos, la realidad parecía el capítulo bien intencionado de una novela de Julio Verne.

En este mundo, tan obsesionado por la profilaxis, él redescubrió los gérmenes que aguardan en el espejo del cuarto de baño. Y, a través de sus historias, comprendimos aspectos incómodos de nuestra inmediata cotidianeidad que habíamos olvidado, como el efecto devastador del tiempo en el rostro o que las manos de un político pueden estar más sucias que el inodoro de una gasolinera. En un tiempo de ocio, decidió entrevistar a aquellas almas que le había arrebatado el tiempo de una manera injusta y se lanzó a unas largas conversaciones con Winston Churchill, Sinatra, Valle-Inclán, Lucky Luciano, Clark Gable, Billie Holliday, Cole Porter, Hitler o Audrey Hepburn, esa mujer cuya «piel era ropa». Las publicó en el desaparecido «Diario 16», cuando el periodismo aún se escribía de madrugada y los artículos se imprimían con la ceniza de los cigarrillos. «Los comencé porque estaba aburrido, ocioso», comenta.

Su voz cansada arrastra una melodía de John Coltrane. «La verdad, prosigue, es que era un momento de entusiasmo. No seguí ninguna técnica, tenía bastante tiempo libre para rellenarlo y hablar con ellos sin ninguna clase de reserva». Y lo hizo.

–¿Con qué personaje de todos le gustó reencontrarse?

-Generalmente me gusta más la gente que proviene del cine, como Humphrey Bogart o Rita Hayworth. También me agradó conversar con Jesucristo. Con los políticos, no. Siempre hacen la misma película y ya no merece la pena pasar por taquilla para pagar.

–Tengo la impresión de que al hablar con Alfred Hitchcock, Greta Garbo o JFK también se interpelaba a usted.

–Efectivamente, hay personajes con los que me siento bastante identificado. Representaron mucho en la vida de todos nosotros. JFK para mí es entrañable. Yo veo un Kennedy vacacional, con un jersey de pico, jugando al tenis; el Kennedy faldero, mujeriego, en aquella época no se hablaba de él. Eso se comentó mucho después, pero tampoco le afeo esa conducta... La mayoría de estos personajes ya habían muerto, menos Billy Wilder. Pero no se crea, los personajes vivos también me interesan. Siempre he admirado a los Papas, que conservan en vida el prestigio de los cadáveres, de los hombres muertos.

–¿La vida es tan híspida como relata?

–La vida no es nunca fácil. A mí me detectaron un cáncer de colón y de pulmón por un dolor de brazo. Nada es lo que parece. Lo que te encuentran dentro no tiene nada que ver con lo que ven por fuera.

–¿Dónde aprendió más literatura, en la biblioteca o en el cine?

–Yo aprendí literatura en los epitafios, en las puertas de los retretes del bar. Leí poco, aunque más de lo normal, pero no tanto como debería. Pero he vivido, que es una manera diferente de leer. Es probable que ahora el cáncer me haya cambiado la manera de mirar todo lo que me rodea y, por tanto, también de escribir.

–¿Piensa que el periodismo está muriendo?

–Creo que sí, que está escribiendo su propia necrológica. No se puede culpar sólo a la crisis económica del final de la Prensa. La propia prensa es la que está terminando con los periódicos al dejar de cumplir con su principal cometido. Ahora sólo es un espectáculo. ¿Si desapareció el circo, por qué no van a desaparecer los diarios? Eso sucede por no valorar a los periodistas, por considerarlos como la forma de un engranaje. No se le da valor profesional, humano ni económico. Existe gente con vocación, que escribe muy bien, pero hay muy poca valoración por su trabajo, muy poco respeto por él.

–¿Nuestra conciencia del Primer Mundo necesita un Papa pobre como Francisco?

–Con urgencia. Ha venido como llovido del cielo. Creo que Francisco es un Papa excepcional, y que va a dejar una huella imborrable. Le va a dar a la Iglesia el lugar de humildad que ha perdido con esa curia tan manida que siempre es Toma. Tengo gran esperanza en este Papa. Y no soy creyente, pero sí puedo tener fe en Francisco.

–Sólo hay dos razas: los ricos y los pobres. Se lo confesó Louis Amstrong en una de estas entrevistas.

–Y es la verdad. Resultó una frase premonitoria. El gran Sachtmo también le dijo: «Si eres sincero, con tu trabajo no sales de la cloaca». Hoy a lo único lo que puede aspirar un trabajador en nuestro país es a cambiar de cloaca. Es lamentable. Hoy habría mucha gente que entendería los orígenes de Louis Amstrong. España se ha convertido en una terrible cloaca.

–Jesucristo le confesó que existe un cansancio emocional en el hombre contemporáneo que le empuja hacia el confort.

–Ahora, nos molesta incluso el cansancio del deporte. Somos espectadores del sudor. No soportamos la contrariedad, el esfuerzo. Sólo nos gusta la vida cómoda. Pero de esta manera el hombre pierde el desafío de prosperar y se convierte en un hombre rutinario, casi ofimático.

Hoy para ser diputado tienes que ser tertuliano en la televisión.

–Es cierto y es lamentable. Con eso se ha desa-creditado la política y la televisión.

–¿Dentro de poco, los científicos tendrán que probar las vacunas en «prime time»?

–(Risas) Sí, no lo descarto. Desde luego ocurrirá. Llegará ese día, gente que hará lo que sea para ocupar ese «prime time».

¿En la política, las ideas se han sustituido por sonrisas...?

–Ahora todo es publicidad, también los discursos. El mensaje que contienen es tan poco profundo... En la actualidad todo es cosmético, luminoso, pero debajo del polvo no hay nada... más que polvo.

–¿Por eso el programa electoral de los partidos políticos nos suena como si los redactara un tahúr?

–Efectivamente, los programas electorales no son más que un farol.

–En España hay más chiringuitos en los corredores de la política que saxofonistas en Chicago.

–Por descontado. Hay un exceso de chiringuitos, que antes eran una institución playera y ahora son una institución pública que permanece abierta todo el año. Es increíble que existan las puertas giratorias, la facilidad con la que el dinero sale del país. Había gente en la que tenías fe, como Jordi Pujol, y resulta que escondía varios millones en Andorra. Con Pujol y compañía se cae el pasado, se desmorona la España de la Transición. Pienso en la gente que había peleado contra el régimen, y ahora ves que estas personas no eran tan pulcras ni tan honradas. Casi prefiero que no se continúe indagando, porque no va a quedar pulcra ni la limpieza.

–Comenta que un inglés es un tipo que no mastica la comida, la pronuncia. ¿Y un español?

–Es un tipo reflexivo, interesante, pero con poca memoria. Y muy paciente. Lo de Pujol lo ha encajado en el telediario como una noticia del montón, quizá porque la porquería se ha convertido en parte de la actualidad.

–España, ¿un país de corruptos?

–Es muy corrupta y muy dejada. Corrupción la hubo siempre. Pero como ahora nunca. Fíjese, creo que ni en el franquismo hubo este nepotismo, esta corrupción, y esto que digo es lamentable. Pero lo que ocurre aquí es que es muy lamentable.