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Ana Barriga Oliva: "Seguro que el sentimiento de culpa está en mi obra"

Su estilo, personalísimo e irónico, la ha convertido en una artista muy cotizada
Ana Barriga
Ana BarrigaAlberto R Roldán
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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Su obra tiene una apariencia naíf, juguetona, infantil, incluso, pero encierra los grandes temas: la religión, la sexualidad, la muerte. «Es una manera de quitarle seriedad a temas tan solemnes», explica, «porque si le quitas el sarcasmo, la ironía, el reírte de ti mismo, acabas amargao». La gravedad, pues, con una sonrisa. Llámenlo talento.
¿Llegó a la pintura por vocación y convicción o le arrastró a ella la corriente de la vida?
La gente se ríe cuando digo que tenía más probabilidades de dedicarme a la prostitución o a vender drogas que al arte, pero es verdad. Por el entorno. Y no por el de mi familia, que es humilde y trabajadora pero maravillosa y con una creatividad enorme, y si no fuera por ella no sería nada de lo que soy, pero carecía de lo necesario para fomentar el que te pudieras dedicar a esto. Quise ser mecánica; hice un año de bachillerato tecnológico en un colegio de curas en el que la única tía era yo, y fue un completo fracaso. Lo intenté luego por el bachillerato de letras y también fue un fracaso. Entonces, decidí quitarme de estudiar y encontré un trabajo poniendo desayunos en un bar de Jerez. Fue el encargado el que me decía que tenía que estudiar arte, y yo pensaba que estaba loco. Un día llegó y me anunció que me había inscrito para hacer un examen para un módulo de ebanistería. Lo aprobé y eso me cambió la vida.
Un ángel. ¿Mantiene contacto con él?
Pues mira, a veces creo que me lo he inventado porque no lo he vuelto a ver. Me planteo si fue un amigo imaginario. Porque Jerez tampoco es Nueva York.
¿Pinta sueños, obsesiones o es su biografía la que se impone?
Qué guapo. Pues yo creo que las tres. Quizá la obsesión es la que predomina, real o inventada. Al fin y al cabo, las fronteras entre las obsesiones, los sueños y lo autobiográfico se difuminan en el día a día, en el taller.
¿Esconde su obra elementos de la España racial: la sangre, el toro, el matador, el sentimiento de culpa…?
El sentimiento de culpa está seguro, porque la educación cristiana es como «coño, me lo estoy pasando de puta madre, qué mal». Eso del remordimiento. Pero en mis obras no lo trato exclusivamente desde ahí, sino desde la dualidad que genera aquello que nos aporta placer y remordimiento a partes iguales (pero bueno, aquí hemos venido a disfrutar). Toda esa parte, cuando vienes de una educación católica de ir todos los domingos a misa, está. A muerte.
¿Cuánto importa la belleza en sus obras?
A veces pinto algo tan feo que me digo hostia, qué guapo, qué puta maravilla el bicho este. Y hay otras que sólo por el modo en que pones la pintura y cómo estás ese día, dices guau, es precioso. Es complicado definir la belleza… Pero sí, me muevo por lo que comen mis ojos.
En sus exposiciones se vende todo en horas. ¿Cómo se embrida la vanidad?
Volviendo al estudio. Mis exposiciones se venden con un trabajo muy fuerte por parte del galerista. Benditos sean los locos que han creído y siguen creyendo en mí. Yo lo que trato es de mejorar en cada trabajo.
¿Hay alguna obra de arte universal que le emocione por encima del resto?
Muchas. Y hay una quizá no tan universal, pero para mí sí lo es en el sentido de que no atiende a lenguajes ni a culturas: «Gran cabeza», de Luis Gordillo. Me fascina.
A propósito de la emoción, ¿es un termómetro cuando va a una exposición? ¿Si la piel se pone de gallina es que es bueno?
No soy quién para juzgar qué es bueno o no, pero sí tengo claro lo que me pincha el cerebro y lo que no. Y ahí ya valoro si te comes lo que te pongan en el plato o lo dejas para la cena.
Una andaluza afincada en Londres. ¿Con qué sustituye el sol, la luz, la cercanía?
(Ríe) Hago lo que puedo. Te iba a decir una burrada: pues con sexo salvaje, porque si no esto no se aguanta. Pero tampoco.
Eso es lo que le gustaría, vamos.
Claro. A ver. Londres tiene unas cosas maravillosas y otras no tanto. Le faltan la luz y el sol de mi tierra y que la familia y muchos amigos quedan lejos. Pero a pesar de su gris, está en continua ebullición y eso engancha.
Ha pasado por las grandes ferias internacionales, ¿nuestro ARCO está a la altura?
Totalmente. Y las galerías españolas también. Quizá lo que haga falta es confianza. Asumir que no somos los más guapos del baile, pero que tenemos nuestro público.
«Todo era verdad bajo los árboles, / todo era verdad» (Antonio Gamoneda). ¿Dónde ha sentido una revelación semejante?
Qué guapo. Todo era verdad… Es que yo creo que todo es mentira, que vivo en un simulacro continuo, aunque es una mentira maravillosa. Y cuando entro en el estudio se genera algo especial.