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Argelia, la herida abierta de Francia

El avance de los movimientos nacionalistas del norte de África a mediados del XX obligó a Francia a buscar soluciones que satisficieran las demandas independentistas con el menor daño para la metrópoli. Con esto y con la pérdida de su posicionamiento en el sureste asiático, el país galo llegó al final de su época colonialista
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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • David Solar

    David Solar

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«Argelia es Francia; desde Flandes al Congo sólo existe una nación y un solo Parlamento. Así lo quiere la Constitución y así lo queremos nosotros. La única negociación es la guerra». El primer ministro de la IV República francesa, Pierre Mèndes-France, se dirigía el 12 de noviembre de 1954 a la Asamblea Nacional, abordando la trágica situación que afrontaba su imperio colonial. Seis meses antes, en Indochina, Francia había perdido la batalla de Dien-Bien-Phu y aún negociaba en Ginebra el adiós francés al sureste asiático. Y aún más preocupante: en el norte de África, desde Túnez a Marruecos, avanzaban arrolladoramente los movimientos nacionalistas, obligándola a negociar sus independencias. Para colmo, en sus colonias africanas también bullían los anhelos independentistas y la IV República se agotaba buscando soluciones que satisficieran las demandas con el mínimo daño para la metrópoli.
Argelia era Francia desde que, en 1830, envió allí a un ejército, impuso su fuerza y estableció un gobierno que amalgamó un conglomerado de tierras más o menos dependientes del dey otomano de Argel, a las que unió otras rectificando por Oriente y Occidente los límites a costa de Marruecos y Túnez y extendiéndose hacia el sur, donde la única frontera eran las arenas del Sáhara. Francia no pensaba en Argelia como una colonia más, sino como su propia prolongación territorial, por ello la mimó y amplió hasta reunir una extensión de 2.381.741 km2. Y, de acuerdo con esa política, en 1848 la declaró «territorio francés».

A sangre y fuego

Aquella empresa se hizo a costa de la sangre de los nativos. La resistencia fue, a veces, de índole tribal y primaria, pero la más relevante surgió entre los bereberes contra el estrecho control francés que contrastaba con el gobierno indirecto de la Sublime Puerta. Y, conforme fue avanzando el siglo, algunas de las revueltas revistieron cierto nacionalismo que defendía sus instituciones tradicionales, su cultura y las aspiraciones políticas aplastadas por la metrópoli.
En muchos momentos Francia dispuso en el territorio de más de 150.000 soldados que sofocaron la resistencia en las zonas costeras, las más pobladas, olvidándose de las levantiscas tribus del desierto. París dio por pacificado el territorio a comienzos de los años ochenta. Aunque los datos no sean muy fiables, por entonces la población nativa no superaba los cuatro millones, suponiéndose que en medio siglo de lucha había perecido una cuarta parte de ella.
El coronel De Montagnac escribía: «Todos los poblados que no acepten nuestras condiciones deben ser arrasados. Hay que llevárselo todo, saquearlo todo, sin distinción de edad ni de sexo; que la hierba no vuelva a crecer por donde el Ejército francés haya pasado. (...) He aquí, cómo hay que guerrear con los árabes: matar a todos los hombres hasta la edad de quince años, tomar a todas las mujeres y niños (...) embarcarlos y enviarlos a las islas Marquesas o a otro sitio. En una palabra, aniquilar todo cuando no se arrastre a nuestros pies como perros».
A finales del siglo XIX, había allí cerca de un millón de colonos, en gran parte afincados en las mejores tierras, confiscadas o adquiridas a precios irrisorios. Funcionaban la administración, las escuelas, los centros médicos, el comercio y una pequeña industria de transformación agraria y pesquera. El territorio logró un notable desarrollo económico, político y social, que afectaba a la sociedad europea, a sus descendientes y a una minoría autóctona.
Pero la gran mayoría de los nativos, aproximadamente un 80% de la población a comienzos del siglo XX, sufrió un proceso de asimilación que no supuso igualación social ni política con los franceses, sino una fuerte aculturación, unida a la miseria generalizada y a los sueldos de hambre para los obreros del campo cuya única fuente de trabajo era la que les proporcionaban los colonos. Legalmente, eran súbditos franceses, pero para poder convertirse en ciudadanos franceses con plenos derechos tenían que renunciar a la «sharía» –ley islámica–, y fue visto como apostasía, lo cual hizo que muchos rechazaran la opción. Y sería el islam, por medio de sus instituciones sociales, el que encabezó la resistencia ante la asimilación y trazó la vía hacia el nacionalismo.
Muy lentamente, siempre bajo el acoso de la pobreza y de injusta situación impuesta, primero germinó la semilla del autonomismo y, luego, la de la independencia, reivindicación que se inició en 1933. En vano. Los independentistas esperaron más éxito con la subida al poder en París del Frente Popular (1935/36), pero el resultado fue el mismo, lo que les condujo a la ruptura con la izquierda.
Los soldados argelinos combatieron por la metrópoli en 1940 y, vencida Francia, muchos lucharon al lado de De Gaulle hasta la victoria, que los argelinos celebraron el 8 de mayo de 1945 con manifestaciones multitudinarias en toda Argelia. Los manifestantes primero vitorearon el triunfo, después pidieron la independencia y, al final, tuvieron que correr para salvar la vida: la represión causó 45.000 muertos. Aquello constituyó una declaración de guerra que el Front de Liberation National (FLN) aceptó silenciosamente mientras acopiaba medios para la lucha. Nueve años tardaría en disponer de ellos y de acumular más voluntades y Francia le ayudó con una política económica cicatera, que esquilmó a los pobres.

Construir una nación

El momento para iniciar la insurrección general fue el lunes primero de noviembre de 1954. Aquel día, el FLN colocó cerca de un millar de bombas en calles, oficinas gubernamentales y edificios industriales de unas setenta poblaciones ocasionando 16 muertos. Era la guerra. Un año después había en Argelia más de 150.000 soldados y cuatro años después, medio millón, con unos 200.000 harkis, soldados nativos. Francia volcó todo su poder militar en Argelia, pero no logró imponerse pese a la brutal guerra que desplegó.
Mientras el FLN sostenía la lucha con atentados terroristas y guerrillas, debía ocuparse en la construcción de Argelia. ¿Era Argelia una nación? Étnicamente había varias Argelias; por idioma, usos, leyes y costumbres Argelia parecía la prolongación meridional de Francia; su economía, industria y agricultura estaban vinculadas a las de Francia y un millón de sus habitantes (10% del total) eran europeos. Por eso el FLN se esforzó en edificar una Argelia por la que los argelinos estuvieran dispuestos a morir; una patria con tres conceptos: un solo país, una sola religión –el islam– y una lengua –el árabe–.
En 1958, la metrópoli estaba económica y políticamente agotada y Argelia iba por libre, en manos de los militares jaleados por la minoría europea –«los pieds-noirs»–. La IV República llamó, como último recurso, al general Charles de Gaulle para que asumiera el Gobierno. Éste no vio solución política ni militar al problema de la Argelia francesa, de modo, que condujo el proceso hasta un referéndum (1961) que por el 75% de los sufragios metropolitanos y el 69% de los argelinos dio lugar a una administración autónoma.
Ante el avance independentista, los colonos, con apoyo de militares y policías, organizaron el 24 de enero de 1960 la «insurrección de las barricadas», que puso bajo su control durante una semana la ciudad de Argel, pero De Gaulle no se plegó a las presiones golpistas: dominó militarmente la situación y continuó con la idea de abandonar Argelia. En la primavera de 1961 se alcanzó el Acuerdo de Evian, que incluía las condiciones del reconocimiento francés de la independencia, que finalmente se produjo el 3 de julio de 1962.
Pero antes, de enero a junio, se produjo una oleada terrorista desplegada por la OAS, una organización de civiles y militares contrarios al abandono del territorio, que fue apoyada por grupos de paramilitares y replicada por el FLN. En apenas seis meses hubo más de tres mil atentados con cinco mil víctimas mortales. Tras la independencia, la OAS desapareció de Argelia, pero causó serios problemas en Francia, llegando a atentar contra el presidente De Gaulle.

Las otras guerras francesas

Francia ha sido uno de los países más implicados en todo tipo de conflictos tras la Segunda Guerra Mundial. Aparte de Indochina y Argelia, ha participado en solitario o en diferentes coaliciones en unos 40 conflictos, la mayoría de ellos obligada por los acuerdos establecidos con sus antigua colonias, llevándose la palma sus intervenciones en Tchad (7), en la República Centroafricana (4) en Zaire, Ruanda, Yibuti, y Costa de Marfil (3 en cada uno de ellos), Gabón, Comoras y Somalia (2) y una en Túnez, Mauritania, Togo, Camerún, Congo Brazzaville, República Democrática del Congo, Libia y Mali, además de en la coalición internacional de la Guerra del Golfo (1990/91), y actualmente en Siria.

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