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Sucesos

Un hombre la emprende a martillazos contra la estatua de la puerta de la BBC

Un hombre la emprende a golpes contra la la escultura de Eric Gill, cuyos diarios publicados póstumamente revelaron que había abusado sexualmente de sus hijas y de su perro

A man, after climbing a ladder, stands next to the statue of Prospero and Ariel from Shakespeare's play The Tempest by the sculptor Eric Gill outside the BBC's Broadcasting House in central London, Wednesday Jan. 12, 2022. British police have cordoned off an area outside the BBC in central London after a man was spotted scaling the building and using a hammer to attack a statue by controversial sculptor Eric Gill. Ian WestAP

Armado con un martillo, un señor la ha emprendido a golpes con la estatua que corona la entrada de la sede de la BBC Broadcasting House en Londres. El muy razonable y dialogante caballero esta vez no la tomaba con la obra por representar a un personaje en concreto, como viene siendo habitual en protestas por injusticias raciales ocurridas hace siglos y perpetradas por personas ya muertas hacia personas ya fallecidas. Esta vez la protesta era hacia el artista, Eric Gill, también muerto y cuyos diarios publicados póstumamente revelaron que había abusado sexualmente de sus hijas y, atentos a esto, también de su perro.

A mí, que con el viejo debate sobre la separación entre obra y artista me pasa ya como con las visitas (que, si se alargan, apestan), lo que destacaría de esto es el vandalismo y la incongruencia. Y no sé bien cuál de las dos cosas me indigna más. Destrozar una escultura de un artista relevante del pasado siglo dañando la fachada de un edificio singular y catalogado me parece inaceptable. Me da igual que se haga en nombre de la más justa de las causas. Pero es que, además, por un elemental sentido de la lógica, por coherencia nomás, no se debería protestar contra un delito cometido hace décadas cometiendo otro delito ahora mismo. No deberíamos, si aspiramos a estar más próximos a la justicia que al escarnio, ser tan laxos en lo referente a la moralidad de nuestros actos y tan severos con los demás: Mal matar, mal robar, mal violar hijas, mal violar perros, mal destrozar obras de arte.

Si se trata de señalar que Gill tenía sus sombras, denunciar que lo que hizo es despreciable, apuesto por la pedagogía. Que se informe, a quien interese de aquello que hizo. A mí, que la vida privada de una persona muerta no me interesa, y que ni sabía que tenía hijas, ni perro que le ladrase, ni falta que me hacía, me seguirá dando igual. Bien como apunte biográfico adicional, hasta ahí mi juicio. La vida del artista no me interesa porque yo no me voy a relacionar con él, sino con su obra. Si sus actos se enmarcan fuera de la ley, como cualquier hijo de vecino, que sea esta la que les juzgue. Y que paguen de la misma manera que cualquier otro ciudadano. No son diferentes las reglas que deberían regir sus vidas. Incluso aceptando que abusar de sus hijas (y de su perro) es una aberración y que quien lo hace es un miserable, no hay duda alguna sobre eso, no sería la crítica a sus actos íntimos extensible a la calidad de su obra. Exigirles una especial bonhomía, una intachable y ejemplar moral en todos y cada uno de sus actos íntimos a aquellos dotados de un especial talento, sería casi como penalizarles por ello. Y privarnos a todos nosotros de las obras de artistas dotados y brillantes de dudosa reputación y actos abyectos a sus espaldas, es inútil como acto de reparación.

Y, por cierto, Eric Gill fue también el creador de las tipografías Perpetua y Gill Sans. Cuando este señor acabe con los martillazos debería empezar a boicotear procesadores de textos y destruir documentos. Qué duro es ser eficaz como activista comprometido en estos tiempos, pardiez.

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