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Cuando Goya encontró a los Osuna

El retrato del «IX duque de Osuna», cedido por tres meses por la Frick Collection de Nueva York, y ubicado junto a otras obras cortesanas de Goya, arroja luz a su relación con los Osuna, los Alba y la Casa Real
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«Don Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco, IX duque de Osuna» se ha instalado (para tres meses) en El Prado. La obra, proveniente de la colección Frick de Nueva York, dialoga en la pinacoteca con el cuadro de la familia del noble que también pintó Goya.
Sin Osuna no habría Goya. Es decir, tal y como entendemos la obra del genio de Fuendetodos. Es probable que su maestría se hubiera desarrollado de manera similar, pero sin el apoyo casi patriarcal de esta altísima familia aristocrática, este pintor de trato no siempre fácil y una peculiar manera de entender el mundo y el arte no habría logrado convertirse en el más reputado de la corte. Al seno de los Osuna llegó en torno a 1785. La duquesa María Josefa Pimentel encargó al artista para su finca de El Capricho unos cuadros de costumbres similares a los tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara. Su nombre ya venía circulando rodeado de elogios por la casta intelectual: Mengs y Jovellanos lo apadrinaban. Pero los Osuna le darían la definitiva «patada hacia arriba» en aquel mundo excepcional de los grandes apellidos.
En este contexto se sitúa el lienzo «Don Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco, IX duque de Osuna», una obra que durante tres meses podrá visitarse en la sala 34 del Museo del Prado y que viene cedida por la Frick Collection de Nueva York, cuyo conservador jefe, Xavier Salomon, valoró la importancia de la cesión porque, dijo, «El Prado es el templo de Goya». Aunque en algunos lugares figura 1785 como la fecha de composición, la técnica hace pensar en que pudo ser posterior. En cualquier caso, este retrato entronca perfectamente con las ideas reformistas de ambos, el pintor y sus protectores: «El duque se presenta sonriente, sin mostrar el poder de su estatus, sino con pose ‘‘velazqueña’’. Osuna era un ilustrado, que tenía ideas modernas procedentes de Francia», explica Manuela Mena, jefa de Conservación del siglo XVIII de El Prado. Los rastros del poderío de esta antiquísima casa nobiliaria son más sutiles y muestran también el afecto del aragonés por la familia: «Ese fondo de lapislázuli que denota riqueza, valor y al mismo tiempo la dimensión de noche profunda pero trasparente», precisa la experta.
Mena vio el retrato en el Metropolitan, durante su restauración, y luego la obra viajó a Londres para la magna exposición sobre Goya en la National Gallery. De ahí, ha hecho camino hasta Madrid. Vuelve más de un siglo después de su salida. El cuadro recaló en París tras una venta de la familia en 1896. Allí lo adquirió el financiero J. P. Morgan. En 1943, la obra recaló defintivamente en la Frick Collection.
En Madrid, en la sala 34 de El Prado, le aguardaban ayer, durante la presentación del cuadro, rostros muy conocidos, los de su propia familia. El retrato del duque está rodeado por el de su esposa y por el gran lienzo que realizó Goya con don Pedro y Doña María Josefa junto a sus cuatro hijos, en pose decididamente relajada y confidencial y trazos que recuerdan su deuda con el retratismo inglés, especialmente Gainsborough. Junto a los Osuna (para quienes también creó obras poco académicas como el «Vuelo de brujas»), dos retratos reales (uno de Carlos IV y otro de la reina María Luisa) rodean a la obra recién llegada desde Nueva York.
Un poco más allá, se encuentran los lienzos que Goya pintó para los Alba, la otra gran familia nobiliaria con la que se implicó. Entre 1785 y 1790, el pintor logró cerrar el círculo de sus relaciones en las más altas esferas. El rey le nombró pintor de cámara y para él ejecutaría a caballo de los dos siglos la genial «Familia de Carlos IV», entre otras. Mientras, la duquesa de Alba, espoleada por el interés de los Osuna en aquel maestro aragonés que ya contaba con asiento propio en la Academia de San Fernando –aquella que le había denegado un premio en su juventud–, comenzó a encargar obras a Goya. La fecundidad de esta relación mecenas-artista está de más recordarla.
Aquel «menage-a-trois» con las familias nobiliarias más importantes del país y los tiempos de ilustración y protectorado desaparecería con los primeros gritos de guerra en Madrid. Para empezar, María Teresa Álvarez de Silva y Toledo, XIII duquesa de Alba, había fallecido. Igual suerte corrió el IX duque de Osuna. Goya pintaría a su hijo, el X duque, en 1817 en pose y hábito decididamente románticos, y a su hermana, la duquesa de Abrantes. El rey Carlos IV, gotoso, languidecía, primero en Marsella y luego en Roma; moriría en 1817, siendo ya Fernando VII rey de España. Para «el Deseado», Goya pintó un par de retratos que muestran su carácter absoluto. Paralelamente, se gestaban «Los desastres», las pinturas negras, la sordera, Burdeos y el aislamiento. Otra historia.
- Dónde: Museo del Prado. Madrid.
- Cuándo: hasta el 24 de abril.
- Cuánto: 14 euros de entrada general.

¿Qué pasa con marianito?

El lienzo que retrata al nieto del pintor se expone ahora en Zaragoza, cedido temporalmente por la familia Alburquerque. Manuel Mena ha asegurado en alguna ocasión que «no me parece de Goya». Y no es el único cuadro que ha levantado sospechas: a «El coloso», después de una tormenta, se le retiró la autoría goyesca. Las Pinturas Negras también han estado en el punto de mira.

Un tesoro europeo en Manhattan

En una mansión de principios del XX, y a un paso de la Quinta Avenida, se encuentra una de las colecciones de arte antiguo más ricas de Nueva York, fruto de la pasión coleccionista del magnate Henry Clay Frick. En las 16 galerías del museo se custodian algunas piezas capitales como «Militar y mujer sonriente» (Vermeer), «La fragua», también de Goya, de quien conservan otras dos piezas, «Confesión de amor» (Fragonard) y «Retrato de caballero con sombrero rojo» (Tiziano).