Exposición
Eduardo Rosales, un «influencer» del siglo XIX
Hasta el 29 de enero se pueden observar en la Sala 60 del Museo del Prado 17 obras del reconocido artista, que se exponen con motivo del 150 aniversario de su fallecimiento
La soledad le hizo más fuerte, y aún mejor artista. Eduardo Rosales (1836-1873) no tuvo una vida fácil, marcada por el dolor, la orfandad y alguna enfermedad. Quizá por ello su pincelada fuera desenfadada pero precisa, suave y profunda. Fue un pintor devoto de la obra de sus colegas, a la vez que un artista admirado por todos: junto a Mariano Fortuny, el madrileño fue el más importante nombre del arte español del siglo XIX, y es considerado así tanto actualmente como lo fue en vida. Rosales era original e independiente, gran retratista y polifacético en cuanto a géneros, lo que le confirió una gran fama en su época y una fundamental autonomía pictórica, lo que también le llevó a renovar el género histórico. Su mirada, velazqueña y penetrante, se puede observar ahora más que nunca en la sala 60 del edificio Villanueva del Museo Nacional del Prado: hasta el 29 de enero de 2024, un conjunto de 17 obras de Rosales se congregan en forma de homenaje, pues este año se conmemora el 150 aniversario de su fallecimiento. «Algunas de estas obras no se habían visto hasta ahora, y otras no se exponen desde hace años, estaban en el almacén y se han mostrado muy pocas veces», explicaba ayer ante la Prensa Javier Barón, jefe de conservación de pintura del Siglo XIX de la Pinacoteca madrileña. Una muestra que, además, se completa con las pinturas de Rosales que forman parte de la colección permanente del Prado, distribuidas entre la sala 61B y la 101, y donde figuran las icónicas «Isabel la Católica dictando su testamento» (1864) y «Muerte de Lucrecia» (1871), ambas junto a sus respectivos bocetos.
Para dar forma a este homenaje hacia el realismo cosmopolita y la modernidad de Rosales, en el Prado «hemos sido conscientes de la necesidad de aumentar su colección, que además tenemos la mayor y mejor del mundo, tanto en pintura como en dibujos», asegura Barón. Por ello, se presentan con esta muestra recientes donaciones y legados, realizadas por parte de la Fundación Amigos del Museo del Prado, de la colección de Araceli Cabañas Agrela o la de Carmen Sánchez García. Es el caso, por ejemplo, de «La matanza de los inocentes» (1855) o «Camino de Acqua Acetosa» (1861), ambos dibujos adquiridos este mismo año, y que revela las capacidades de Rosales con el lápiz. Asimismo, «Paisaje» y el retrato de «María Isabel Manuel de Villena, IX condesa de la Granja de Rocamora», son las adquisiciones más recientes, así como ambas se exponen por vez primera.
«Hay un realismo por esa vena de lo esencial, con una pincelada muy abreviada, que no es nada fácil de hacer, porque si lo intentan otros no sale, y en cambio en él la pincelada está en el lugar justo, y esto abre la puerta hacia otros pintores que luego van a seguir ese camino», definía ayer el conservador, rodeado de las obras de Rosales. En la sala 60, se puede observar, además de ese trazo que solo el artista podía hacer posible, su interés inicial por los maestros del Renacimiento. Durante su larga estancia en Italia, Rosales estudió con detalle a estos pintores, lo que después se reflejó en sus obras. La monumentalidad de sus retratos y el perfil riguroso que se observa en algunos de ellos, como el óleo inacabado del «Evangelista san Mateo», recuerdan a antiguos retratos a la romana, una atención a la pintura retratista que se aprecia sobre todo en sus efigies familiares. Junto a todo ello, son curiosas sus obras de paisajes, así como sus estudios artísticos alrededor de las pinturas de historia y la literatura.
De pintor a modelo
Rosales fue, por tanto, polivalente, polifacético e influyente. Fue un maestro y visionario en cuanto a las corrientes artísticas españolas, así como lo más parecido a un «influencer» del siglo XIX si atendemos a su repercusión. Tal era su fama, que Rosales no solo pintó, sino que también fue pintado o esculpido. El artista podríamos decir que lo tenía todo: talento en el pincel y un físico atractivo. Rosales tenía una belleza elegante y serena, lo que le valió para ser modelo de Federico de Madrazo y Kuntz, quien realizó un retrato suyo, que se expone en la Sala 62A del Prado. Asimismo, en el mismo espacio donde cuelgan las pinturas de Rosales que forman parte de la colección permanente –sala 61B–, fíjense en la escultura del centro. Realizada con mármol en 1872 por Agapito Vallmitjana, esta obra se titula «Cristo yacente», y ofrece una visión «realista y severa que destaca por su perfección técnica, su serena clásica y su sensibilidad», reza la cartela. Pues bien, el modelo para esta escultura fue el propio Rosales, quien, cuando se realizó esta obra, ya había posado para otros pintores de cuadros también religiosos. En definitiva, Rosales creció y maduró con total autonomía, pero quizá, al fin y al cabo, no estuvo tan solo: se rodeó de un gran reconocimiento, y ha llegado a la actualidad «habiendo envejecido muy bien», recalcaba Barón, lo que permite que sus obras estén, al fin, rodeadas de su público.
Homenaje a la labor de la restauración
Durante los últimos dos años, las obras de Rosales se han estado preparando para esta puesta de largo. Explica Barón que «ocho de las obras que se muestran en la exposición han sido restauradas estos meses atrás, mientras que otras han sido en años precedentes». Un trabajo realizado por Eva Perales, restauradora de las colecciones del siglo XIX del Prado desde 1982, y a quien han querido rendir homenaje también con esta exhibición. «Su labor ha contado con una dedicación ejemplar, una calidad máxima y una gran disponibilidad», han destacado.
✕
Accede a tu cuenta para comentar