Esplendor barroco
La muestra «De Caravaggio a Bernini», que reúne un importante conjunto de más de 70 pinturas y esculturas de las colecciones reales españolas, recorre las distintas escuelas italianas del siglo XVII y su influencia posterior.
La muestra «De Caravaggio a Bernini», que reúne un importante conjunto de más de 70 pinturas y esculturas de las colecciones reales españolas, recorre las distintas escuelas italianas del siglo XVII y su influencia posterior.
España e Italia se unen para homenajear el «Seicento» italiano, el mejor barroco transalpino del siglo XVII perteneciente hoy a las colecciones del Patrimonio Nacional. La exposición, patrocinada por A4 Holding, filial del grupo español Abertis en Italia, se titula «De Caravaggio a Bernini. Obras maestras del Seicento italiano en las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional» y se podrá visitar hasta finales de julio en las Escuderías del Quirinal –contiguas a la sede de la Presidencia de la República italiana–, una de las pinacotecas más célebres del país con forma de bota. Esta muestra, comisariada por el historiador del arte Gonzalo Redín Michaus, permitirá, por primera vez en Italia, disfrutar de muchas obras del Patrimonio Nacional hasta hoy nunca vistas en el país, seleccionadas por su sobresaliente valor artístico e histórico, recuperadas en todo su esplendor gracias a una amplia campaña de restauración. Así pues, muchas de las mejores obras barrocas del mundo volverán a Roma, allá donde fueron concebidas.
A través de una extraordinaria selección de pinturas y esculturas, la exposición refleja con gran brillo los estrechos lazos políticos y las estrategias culturales entre las cortes españolas y los numerosos Estados presentes en la Península Itálica a lo largo del siglo XVII. La exposición la componen un conjunto de más de 60 pinturas y esculturas realizadas en el «Seicento» por artistas italianos como Caravaggio o Bernini, pero también Guido Reni, Guercino o Giovanni Domenico Cerrini, y españoles que se alimentaron del arte italiano como José de Ribera o Diego Velázquez. Así pues, una ocasión perfecta para entender los puntos de contacto entre la corte más potente de la época con el arte italiano, que en aquella época seguía siendo el centro de la mejor producción europea.
Entre las obras sobresalientes presentes en la exposición destacan «Salomé con la cabeza del Bautista» (Caravaggio, 1607), «La túnica de José» (Velázquez, 1630), «Cristo crucificado» (Bernini, 1654), «Santa Catalina» (Guido Reni, 1606), «Neptuno» (Ercole Ferrata, 1655), «Lot y sus hijas» (Guercino, 1617), «Jacob y el rebaño de Labán» (José De Ribera, 1632), «Los cuatro Padres de la Iglesia latina» (Louis Cousin, 1635), «Los siete arcángeles» (Massimo Stazione), «Cabeza femenina de perfil girada hacia la derecha» (Giovanni Baglione, 1621), «Cabeza femenina de perfil girada hacia la izquierda» (Giovanni Baglione, 1621), «San Andrés adorando la cruz de su martirio» (Francesco Albani, 1610),entre otras.
El aumento de la colección española de la dinastía de los Habsburgo se debió también, entre otras cosas, a los frecuentes regalos diplomáticos enviados de parte de los gobernantes italianos, decididos a ganarse el favor de los monarcas españoles que, en la época en la que Madrid reinaba tanto en el Sur de Italia como en el Estado de Milán, estos condicionaban fuertemente la evolución de la compleja situación de la política italiana desde la mitad del siglo XVI.
Interés peninsular
El interés por la cultura itálica –todavía no italiana, ya que «Italia» no existirá hasta 1861– por parte de los soberanos españoles se puede apreciar, claramente, en las numerosas invitaciones que los artistas transalpinos recibían de Madrid,como en el caso del napolitano Luca Giordano, quien trabajó en España durante más de una década. Esta diplomacia del arte se reflejaba también en los viajes a Italia de creadores españoles tales como el propioRibera y de Velázquez. El sevillano, por ejemplo, viajó por primera vez al país con forma de bota en el año 1629. Una experiencia que le marcará profundamente en su producción artística posterior. El perfeccionamiento de su condición de retratista lo alcanzó, de hecho, con su segundo viaje a Italia, entre 1649 y 1650. Siglos más tarde, en 1819, por voluntad de Fernando VII, se creará el Museo Real, más tarde conocido como Museo del Prado, lugar donde se reunirán muchas obras procedentes de las diferentes galerías reales. Isabel II, en 1865, renunció a todas sus propiedades y herencias personales para que fueran gestionadas por el Estado, poniendo las bases de lo que hoy se denominará, a partir del 1940, Patriomonio Nacional. La inauguración de la muestra se celebró el Jueves Santo ante la presencia, en el Quirinal, de la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor; el presidente del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, Alfredo Pérez de Armiñán y de la Serna; el presidente de la República italiana, Sergio Mattarella; y el ministro de Cultura italiano, Dario Franceschini. Pastor aseguró que se «muestra la magnífica relación y el intercambio que siempre ha habido entre los dos países en el ámbito político, económico y cultural». Y añadió: «Se trata de «una gran exposición que trae obras de pintores italianos, pero también de algunos de nuestros mejores artistas», que enriquecen aún más el contenido de la galería vinculada a la Jefatura del Estado italiana.
El barroco, será el movimiento artístico símbolo del siglo XVII que tratará de encontrar nuevas vías de expresión acercándose a la representación de la realidad. Los santos y los apóstoles visten con ropa más contemporánea y se asemejan más a figuras populares que unas divinidades sin tiempo. Su pintura, la del Barroco, será una constante lucha entre la luz y la oscuridad, y su gran objetivo es congelar el instante, repleto de intensidad y emoción. Uno de sus representantes más célebre, Michelangelo Merisi da Caravaggio, el pintor «maldito» y rebelde por antonomasia, será quien marcará el antes y después de un estilo que dirigirá, desde Roma e Italia, el destino cultural del Viejo Continente.