Juana de Aizpuru: «La única asignatura pendiente de ARCO es vender mucho»
La fundadora de la feria madrileña, valora «muy positivamente» los 35 años de una cita que la homenajea.
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Juana de Aizpuru, fundadora de la feria madrileña, valora «muy positivamente» los 35 años de una cita que la homenajea.
A Juana de Aizpuru es imposible no reconocerla en ARCO. Primero porque siempre está allí, desde hace 35 años, día tras días. Y después, por ese pelo rojo tan característico que esta pelirroja natural adoptó en los años 70 y que ya es como una marca registrada de la Movida. Si alguien pudiera decir con justicia «ARCO soy yo» sería Juana, pero, claro está, eso no lo dice ella, sino nosotros.
«La feria nació en Sevilla», asegura. Y no se refiere a esa de Abril que ya no frecuenta –«se ha vuelto chabacana», dice–, sino a la gran fiesta del arte contemporáneo que fundó en 1982. El germen viene del sur. Recién casada, jovencísima, esta vallisoletana criada en Madrid, abrió un espacio a contracorriente en la calle Canalejas de la capital del Guadalquivir. «Era una ciudad reaccionaria, cerrada, intransigente y academicista». Pero Juana dio con la horma de su zapato. A través de la sevillana Carmen Laffon se tendieron puentes hacia el informalismo americano y el Grupo de Cuenca. Juana trabó relación con los Zobel, Rueda, Torner. «No vendían nada, aquello horrorizaba a la sociedad sevillana», recuerda. Incluso trajo a Sevilla a Richard Hamilton. Se enteró de que veraneaba en Cadaqués y lo convenció.
En aquella época comienza a trabajar con Frank Stella y otros artistas foráneos. «Siempre tuve claro que el arte es internacional, pero entonces, con Franco aún vivo, era complicado relacionarse. No obstante, abrimos un hueco en el mundo del contemporáneo». Poco después, moría el Generalísimo. Juana descubre Basilea, Colonia, viaja y viaja, abre los ojos. «La diferencia entre el resto del mundo y nosotros era más grande de lo que había imaginado». Pero eso no la desalienta. Y en el 79, ahora ya a caballo entre Sevilla y Madrid, comienza a dar forma a ARCO.
La primera novia para ARCO fue Barcelona: «Era una ciudad abierta e internacional, de espíritu tolerante frente a ese Madrid oficialista del franquismo». Pero «esa providencia que me guía», dice, quiso que en la Ciudad Condal le rechazaran el proyecto y éste acabara en Madrid, «por suerte, porque después Barcelona se cerró. Llegó la Generalitat y empezaron a mirarse el ombligo».
Madrid estrenaba la democracia con entusiasmo. En el alcalde Tierno Galván y en Adrián Piera, primer presidente de Ifema, encontró una adhesión total. ARCO arrancó en febrero del 82, en un edificio de la Castellana «feísimo», pero retocado para la ocasión. «Fue todo un acontecimiento artístico», recuerda Juana. Un estreno fresco, precario pero estimulante. «Hoy se ha perdido ese ambiente y esa ilusión por las cosas en general. Ahora sólo se piensa en el dinero». Los años 80 no fueron nada mal para aquella feria en pañales. Comenzó a llegar capital a España, surgió un gran número de empresarios al calor de aquella célebre frase de Solchaga: «España es el país donde es más fácil enriquecerse en menos tiempo». «Eran gente decidida y joven, que consiguió hacerse un hueco en el mundo. Hubo una ecolisión, pero no dio tiempo a que llegaran a ser grandes coleccionistas y, además, les faltaba pasión por el arte», señala Juana. Aquel primer «boom» de ARCO acabó con la crisis de los 90. Para entonces Juana ya había abandonado la presidencia de la feria y era una galerista más. «Hubo que empezar de cero a finales de los 90, con una nueva generación que venía más formada, más preparada en el coleccionismo. Pero el problema de España es que nunca han entrado grandes magnates en este mundo; sólo ahora han empezado a coleccionar las grandes empresas. Con todo, hasta antes de esta crisis, en los 2000 se alcanzó cierta estabilidad para las galerías: vendíamos aunque sin excesos. Pero es que en este país el dinero está en manos conservadoras y la gente más abierta, que podría interesarse por el arte contemporáneo, tiene menos poder económico y cuando llega una crisis lo notan más».
Desde su galería de la calle Barquillo, con un fondo de armario artístico impresionante y donde nos recibe mientras ultima preparativos para esta edición –«tengo cuatro almacenes más», precisa–, ve el futuro de ARCO con optimismo: «El balance de estos 35 años es muy positivo. Son muchos años para un proyecto. Ya con los 25 se consolidó y ahora ha alcanzado su madurez. Difícilmente podría desaparecer porque está instalado en el calendario del arte contemporáneo internacional. Además, Carlos Urroz (actual director de ARCO) está recuperando el estilo y la idiosincrasia de los comienzos, es decir, que los galeristas sean los grandes protagonistas».
No siempre ha sido así, matiza. «Ha habido altibajos y estilos con los que no he coincidido. Antes de entrar Carlos, con Rosina Gómez-Baeza, hubo dos o tres años en que la feria perdió el rumbo y hubo un conato a través de la Asociación Madrileña de Galeristas para que fueran todas sin distinción». Gallardón paró el golpe, asegura. Y ARCO conservó su esencia. «Es una feria selectiva, hecha para galerías con carácter cultural, que representan y descubren a artistas, no sólo para el negocio puro y duro, sino para la difusión y el apoyo de los artistas. Yo misma he presentado montones de piezas que sabía que no iba a vender, pero me gusta dar una idea de galería y promocionar a mis artistas. Pienso mi presencia como una exposición, no como un simple stand».
Este año Juana de Aizpuru contará con dos espacios: uno, de 35 metros cuadrados en el macroespacio de «Imaginando otros futuros», que engloba a 35 galerías que han sido señeras en la vida de ARCO. Allí mostrará una instalación «que parece conjunta» sin serlo de Rogelio López Cuenca y Eric Baudelaire. Además, contará como siempre con su stand propio: 166 metros cuadrados, «uno de los más grandes y siempre me dicen que lo tengo fantástico».
Asegura la galerista que ARCO no tiene nada que envidiar a ninguna otra feria internacional, casi lo contrario: «Tiene una organización excelente y un público envidiable, como en ningún otro lado. Gente energética, fiel y con entusiasmo. Una feria de todos, no sólo de gente vinculada con el arte. Vienen de todas las ciudades de España, tanto es así que algún año se han quejado los galeristas de que no se puede trabajar con tanta gente. Así que subieron los precios, pero siguió viniendo la gente. Es una fiesta de todos los españoles. Su única asignatura pendiente es vender mucho, muschísimo. Sería perfecta entonces».
Pero más allá de la semana estelar de ARCO, Juana de Aizpuru es consciente de la precaria situación del mercado artístico en España. Critica el IVA cultural al 21%, pero reniega totalmente de las subvenciones: “Soy partidaria de la iniciativa privada, como en Estados Unidos. Allí ni siquiera tienen Ministerio de Cultura porque se organiza la sociedad civil, mientras que aquí todo está en manos del Estado. No creo que haya que subvencionar el arte, sólo incentivarlo, crear las leyes fiscales que favorezcan el coleccionismo... y ya nosotros solos nos las aviamos». Invertir en arte es, a su juicio, una labor de responsabilidad hacia el futuro: «Deberíamos crear un patrimonio artístico contemporáneo en España equiparable al que nos dejaron en materia de arte clásico».
«La Transición la hizo mi generación», asegura Juana de Aizpuru. Y lo mantiene con orgullo, pues, «pese a lo que dicen algunos que no habían nacido, fue muy bonita. Sabíamos que le había llegado el momento a España y todos sumamos para modernizarla. Fue una generación romántica, espabilada, con energía para ir hacia delante y no machacar al de al lado. Era nuestro momento y fuimos la envidia del mundo». Por ello, a la galerista le molestan los mimbres de esa pretendida «segunda transición». Cuando se le pregunta por Podemos, exclama: «¡Qué poca cosa son y cuanta guerrita dan! Su discurso es viejísimo y fracasadísimo». Juana es partidaria de la evolución en todos los ámbitos, pero no sin motivos: «Cuando me hablan de hacer algo nuevo, pregunto: ¿Nuevo... pero mejor?».
Corría el año 1982 y ARCO, cuatro letras con las que hubo que familiarizarse, echaba a andar. La feria, que duraba del 10 al 17 de febrero, abría de 11 de la mañana a 9 de la noche y la entrada normal costaba 200 pesetas, 100 para estudiantes. El abono para todos los días valía 1.000. Exponían 14 países y 364 artistas. Sesenta eran las galerías españolas que participaban. La directora era Juana de Aizpuru y el presidente del comité organizador, Antonio Bonet Correa. Fue el año en que García Márquez ganó el Nobel y Rosales el Cervantes. Se estrenaban «Blade Runner» y «ET» y Michael Jackson lanzaba «Thriller», su segundo álbum en solitario. El PSOE ganaba las elecciones generales y Felipe González llegaba a la presidencia del Gobierno. Se celabraba la primera visita de Juan Pablo II a España y Metallica ofrecía su primer concierto, en California. Fue el año del Mundial de Fútbol del Naranjito. Y se reabría Altamira. Hace 35 años. Y las galerías expositoras no tenían el gravamen del 22,5% por impuesto de lujo.