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La musa que sobrevivió a Picasso

Sylvette,La modelo de la cola de caballo. Todos conocen los cuadros, pero pocos recuerdan quién era esa chica. Durante varios meses de 1954, Lydia Corbett posó para Picasso. Fue una de las pocas mujeres que se cruzaron en la vida del artista y que todavía hoy pueden hablar de él con generosidad. Su relación con el pintor se publica ahora
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Todos la conocen por «Sylvette». Tenía apenas 19 años cuando conoció al artista y se convirtió en su modelo. El pintor reinterpretó su belleza en cerca de 60 obras que abarcan desde el realismo hasta la abstracción. Hoy, a sus 82, es una de las pocas mujeres que salieron indemnes tras mantener una relación con el malagueño
Según Françoise Gilot, que vivió con Pablo Picasso en los años 40 y 50, el artista era como Barba Azul, el asesino en serie de la leyenda popular aristocrática que mató a sus muchas esposas. En su libro de memorias «Vida con Picasso», la pintora recordó haber visitado el castillo del malagueño en Boisgeloup, al noroeste de París. «Empecé a tener la sensación de que, si miraba en los armarios, encontraría las cabezas de media docena de sus ex mujeres», escribió.
Lo cierto es que pocas de las compañeras femeninas que compartieron la vida con Picasso tuvieron un final feliz. Tanto su amante Marie-Thérèse Walter como su segunda esposa, Jacqueline Roque, se suicidaron. Sin embargo, hubo una que se cruzó en su vida, sobrevivió y salió sin un solo rasguño emocional: Sylvette David. «Sólo fueron unos meses. Fue como una estrella fugaz. Pero, pese a su fama terrible, conmigo siempre era amable, educado y... ¿cómo puedo decirlo?... delicado. Sin duda, el hombre más atento que he conocido en mi vida», explica a LA RAZÓN. «Lo que se creó entre nosotros fue más una relación de padrino y ahijada que de amantes», matiza.

- Una diosa griega

Lydia Corbett (cambió su nombre cuando se divorció de su primer marido) tenía tan sólo 19 años cuando conoció a Picasso en la primavera de 1954. El artista, que en aquel momento tenía 73, quedó embaucado por su belleza y la convirtió en musa de 60 de sus obras. Así fue como la tímida joven, de una manera totalmente involuntaria, se convirtió en la «chica de la cola de caballo», un auténtico ideal femenino que influyó hasta en la mismísima Brigitte Bardot, que comenzó a peinarse de la misma manera. «Fue mi padre quien me sugirió ponerme así el pelo para parecer una diosa griega. Yo lo hice para que estuviera contento. Por aquel entonces nadie se lo ponía así y jamás pensé que fuera a tener tanto impacto», matiza.
La experiencia de Lydia –una de las pocas musas del malagueño que todavía vive– se recoge ahora en un libro muy especial: «Yo fui Sylvette: La historia de Lydia Corbett», escrito por Isabel Coulton, su propia hija. «Desde hacía tiempo quería hacerlo y cuando ella se prestó a ayudarme fue maravilloso. Hemos reído y llorado juntas porque cuento toda mi vida», comenta.
Hija de la pintora inglesa Honor Gell y del galerista Emmanuel David, Lydia Corbett se fue a vivir durante una temporada con su novio Toby Jellinek a Vallauris, un pueblo de la Costa Azul francesa conocido por su tradición ceramista y artesana. Él era un joven artista vanguardista que hacía muebles de metales forjados. Picasso le compró dos sillas de madera, cuerda y metal, y la pareja se las llevó en una modesta vespino a La Galloise, la mansión en la que el pintor vivía con Françoise Gilot, la madre de sus dos hijos.
«Al cabo de unos días, cuando pasé cerca de su casa, vi por la ventana un boceto en el que me reconocí. Entonces Picasso salió y me preguntó si quería posar para él. Yo estaba en ese momento con una amiga muy guapa, así que cuando me eligió a mí me hizo sentir bastante especial. Por aquel entonces, ya era un artista muy conocido a nivel internacional», asegura.
Tal y como recuerda todavía, en aquellos años ella era «muy tímida e inmadura», por lo que no le hacía preguntas. «No hablamos. Él me observaba con sus oscuros y hermosos ojos profundos. Podías ver su alma a través de ellos. Me dio confianza en mí misma y fue un paso para ser más fuerte, porque antes estaba aterrorizada por todo», explica.
Aquellos interrogatorios silenciosos quedaron reflejados en la serie de lienzos que hizo el artista y donde la retrató en alguna ocasión sin boca. «Era una manera de meditar los dos juntos. Yo también soy artista y cuando pinto estoy en otra dimensión. Es un momento mágico que te hace feliz. Cuando estás creando eres feliz. Y yo creo que conseguí hacerle feliz en aquella época difícil que pasó desde que Françoise le dejó y conoció luego a Jacqueline», confirma.
Lo cierto es que, cuando Jacqueline entró en la vida del pintor, no hubo más cuadros de «la chica de la cola de caballo». «No creo que me tuviera celos; de hecho, me trajo un libro por Navidad que le había dado Picasso para mí para agradecerme por haber posado durante esos meses», explica. Lydia nunca quiso cobrar por su trabajo, aunque el artista se lo ofreció en varias ocasiones. «Era una manera de no comprometerme a nada. Lo último que quería era posar para él desnuda. En una ocasión, me pintó sin sujetador utilizando sólo su imaginación. Me dijo: “Espero que no te importe”».
Otro de los momentos que recuerda es cuando se puso a saltar sobre la cama. «Le parecía divertido y yo ahora lo veo como un intento de hacerme sentir más relajada. Quería que me abriera más con él, pero en aquel momento me sentí muy cohibida... yo tenía mi novio... ¿quién sabe lo que hubiera pasado si una jovencita se pone a saltar en la cama con Picasso?», dice con una pícara sonrisa.
El pintor le regaló uno de sus retratos. «Fue sumamente generoso. Me dijo que cogiera el que más me gustara. Cuando llegué a mi casa con el cuadro, no podía creer que tuviera un Picasso original», explica. Sin embargo, Lydia acabó vendiéndolo en 1958 para poder comprarse una casa con Toby, del que años más tarde acabaría divorciándose. Un coleccionista americano pagó por aquel entonces 10.000 libras. «No me arrepiento de haberlo vendido. Mi pequeño apartamento no era precisamente el lugar más adecuado para conservar esa gran obra. Lo mejor es que el destino ha hecho que el cuadro vuelva a mí porque años más tarde lo compró otra persona que vive en Inglaterra y me invitó a volver a verlo. Aquel día no pude reprimir las lágrimas» recuerda. La última vez que Lydia vio a Picasso, su hija Isabel tenía dos años. «Nos escapamos con Toby a saludarle en su casa de Francia. Tomamos un café y fue muy amable», explica. Durante mucho tiempo, la pequeña Isabel pensó que todo el mundo tenía «al menos un momento Picasso en su vida» y no fue hasta más tarde cuando de verdad entendió que la historia que había vivido su madre había sido algo excepcional.
La autora del libro relata que, incluso en el colegio cuando decía que había conocido al malagueño, los profesores le decían que dejara de decir mentiras. «Estábamos discutiendo un cuadro donde aparecía mi madre, pero nadie me creía cuando contaba mi historia, así que decidí no hablar más de ello o hacerlo sólo con poca gente», señala.

- Fragilidad y timidez

Para Isabel, la experiencia de haber escrito este libro ha sido muy especial. Durante cinco años estuvo entrevistando a su progenitora y hubo momentos bastante complicados en esas conversaciones, como cuando ella recordó los abusos que había sufrido por parte del novio de su madre cuando tan sólo era una niña. «Supongo que de ahí su fragilidad y timidez. Yo creo que Picasso sabía que había algo dentro de ella, en su interior, pero supo entenderla y le hizo una mujer más fuerte», explica.
Tanto la madre como la hija viven en la actualidad en South Brent (Inglaterra). Ambas, curiosamente, son artistas. De hecho, Lydia se ha inspirado en muchos de los retratos que le hizo el malagueño para darles su propio estilo. «Mi madre empezó a hacer sus primeros bocetos para matar el tiempo mientras estaba, precisamente, posando para Picasso. Su abuela ya era artista, pero sin duda alguna para ella Picasso ha sido su mayor influencia», concluye.

La mujer que fue realista, cubista y abstracta

El museo alemán Kunsthalle de Bremen organizó en 2014 una muestra llamada Sylvette, Sylvette, Sylvette: Picasso und das Modell (Sylvette, Sylvette, Sylvette: Picasso y la modelo), donde se puso bajo el mismo techo, por primera vez, la serie completa de obras de Picasso con la «Chica de la cola de caballo» como musa (en la imagen, en la actualidad). La exposición abarcó pinturas, dibujos, esculturas de metal y cerámica, algunas de ellas nunca mostradas antes al público. Durante aquellos meses de 1954, el artista experimentó con varias técnicas y estilos. Convirtió la figura de la musa en obras realistas y también cubistas y abstractas. Para la serie de retratos recurrió a la grisalla, la tradicional técnica pictórica que emula el relieve escultórico empleando sombras de una misma gama de colores, en este caso los grises. Fue el momento en que hizo sus primeras piezas de metal doblado y pintado, obras de superficies planas que borraban la frontera entre la escultura y la pintura.