Luis Gordillo termina su obra después de 89 años
El artista presenta en Madrid los trabajos de las últimas dos décadas en "dime quién soy Yo"
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Hablar con Luis Gordillo es «como subir una montaña». Palabra de Bea Espejo, una de las personas que más lo conoce a día de hoy. «Tiene mucho de viaje épico». Sí, charlar con Luis Gordillo no es un acto cualquiera, «hay que ir preparado», dice. Levanta una ceja, se mira las manos, encoge los hombros, pestañea... hasta que te da largas. Son 89 los años que suma el artista y, en palabras de Espejo, está «activo», como una moto, «está tremendo». «No llego [a su ritmo], me tiene con la lengua fuera», promete la que hace de comisaria en la nueva exposición del artista sevillano, dime quién eres Yo (Sala Alcalá 31).
Sin embargo, todo ese vigor del que presume Espejo se ha visto paralizado (solamente por un rato) tras una caída que tiene al protagonista a medio gas justo cuando se inaugura la exposición que engloba sus últimos trabajos. En 2007 presentaba en el Museo Reina Sofía su mayor retrospectiva hasta la fecha, y ayer empalmaba aquella muestra con la nueva. Martirologio cromático (2006) ya estuvo entonces, y ahora es la primera parada de Alcalá 31. Y después de ella, los borbotones de imágenes que Gordillo ha fabricado en las últimas dos décadas. Azules, rosas, verdes, fotografías, dibujos, «collages», blísteres, caras de políticos, conejos de chocolate, estropajos...
Su modo de pintar continúa siendo el mismo, cuenta Espejo: «El artista está en la pintura, pero no siempre está pintando», pero él «cada vez es menos peleón». El Luis del siglo XXI parece más libre. Ha soltado lastre y se cuestiona menos a sí mismo. Ya casi reconoce su lugar en la pintura, pero tampoco se ha convertido en un gatito inofensivo: sigue sin dar nada por sentado. «Se reta. Se mira y no se deja en paz», asegura quien le conoce.
Gordillo es un tipo exigente y «particular». La propia pintura es un problema para él y la búsqueda de la respuesta se convierte en un acto instintivo. «No pinta con la cabeza ni con el pincel, sino con las vísceras». De los adentros le sale una contestación que plasma en unos cuadros que construye sin prisa, aunque con altas dosis de «libertad, extrañeza e ironía».
«Supone un gran esfuerzo cada día porque la pintura, si se toma en serio, es un trabajo muy duro», y «con esta muestra, mi obra está terminada», ahora sí, zanja el propio artista.