Blas de Lezo: toda la verdad sobre el "mediohombre"
Un libro arroja luz y desmitifica la figura del insigne marino, uno de los más grandes que ha dado la historia naval de España
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Un libro arroja luz y desmitifica la figura del insigne marino, uno de los más grandes que ha dado la historia naval de España
El mar siempre es fuente de leyendas, de crónicas de grandes gestas, de hazañas incomparables. Si a la profesión de marino le añadimos el haber formado parte de una batalla única y haber tratado de salvar el honor patrio ya tenemos en la mano una historia redonda capaz de las mayores glorias. Es lo que ha sucedido con la insigne figura de Blas de Lezo y Olavarrieta, un hombre de mar, vasco de nacimiento (de Pasajes, Guipúzcoa, 1689, y muerto en 1741 en Cartagena de Indias), curtido y marcado físicamente por una serie de accidentes que le trocaron su nombre de pila por el de «Mediohombre» debido a que se quedó tuerto, perdió el brazo derecho, precisamente en el sitio de Barcelona, en 1714, y una pierna. Con el objetivo no solamente de arrojar luz sobre su personalidad y hechos, sino de colocar su figura donde debe estar, las expertas Mariela Beltrán y Carolina Aguado han editado «La última batalla de Blas de Lezo» (Edaf), un libro que les ha llevado cinco años de investigación y que ha sido realizado con total rigor histórico. «No necesitamos construir un mito para reconocer sus méritos», aseguran, y, entre otras cosas, han desvelado el lugar donde se halla enterrado el marino, que no es otro que el Convento de Santo Domingo de Cartagena de Indias (Colombia).
Ambas desvelaron la existencia de una carta del hijo del navegante, que se conservaba en el Museo del Archivo Naval fechada en 1773 y dirigida al director de la Academia de Guardamarinas de Cádiz en la que citaba la localización exacta de la tumba de su padre: bajo un arco de mármol en ese convento. Era necesaria una puesta en valor de un hombre como él, de quien el Museo Naval montó una estupenda exposición en 2012 que congregó en Madrid (también se pudo ver en Cádiz) a más de 80.000 personas entre fieles y curiosos ávidos de saber más del este intrépido aventurero. La batalla decisiva de Blas de Lezo, que recupera el libro, tuvo lugar en 1741 en Cartagena de Indias, tierra donde es considerado un héroe por haber derrotado al general Vernon, impidiendo que los ingleses se hicieran con territorios americanos españoles, una de las mayores gestas de la historia militar.
Última batalla
A partir del documento hallado en el Museo Naval, el volumen arranca con la muerte del marino en 1741 para retrotraerse a los últimos días de su vida, esa última batalla y la vida de la familia tras su muerte, basándose en más de un centenar de fuentes inéditas que han recuperado de archivos de más de 15 ciudades.. «No es éste un relato de buenos y malos, eso queda para el cine y las novelas, sino un libro de Historia que explora las dimensiones militar y humana de Blas de Lezo, con sus múltiples matices», destaca Mariela Beltrán. Para Carolina Aguado la figura del marino ha pasado de ser absolutamente desconocida al extremo contrario, «pero quedó desdibujada porque se trataba del mito, no de su historia». La imaginería popular, que no conoce límites, no ha dejado de atribuirle a De Lezo gestas que no fueron tales o apresamientos de navíos que no existieron o que, al menos, habría que matizar, pues en ocasiones se han hecho suyas gestas en las que se dice que salió victorioso en inferioridad de condiciones frente al enemigo cuando la realidad es que la situación fue de igual a igual, como el caso del apresamiento de la fragata inglesa Stanhope en 1710.
También se han puesto en su boca frases conmovedores que jamás pronunció pero que forman parte de la leyenda, como el pronunciado en el lecho de muerte a su esposa sobre sus vástagos (nada menos que siete): «Dile a mis hijos que morí como un buen vasco, amando y defendiendo la integridad de España y del Imperio... Gracias por todo lo que me has dado, mujer... Ah, pero te ruego que no me traigas plañideras a que giman y den alaridos sobre mi cadáver...; no lo podría soportar... –Y luego murmuró casi imperceptiblemente–: ¡Fuego!, ¡Fuego...!», sentidas palabras que no queda constancia que salieran de su boca.