Adicciones

De cocainómano a terapeuta: «Consumía 6 gramos al día y llegué a tener sexo para poder drogarme»

Luis era un adolescente tímido que se metió su primera raya a los 17 años para intentar «encajar» en el grupo. Pero aquello se convirtió en una espiral de consumo que le llevó al borde de la muerte. Durante su desintoxicación descubrió que quería ayudar a otros en su situación

De cocainómano a terapeuta: «Consumía 6 gramos al día y llegué a tener sexo para poder drogarme»
De cocainómano a terapeuta: «Consumía 6 gramos al día y llegué a tener sexo para poder drogarme»

Se metió la primera raya cuando tenía 17 años. Luis Pérez no intuía que aquella «chiquillada» para hacerse notar en el grupo, ganar popularidad y conseguir a la chica que le gustaba se convertiría en poco tiempo en un infierno del que años más tarde consiguió salir. No fue fácil. Las llamas quemaban su cuerpo y el polvo blanco no solo destruía su mente sino todo lo que tenía a su alrededor. «Me sentía que no encajaba bien en los grupos y un poco rechazado por las chicas porque estaba ligeramente gordito. La que me gustaba estaba siempre con uno que consumía cocaína y pensé que si me metía en aquello también me haría caso», relata a este diario.

El consumo fue creciendo rápidamente. De hacerlo de manera puntual, pasó a ser la rutina de todos los fines de semana y así hasta que de lunes a domingo la cocaína estaba presente en su vida. A los 19 años ya era un adicto. «Dejé los estudios al terminar la E.S.O. y monté un negocio en Tarragona que iba como un tiro, era una empresa muy popular y facturaba mucho dinero, una barbaridad», reconoce.

Su contexto familiar tampoco era sencillo, lo que agravó su situación. Su padre desapareció cuando era pequeño, su hermana falleció en un accidente a los 13 años y su madre no paraba de trabajar. «Comencé a cruzar todos los límites, me metía cocaína sin freno y también bebía. A todo ello hay que sumarle el consumo desorbitado de prostitución. No tenía límites», detalla Luis.

Y es que todo lo que ganaba lo derrochaba en fiestas de droga y sexo llegándose a gastar mensualmente en cocaína unos 9.000 euros y en prostitución otros 10.000. «Al día podía llegar a consumir seis gramos de coca, o sea unos 35 gramos semanales tranquilamente. Esto es muchísimo. Incluso las personas con las que me juntaba, que la mayoría también eran consumidores, me decían que tenía que parar porque me iba a pasar algo. Mi día a día giraba en torno a la droga ya que la empresa funcionaba sola y no tenía que estar pendiente. Seguía facturando muy bien».

Eso sí, sus amigos desaparecieron, su novia le dejó, incluso los adictos como él se apartaron porque no podían seguir su ritmo. Se quedó solo atrapado en un círculo autodestructivo. En aquella época vivió situaciones terribles que prefiere no recordar. Pero hay una que todavía no puede borrar de su mente. «En una ocasión, mi familia y mis amigos no conseguían localizarme durante varios días. Estaban desesperados, pensaban que estaba muerto. Me encontraba encerrado en casa desde hacía varios días consumiendo cocaína y prostitución sin descanso. Llevaban días tocando el timbre, pero yo ni lo oía. Un amigo decidió tirar la puerta abajo y me encontró en un estado lamentable. Todavía pienso en el daño que hice a todos ellos y especialmente a mi madre», lamenta pese a que ha pasado ya más de una década de todo aquello.

Pero llegó el momento de decir basta después de una sobredosis que casi le entierra. «Me dio un ataque al sistema nervioso, me tragué la lengua y casi me ahogo. Al despertarme en el hospital y ver todo aquello reconocí que necesitaba ayuda. Fue el detonante para darme cuenta de que quería salir de esa situación, rehabilitarme».

Y así comenzó su segundo viacrucis. A los 22 años inició terapias psicológicas que no funcionaron y un año después ingresaba en una clínica de desintoxicación. Estuvo cuatro años, aproximadamente, entrando y saliendo de clínicas. Tuvo varias recaídas: «Entonces ya no tenía tanto dinero, había vendido la empresa, no podía costearme la cocaína como antes, así que comencé a vender cosas incluso mantuve relaciones sexuales con personas solo por poder meterme una raya».

Y es que, según explica ahora Luis, reconvertido en terapeuta de éxito para personas con adicciones, hay tres tipos de adictos, los que no reconocen que tienen un problema, los que sí lo hacen, pero quieren llevar la desintoxicación a su manera, y los que lo admiten y se ponen en manos de profesionales para que les guíen y cumplir así a rajatabla el proceso. «Yo al principio era de los del segundo tipo, no fue hasta que reconocí que aquello no funcionaba cuando conseguí liberarme de la adicción con ayuda y siguiendo las pautas de los especialistas. Las recaídas son muy duras porque aun teniendo la voluntad de recuperarme no entendía por qué no podía hacerlo».

Más de 200.000 euros invirtió en liberarse de su adicción. Las terapias no son baratas. Su familia y personas cercanas le ayudaron a poder costearlo.

Fue precisamente durante sus ingresos en la clínica cuando empezó a interesarse por el funcionamiento físico de las adicciones. Estudió y se formó en esos cinco años y al salir, a los 26 años, tenía claro que tenía que dedicarse a ayudar a otras personas que atravesasen el mismo infierno del que él había escapado.

Primero comenzó trabajando en la última clínica en la que estuvo ingresado y al poco tiempo, en 2021 puso en pie la Clínica de Desintoxicación Zeus, en Cataluña, que ahora cuenta con tres centros dirigidos a diferentes perfiles. «Se trata de un centro de desintoxicación a la vanguardia, las tres clínicas están en Cataluña y tratamos a todo tipo de pacientes en régimen de ingreso», comenta el CEO de Zeus, por donde además de centenares de anónimos también han pasado reconocidas celebridades.

[[H2:El precio de la «salvación»]]

Tratarse allí cuesta entre 4.000 y 30.000 euros, dependiendo de la categoría del tratamiento, donde la privacidad o la personalización del tratamiento varía. Entre los datos más llamativos que nos cuenta Luis, está el del elevado número de jóvenes adolescentes que acuden (impulsados por sus familias) a la clínica donde él es el director terapéutico. «Desde cuando yo me trataba a ahora ha aumentado mucho el número de adolescentes. Antes, la media de las personas que entraban en tratamiento estaba en los 24 años aproximadamente y ahora está en los 18 años», apunta.

Sobre el poder adictivo de la cocaína, este terapeuta y exadicto, cuenta que «la liberación de dopamina que se produce en el cerebro cuando se consume es mucho más elevada que la que se produce cuando se come o se tiene sexo. Cada vez que tomamos una raya de cocaína se nos enciende una especie de cartel luminoso en el cerebro que nos indica que esta conducta es necesaria para sobrevivir. El cerebro recuerda cuál ha sido esa sustancia que me hace sentir bien y cómo se ha conseguido, así el adicto repite esa conducta porque entiende que es necesaria para sobrevivir». Además, esta sustancia afecta a la amígdala que es la encargada de gestionar las emociones. De valorar lo que está bien y lo que está mal. «Todo el pensamiento y toda la gestión emocional se ve sometida al consumo, por eso un adicto vive por y para la ingesta de la sustancia en cuestión», añade.

Además, hay estudios que muestran que los adictos tienen un tercio menos de los receptores dopamínicos que cualquier otra persona. «Por eso, a veces, tenemos la incapacidad de sentir placer por ciertas cosas que otras personas si lo experimentan».

Pese a que el proceso de desintoxicación es muy duro, casos como el de Luis demuestran que es posible salir de él: «La culpa y la vergüenza te persiguen porque es una enfermedad que está muy estigmatizada. Pero llega un momento en que hay que decidir si quieres salir de esto o morir», sentencia.