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Bob Dylan continúa siendo ese completo desconocido (a pesar de James Mangold)
Timothée Chalamet despliega todo su arsenal vocal para encarnar al célebre músico en este biopic al uso dirigido por James Mangold que atesora ocho nominaciones en los Oscar, entre ellas, la de mejor actor
Sabemos de su identidad por sus canciones, de su vida por el viento, de su particularísimo misterio pretendido por su estética, de la estructura de su compromiso ideológico por sus letras y su manejo domesticado de la armónica pero también, en parte, por la narrativa cultural generada a través del cine y la literatura de todo lo que su influencia como músico ha significado para el siglo XX y parte del XXI.
De Dylan sabemos en realidad solo lo que queremos saber, considerando dentro de dicha ecuación voluntaria una variable fundamental el nivel de fanatismo o admiración que individualmente siga generando pase el tiempo que pase y ahora, de nuevo, en mitad de toda esta hollywoodiense fiebre disparada que no parece bajarse por el biopic musical, aterriza en las salas una película que pretende contribuir a la consolidación de ese misticismo generado alrededor de su figura pero que involuntariamente termina favoreciendo la amplificación de las dudas entorno a su parte más prosaica y terrenal: porque después de ver el último trabajo con el que el cineasta James Mangold opta a nada menos que ocho candidaturas en los Oscar, "Un completo desconocido", seguimos sin saber quién era Bob Dylan. Ni siquiera el descomunal trabajo que ofrece una joven celebridad como Timothée Chalamet consigue elevar la apuesta.
Reconocía el director durante el transcurso de una rueda de Prensa internacional concedida desde Londres en la que estuvo presente LA RAZÓN que su vinculación con el artista de 83 años devenido en críptica leyenda fantasmagórica fue, desde el comienzo, estimulante. "Una de las primeras cosas que me quedaron claras y que me alentaron bastante a la hora de afrontar este proyecto es que era un verdadero cinéfilo, que amaba el cine y conocía las películas. También las mías y sabía de historia del cine. Entendía la estructura dramática y comprendía en todo momento que, al hacer una película sobre una vida real o una parte de una vida real, hay una necesidad de enmarcar las cosas de una manera que las haga dramáticamente activas. La verdad es que fue un verdadero compañero, y encantador. Lo encontré muy alentador", subraya.
Una interacción previa con el sujeto de estudio, una aproximación al icono representado para testear en la medida de lo posible el tono que se iba a utilizar posteriormente para transformar el mito en carne que en el caso de Chalamet no sucedió en ningún momento porque "Jim no creía que fuera importante para crear a nuestro Bob y la verdad es que estoy muy contento con su elección, porque refleja su personalidad a la perfección". Y resulta particularmente curioso encontrar un paralelismo bastante próximo a ese modo de gestionar los procesos de construcción del personaje por parte de los directores desplazándonos momentáneamente a la cercanía geográfica del español Isaki Lacuesta y el caso de Daniel Ibáñez en "Segundo Premio". En una entrevista con este periódico días antes de la celebración de los Goya, el actor encargado de dar vida a Jota de Los Planetas, tocando y cantando también de manera auténtica las canciones de la banda de Granada y transparentando verdad durante el desarrollo de su trabajo, admitía que "la idea que te meten a ti como actor cuando vas a hacer un trabajo muy exhaustivo de profundización en la etapa vital de alguien que no está muerto normalmente es que vas a tener la ayuda de la persona en cuestión. En este caso no fue así y tanto Isaki como Cristóbal (el productor) no querían que yo me acercara a él porque me decían que la esencia del Jota que yo quería representar con veintipocos años no era la misma que la del Jota de ahora".
Tanto en el caso de Ibáñez como en el caso de Chalamet, con independencia de la evidente diferencia en términos de dimensión universal y trascendencia cultural de los distintos músicos encarnados, el acercamiento que se produce a la figura elegida se hace a través del misticismo de una conexión dibujada solo por una parte, de un estudio autónomo e imaginativo por parte del intérprete en el que la intuición y la sensibilidad adquieren un nivel de implicación que va más allá de lo estrictamente profesional. No hay réplica, ni eco, ni "feedback", solo presentimiento, investigación y en el más aventajado de los casos, talento.
El mismo que ha llevado al francoestadounidense de 29 años a estar nominado por segunda vez al Oscar como mejor actor –la primera fue por su conmovedor y luminoso papel en "Call me by your name"– y a competir en el Dolby Theatre de Los Ángeles durante la madrugada de este domingo 2 de marzo con actores de la talla de Adrien Brody o Ralph Fiennes.
Sentido frágil del destino
En este sentido, el también actor de "Dune", cuya actuación abarca una horquilla temporal en la vida del artista que va desde su discreta llegada al Nueva York de la década de los sesenta con apenas 19 años hasta la monumental controversia generada sobre su uso de instrumentos eléctricos en el Newport Folk Festival de 1965 tras haberse producido ya una meteórica consolidación como estrella, reconocía recientemente en una entrevista sobre la conexión preparatoria establecida con el compositor de Minnesota que "estaba viendo el otro día una entrevista de Ed Bradley con Bob Dylan, esa famosa entrevista de 2004, y Bob ahí dice que su conexión con su sentido del destino era frágil. Me gusta que usara esa palabra ‘‘frágil’’ porque siempre sentí que mi conexión con Bob era frágil", explica.
Y prosigue: "llegué a su música en un momento cultural en el no mucha gente a mi alrededor llegaba a Bob Dylan. Así que me sentí muy conectado a él. Tuve que aprender lo famoso que era en los años 60 y 70. Al principio, pensé que él era una delicia y cuando empecé a trabajar en la película, como todo el mundo tiene una opinión sobre Bob, especialmente como fan, sentí que mi conexión con él se volvió frágil y tuve que proteger ferozmente eso y lo que, como el tipo de actor que soy, es realmente importante, que es parte del juego, no me gusta hacerlo mecánicamente".
Cinco años de preparación y entrenamiento musical para la construcción de un papel que el propio Chalamet define como "una experiencia de vida" es algo que no deja de resultar extremadamente meritorio para un actor que en mitad de la subjetividad de una industria complicada y especialmente competitiva busca algo que Dylan ha sido capaz de conseguir a través de la enigmática alquimia de sus acordes filosóficos: grandeza.