Sección patrocinada por sección patrocinada

Cine

"Rivales": el drive más sexy con el que Zendaya salpica y traspasa la red

La estrella coprotagoniza junto a Josh O’Connor y Mike Faist el nuevo y excitante trabajo de Luca Guadagnino que utiliza el mundo del tenis como telón de fondo para vertebrar un triángulo amoroso explosivo

Mike Faist, Zendaya y Josh O’Connor (de izda. a dcha.) protagonizan el potente trío amoroso de «Rivales»
Mike Faist, Zendaya y Josh O’Connor (de izda. a dcha.) protagonizan el potente trío amoroso de «Rivales»Imdb

En un rapto de tiernísima inocencia y errado convencimiento, habrá quien piense que aquella escena de «Call Me By Your Name», fijada para siempre en el imaginario colectivo de lo deseado y lo prohibido –que casi siempre resulta ser la misma cosa– en la que Elio, ese joven acunado por el aburrimiento de la canícula en la Italia de los ochenta y exponente de la pasión homoerótica que disparó la fama internacional de Timothée Chalamet, se masturba con ayuda de un melocotón, es el zenit erótico del cine de Luca Guadagnino, el opus magnum de la sensualidad proyectada por el realizador italiano, su cumbre más traviesa de la lujuria ilustrada (y eso que el oriundo de Palermo cuenta con varios ejemplos en su haber). Pero tenemos una mala noticia o una muy buena, según el nivel de expectativas del lector y potencial espectador: se equivocan. Cierto es que en «Rivales», el último y esperadísimo trabajo del también autor de «Yo soy el amor» no hay frutas lubricadas ni duraznos rebosantes, pero desde luego no faltan pelotas. En el sentido literal y figurado del término.

Sirviéndose de la excitación involuntaria de los cuerpos en movimiento que propicia de manera evidente la práctica de un deporte, Guadagnino escoge de manera acertada el competitivo mundo del tenis profesional para vertebrar un relato apresurado y agradecidamente explosivo que poco o nada tiene que ver con las raquetas y sí mucho con los golpes de efecto y las dinámicas de poder en las relaciones sentimentales. Para llevar a cabo dicha tarea, la película, consciente de las limitaciones de su pretexto narrativo (hecho que propicia una consecución de frames fácilmente confundibles con disfrutonas pero superficiales píldoras publicitarias de alguna marca deportiva) y ambiciosa en la ejecución de un montaje rapidísimo empastado con la celeridad de los derechazos efectuados por sus protagonistas, se sustenta en el dibujo de un triángulo amoroso a prueba de drives.

Un fotograma de "Rivales"
Un fotograma de "Rivales"Imdb

Zendaya, otrora icono Disney reconvertida en exponente generacional viralizada, referente de estilo y actriz de moda tras su paso por «Euphoria», interpreta aquí –además de producir el filme– a una antigua estrella del tenis portadora de un ego casi tan largo como sus piernas que tras sufrir una temprana retirada impuesta por una lesión de rodilla se recicla profesionalmente como la entrenadora de su marido.

Asentada en un matrimonio de apariencia idílica en el que su fuerte obsesión por el tenis monopoliza un porcentaje mayoritario de las conversaciones y el tiempo dedicado a los afectos con un campeón que atraviesa una racha de derrotas bastante considerable, Tashi (Zendaya) se sumerge en una arriesgada y excitante estrategia para intentar encaminar la redención de su marido Art (al que da vida Mike Faist, del que pudimos disfrutar en «West Side Story»). Una redención que, en este caso, consiste en conseguir hacerle ganador de un Grand Slam y que se encuentra condicionada por el inesperado e inminente enfrentamiento en la pista durante un torneo menor, un challenger, contra el anárquico en términos deportivos y sentimentalmente inmaduro Patrick –hipnótico Josh O’Connor–, antiguo mejor amigo de Art y ex novio de la ahora entrenadora con un talento salvaje para la raqueta.

De esta forma, jugando con la línea cronológica de los acontecimientos sucedidos años atrás (cuando el trío era joven y ansioso y su paso por la universidad y por los circuitos condicionó su relación entrelazada) para explicar el porqué de unas reacciones actuales atravesadas por el dolor, la sensualidad desbordada y una pasión agujereada por la culpa y el deseo, el cineasta italiano quiere proponer con «Rivales» un irresistible juego especulado de seducciones en el que ganar se convierte en el único objetivo a perseguir fuera del terreno de juego.

Una rave en la pista

Guadagnino nos advierte esta vez del poder magnético que surge cuando la intensidad se manifiesta en los comportamientos humanos para explicitar nuevamente lo mucho que le interesan las complicaciones en una relación -reflejadas a través esa dicotomía emocional entre el hombre arrodillado que te idolatra (Faist) y el erguido que se sitúa a tu mismo nivel para desearte (O’ Connor)-, especialmente cuando se mueven en el peligroso filo de la toxicidad o el exceso de dependencia.

Tal y como aseguraba en una reciente entrevista promocional con motivo del estreno, "las relaciones implican control sobre el otro, pero, al fin y al cabo, también implican control sobre uno mismo. Esos elementos fueron muy importantes para mí. No sabía nada de tenis, pero mi trabajo como realizador consiste en estudiar y descubrir cosas que desconozco. Para mí resultó ser una gran oportunidad para comprender cómo la dinámica del deseo y la dinámica del control y el autocontrol se reflejan en la belleza y el espíritu atlético del tenis".

Josh O'Connor en "Rivales"
Josh O'Connor en "Rivales"Imdb

Esa oscilación en el control y en el sujeto que lo ejerce mencionada puede canalizarse a través de un talento para el arte o cualquier otra disciplina como el tenis, cuyos resultados obtenidos pueden llegar a asemejarse con los efectos de un afrodisíaco. No es tanto que nos ponga ganar, sino que nos encienda ver cómo pierde el de enfrente. Por eso a Tashi le genera una excitación velada que su marido gane o que Patrick se deje ganar, porque en el esquinero de su deseo permanecen respirando todas las contradicciones que definen su forma de relacionarse con los hombres y con el éxito, pero también con los incontrolables flecos de su propia vanidad. Por eso resulta casi imposible no contemplar con un nivel considerable de ensimismamiento cómo una volea va de un extremo a otro de la pista mientras las gotas de sudor de la frente de O’ Connor resbalan de manera cadenciosa por su cara al ritmo potentísimo y musicalmente revolucionario del techno propuesto por la oscarizada dupla de compositores integrada por Trent Reznor y Atticus Ross, que ya colaboraron con Guadagnino en “Hasta los huesos”, su anterior película.

Y así, entre fuertes raquetazos instrumentalizados con la electrónica ravera de lo formalmente rupturista, tensas disputas dialécticas con la atracción sexual como detonador del reproche (¡y hasta del escupitajo!), ardientes encuentros en saunas, intercambios ambiciosos de saliva y la pulsión de un deseo irrefrenable nacido en el pasado que parece incapaz de morir en el presente, transcurre una historia de estética visual innovadora, coordinada por unos personajes tan insultantemente sexys, atrayentes y tentadores que son capaces incluso de convertir una pelota de tenis en algo mucho más excitante que el melocotón de Elio. Si todavía dudan, estén atentos a la posición adquirida por la bola en el último saque de Patrick: caerá más de una sonrisa de perversa complicidad.