Borges: no lo cite, léalo
La RAE lanza un volumen «esencial» de la obra del argentino a los 30 años de su muerte y anima a adentrarse «quitándole hierro» en una producción narrativa, lírica y ensayística más referenciada que conocida
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«Como dijo Borges...». ¿Cuántas veces –en televisión, en conferencias, en un bar si nuestros amigos son dados a erudiciones– hemos escuchado esta coletilla?
«Como dijo Borges...». ¿Cuántas veces –en televisión, en conferencias, en un bar si nuestros amigos son dados a erudiciones– hemos escuchado esta coletilla? Y es que el escritor porteño, él, «que tantos hombres ha sido», es uno de esos autores (piénsese en Oscar Wilde, Shakespeare...) que está en boca de todos, y todos, en un momento dado, podemos recurrir a él, de forma a veces apócrifa, para cubrirnos de autoridad. Como buen clásico, sus frases nos llegan manoseadas y a veces pueden dar pie al equívoco, al ridículo o incluso al puro culebrón. Le pasó a Héctor Abad Faciolince cuando tituló su novela magna, «El olvido que seremos», con un presunto verso de Borges; los críticos y los borgianos de pro se le echaron al cuello: que aquello era falso, dijeron; pero tras una investigación más que minuciosa bizantina, el colombiano descubrió que aquel verso que hasta María Kodama, la viuda del argentino, daba por apócrifo, era puramente borgiano. Con las citas pasa lo que con las coplas, que decía el bueno de los Machado («No sabía que Manuel tuviera un hermano», ironizaba Borges): «Hasta que el pueblo las cantas, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe su autor».
► Leerlo o releerlo
A Borges, que no deja de ser un autor bastante leído para los estándares actuales, le sucede precisamente eso: que, pese a todo, «es mucho más citado que leído», según Teodosio Fernández, Catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Autónoma de Madrid. El personaje se está comiendo a la persona y el mito al escritor. Urge no ya leerlo o reelerlo, sino, como sugería Bolaño (la cosa va de citas), «releerlo otra vez». Para cada uno de esos tres supuestos se publica «Borges esencial», un volumen conmemorativo de los 30 años de la muerte del argentino, editado por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española (que integra 23 países) y la editorial Alfaguara. En 2004, con la primera parte de «El Quijote», a los 400 años de su publicación, arrancó esta serie de obras conmemorativas, que va por la novena entrega y en las que ya figuran textos de Ruben Darío, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Camilo José Cela, entre otros. El «gran público» es, según Darío Villanueva, director de la RAE, el destinatario de estas piezas que, asegura, pueden hacer las delicias también de los expertos por sus amplios contenidos anexos. «Borges esencial», que ya ha salido a la venta en España y viajará a toda Latinoamerica entre agosto y septiembre, sale con una tirada de 35.000 ejemplares. «Quien lo lea –señala Pilar Reyes, editora de Alfaguara– se hará una idea bastante precisa de este prodigio de escritor que se inscribió en la tradición universal».
Pero, ¿qué podemos encontrar en este volumen? Nada que se salga del canon, nada sorprendente para quien ya conozca en profundidad la obra de Borges, pero sí la misma «esencia» de su producción: sus dos colecciones más famosas de cuentos («Ficciones» y «El Aleph»), una antología de poemas recogidos entre 11 poemarios (entre ellos, el conmovedor «El amenazado» y el confesional «On his blindness») y 38 artículos ensayísticos que nos permiten adentrarnos en el Borges lector y crítico. «La esencia de un escritor de esencias», destaca Villanueva, lo mejor de un autor que, añade, «se mantiene con lozanía» a los 30 años de su muerte. Un Borges que se maneja a su gusto entre los géneros («los abolió todos», destaca Reyes), pero que, como recuerda Teodosio Fernández, se sentía «ante todo poeta». De hecho, según los expertos, su producción lírica, que arranca en los años 20 y que sostuvo hasta su muerte, está siendo reivindicada en los últimos años frente a sus cuentos, lo más conocido, leído y admirado de su obra. El volumen se completa con un glosario y una crono-bio-bibliografía que permite incardinar la vida y obra del argentino y contextualizarla con su tiempo.
Pero en «Borges esencial» están, fundamentalmente, sus laberintos, sus ruinas circulares, los espejos, los dobles, los caprichos del tiempo y el destino, Buenos aires y Mesopotamia, sus queridas bibliotecas... «Todas sus obsesiones narrativas y filosóficas», apostilla el académico José María Merino, para quien esta edición conmemorativa supone una muestra «rica, precisa y abundante» de todos los componentes que hacen de Borges un gigante de la literatura universal del siglo XX.
w «hay que quitarle hierro»
Eso sí, para acercarse a un icono hace falta un punto de irreverencia, según Teodosio Fernández. Él, como profesor de Literatura Hispanoamericana en la UAM, está acostumbrado a analizar la reacción de los nuevos lectores con la obra del argentino. «Es un escritor que crea verdaderas adicciones –señala–, pero hay que acercarse a él quitándole hierro», a pesar de que disciplinas de entrada tan áridas como la metafísica, la filosofía, las matemáticas sean troncales en su producción. «Es un señor divertido si no nos lo estropean», asegura Fernández; un autor que paladear de primeras, sin referencias, «alguien con quien es mejor no tener demasiadas certezas ni teorías». Dejarse seducir por su manejo del idioma y la densidad y multiplicidad de sus temas.
Para los académicos, el español de Quevedo, de Cervantes, de Rubén Darío, es indisociable de la obra de un autor que, provocativamente en muchas ocasiones, valoraba por encima el inglés que el castellano, hasta el punto de haber leído «El Quijote» primero en el idioma de las islas británicas y luego en la «mala traducción», ironizaba, al castellano. Borges fue traductor del inglés y profundo conocer de esa lengua. Sus referencias a Shakespeare, a Milton, y tantos otros autores de tradición anglosajona, son infinitas, pero la precisión y riqueza en el uso del castellano hacen de él un referente indiscutible en nuestro corpus literario. Él mismo se resignaba a la evidencia del poder de la lengua: «El idioma no es solo un instrumento sino una tradición y un destino».
Borges fue uno y muchos, como queda claro en los ensayos de este volumen: allí encontramos su pasión incondicional por Dante y la «Divina Comedia» («El ápice de la literatura y de las literaturas», decía), su erudición en torno a autores tan dispares como Emmanuel Swedenborg, tan de su gusto cabalístico, los romántico Coleridge y Keats, Joyce, Berbard Shaw, Américo Castro, Homero, siempre Homero... Y, cómo no, su conflictiva relación con Cervantes y su «Quijote», a quien siempre dio una de cal y una de arena. Pero basta leer piezas como el clásico «Pierre Menard, autor del ‘‘Quijote’’» y «Magias parciales del ‘‘Quijote’’» (ambos en el volumen) para entender hasta qué punto Borges se veía reflejado en el modernísimo juego de espejos del manco de Lepanto, como al analizar, o desmenuzar, el sexto capítulo de la segunda parte de las aventuras del hidalgo: «El barbero, sueño de Cervantes o forma de un sueño de Cervantes, juzga a Cervantes». Los «mismos juegos de extrañas ambigüedades» que en toda la obra borgiana (o borgesiana, que también se admite).
Un año antes de morir, en 1985, este poeta ciego en los últimos tiempos, escribió: «Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros». Él mismo ideó en 1944 aquella biblioteca de Babel que «se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas» y que era de las dimensiones del universo entero. Por eso, según Teodosio Fernández, Borges hubiese estado «encantado» de estar ayer en la presentación de esta antología en la casa de la lengua española.