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Carlos Santos: «La vida después del Goya es igual»

Estrena en el Nuevo Teatro Alcalá «Un tonto en una caja» a la vez que repone «75 puñaladas» en el Alfil.
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Estrena en el Nuevo Teatro Alcalá «Un tonto en una caja» a la vez que repone «75 puñaladas» en el Alfil.
Tomar de nuevo el Alfil –los martes hasta el 6 de junio– con «75 puñaladas» le sabía a poco, así que también se ha hecho con el sótano del Nuevo Alcalá –hasta el 11 de junio–para meter a «Un tonto en una caja» –de Martín Giner– y hablar de las reglas que nos rigen. Dice Carlos Santos que ha sido sin proponérselo, «sin darme cuenta», y le echa la culpa a su amigo Pedro, «que me ha arrastrado». Dos espectáculos en los que el intérprete da un paso atrás –o adelante– para tomar el mando. Le picó el «gusanillo» de la dirección y allá que se metió. Si tiene que elegir, no lo piensa: «Todo». Ni solo actuar –Actor Revelación en los últimos Goya por hacer de Luis Roldán–, ni solo dirigir. ¿Tele, teatro o cine?: «Ir de uno a otro». De momento, lo que toca –más una serie que está rodando– es dirigir sobre las tablas para «tiranizar un poco a los actores», bromea. Y sus motivos tiene viendo un pequeño percance en la caja protagonista:
–(Risas) Son unos brutos, no me la cuidan.
–¿Qué pinta una caja en medio del escenario?
–Sobre ella se mueve la función. Podría simbolizar muchas cosas, como las reglas que nos rigen. Creemos que son inamovibles, pero realmente somos nosotros los que regulamos, que lo hacemos realmente mal, ya se ha visto en los últimos años. Nos hemos dado unas normas de convivencia que no parecen las más indicadas.
–Una cosa es el papel y otra la acción.
–Exacto. Parece un orden intocable y cada día se demuestra que hay que autorregularse de otra manera. Hay alternativas.
–¿Cuáles?
–Si lo que haces no funciona cámbialo, es una ley científica.
–Prueba-error.
–Si el resultado no te gusta no hagas lo mismo. A nivel mundial nos ha llevado a un reparto que no parece el más lógico.
–¿Eso es un fallo «notable»?
–¡Claro! La obra es una especie de distopía: una sociedad alternativa que separamos entre «notables», «grandes» y «pequeños», unas clases sociales muy alejadas entre sí.
–Como decía, algo acrecentado en los últimos tiempos...
–Y la diferencia de que te vaya bien o mal depende de algo tan aleatorio como nacer en Zambia o Berlín, incluso en el barrio rico o pobre dentro de ésta. Es lo que me interesó de la pieza; eso y que fuera una comedia hilarante. Siempre digo que soy un poco Mary Poppins: «Con un poco de azúcar la píldora entra mejor».
–Que no se pierda la sonrisa.
–El humor hace que los mensajes penetren mucho mejor, nos abre la conciencia.
–No hay nada como relajarse...
–Como cuando el médico te empieza a marear para ponerte una vacuna.
–¿Tiene sello propio el Carlos Santos director?
–Partiendo de que es una casualidad que yo dirija, diré que no es un objetivo. Me gusta trabajar con los actores y exprimirles al máximo, profundizar en el texto y llevar a los intérpretes por el camino que creo correcto. Pese a no buscar el sello, probablemente lo haya: que sea todo muy limpio, sin cosas gratuitas, pero lo que me apasiona es pasármelo pipa en los ensayos estrujando y tiranizando a los actores.
–Aproveche ahora que puede.
–Ahora me toca a mí disfrutar (risas).
–Entonces, ¿es notable, grande o pequeño?
–(Piensa) Creo que todos somos pequeños, aunque deberíamos ser notables o grandes. Pero lo que falla es el tener que dividirnos. La idea de las etiquetas está presente aquí desde el cartel, en el que se ve a todos desnudos con la diferencia de un brochazo de color que representa su clase social.
–¿Ser notable es ser malo?
–No. Creo que lo que está mal es la forma de autorregularnos. Parece que unos deben tener mucho y otros nada porque lo ha dicho un ente extraterrestre. En Grecia los políticos eran los más sabios, ahora eso no está claro. Probablemente lo sean los que los mueven a ellos para trabajar en su beneficio.
–Dice que este proyecto le ha vuelto tonto.
–Sí, porque no eres consciente de donde te metes. Empieza a volar la imaginación y es muy difícil volver atrás y pensar con cabeza fría.
–¿Y un Goya te vuelve tonto? ¿Cómo es la vida de después?
–Sigo sin digerir nada. No he parado desde que me nominaron. Pasábamos de una cena en el Ritz a ensayar en un local de Usera. La vida después del Goya es igual.
–¿Dónde tiene al cabezón?
–En un altavoz al lado de la chimenea. Es muy tranquilito, me mira, yo a él, no dice gran cosa.
–Al menos le pasará el polvo de vez en cuando.
–Un poco de plumero y listo. Pero lo bonito de un Goya es celebrarlo currando.
–La fiesta de después tampoco estará mal...
–Si te digo al verdad, me atrapásteis los periodistas y ni siquiera me dejásteis ver a mi familia hasta las 3 de la mañana.
–No haberlo ganado...
–(Risas) Haber elegido muerte. No, no, me sacrifico otra vez si hace falta.
–¿Quita peso de encima o al revés?
–Nunca puede ser un objetivo. Si cuando empecé me dicen que en 2017 iba a ganar me parto el culo en su cara. No es algo que dependa de uno, son muchos factores: un buen proyecto, un buen director, un buen personaje... Es un papel que te cae una o ninguna vez en la vida.

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