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Las cartas eróticas de Joyce a su mujer Nora: “Me gustaría que utilizaras ropa interior negra “

Hoy llega a las librerías el primer volumen con el epistolario completo del gran escritor bajo el cuidado de Diego Garrido, una obra en la que aparece desde una perspectiva más privada, sobre todo en las cartas a su esposa Nora
 James Joyce en Zúrich con Nora Barnacle, 1930
James Joyce en Zúrich con Nora Barnacle, 1930Paris Review
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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El hecho de que la obra de James Joyce esté libre de derechos ha hecho que el mercado editorial se llene de títulos del gran autor irlandés, especialmente con nuevas ediciones de «Ulises», su indiscutible obra maestra. Pero también están llegando, por fortuna, algunos libros que no eran accesibles al lector español. Uno de los más ambiciosos se presenta hoy en las librerías y es el primer tomo del epistolario completo de Joyce. «Cartas. 1900-1920», bajo el cuidado y traducción de Diego Garrido, editado por Páginas de Espuma, es una herramienta imprescindible para conocer al Joyce privado.
Hagamos un poco de historia de la mano del propio Garrido. En conversación con este diario explica que la ambiciosa propuesta tiene como punto de partida tres tomos realizados por dos autores distintos. El primero de ellos, en 1957, fue obra de Stuart Gilbert, amigo de Joyce, quien recogió aquellas cartas que iban a resultar incómodas a los herederos, dando como resultado un retrato aburrido y amable. Tras él llegó Richard Ellmann, considerado como el mejor biógrafo que ha tenido el genial irlandés. Ellmann no era amigo de la familia, así que no se autocensuró y, en 1966, a lo largo de dos extensos volúmenes, recopiló a James Joyce con todas sus contradicciones. El mismo especialista también fue el responsable de una antología con sus cartas favoritas y donde añadía algunas de las que Gilbert había ocultado, especialmente las que el escritor había enviado a su paciente esposa Nora. Con los años han aparecido más misivas pero nunca se ha llegado a realizar un epistolario completo. «Ese era un proyecto que tenía Ellmann, pero finalmente no pudo ser. En esta edición está todo lo que por ahora se ha conservado», explica Garrido, quien cifra en algo más de 1.500 el número de misivas conservadas por ahora, aunque siempre puede aparecer una inédita traspapelada en un archivo público o privado.
Pero lo que surge de este material es el retrato de un escritor que se preocupó de no ponérselo nada fácil a quien quisiera indagar sobre sus andanzas tras su muerte. «James Joyce fue un escritor privado que se preocupó en ser misterioso. Se negó a conceder entrevistas, y, cuando lo invitaron a dar una serie de conferencias en Estados Unidos, declinó participar. Eso hace que al aparecer la selección de Stuart Gilbert, Bioy Casares y Borges quedasen muy decepcionados, porque todo el material era muy amable. En cambio, lo que publicó Ellmann mostraba a un Joyce real obsesionado con su obra. Con estas cartas se hace humano a un escritor que quiso ser misterioso y oscuro. Él decía que era muy sentimental, pero no quería que se viera eso en su literatura», apunta Diego Garrido.
Una especie de mito
Las cartas de James Joyce se han convertido en una especie de mito literario gracias, sobre todo, a la correspondencia que mantuvo con su sufrida y paciente esposa Nora Barnacle. Censuradas en un primer momento por la familia, Ellmann las rescató de esta prohibición. «Es la parte más leída, más morbosa, pero la que literariamente tiene menos valor. Son cartas con una intencionalidad masturbatoria. Nora destruyó las suyas, pero se han conservado las de su marido», asegura Garrido.
Un buen ejemplo de todo ello es una extensa carta escrita por Joyce desde su Dublín natal y dirigida a su «pequeña silenciosa». El autor del «Retrato del artista adolescente» se encontraba lejos de su compañera y sin noticias suyas, pero él se moría porque «leas una y otra vez todo lo que te he escrito. Algunas cosas son feas, obscenas y bestiales, algunas puras y sagradas y espirituales: todo soy yo. Y creo que ahora ves lo que siento por ti. No pelearás más conmigo, ¿verdad que no querida? Mantendrás mi amor siempre vivo». El escritor se encontraba de vacaciones, pero no pudo relajarse por los varios frentes que tenía en ese momento abiertos. Solo lo tranquilizaba pensar que pondría verse pronto con Nora. A este respecto le añadía que «espero que estés tomando tu cacao cada día y espero que ese cuerpecito tuyo (o más bien ciertas partes de él) estén poniéndose un poco más llenas. Me estoy riendo en estos momentos al pensar en esos pechitos tuyos de niña. ¡Eres una persona ridícula, Nora! (...) Y sin embargo qué blando se pone mi corazón cuando pienso en tus hombros delgados y tus miembros de niña. ¡Mira que eres granuja!» En esa carta, como pasa en algunas más de las que escribe a Nora Barnacle, nos aparecen detalles muy íntimos y explícitos sobre la relación epistolar que mantenía la pareja. En este sentido, Joyce le escribía que «¿fue para parecer una niña que te quitaste el pelo de entre las piernas? Me gustaría que utilizaras ropa interior negra. Me gustaría que estudiases cómo complacerme, cómo provocar mi deseo por ti. Y lo harás, queridísima, y seremos felices ahora, lo siento». Todo ello concluía con un ruego: «Me quieres, ¿no es verdad? Me tomarás ahora en tu seno y me protegerás y tal vez me compadecerás por mis pecados y locuras y me conducirás como se conduce a un niño».
Otro de los grandes temas que encontramos en este volumen con más de un millar de páginas es el imperecedero objetivo por lograr dinero como sea, intentar huir de la desesperación económica que tanto ahogaba al autor de «Finnegans Wake». «Fue prácticamente un manirroto toda su vida», apunta Diego Garrido para señalar a Stanislaus Joyce, hermano del escritor, como el principal valedor y salvavidas cuando las cosas no iban bien, algo que sucedía con demasiada regularidad.
En una postal desde Roma, por ejemplo, el autor se definía ante su hermano como alguien con la «boca llena de muelas cariadas» y con «alma llena de ambiciones rotas». Dos años más tarde, en Dublín, Joyce le rogaba al paciente Stanislaus que «por Cristo manda ya el dinero a no ser que quieras verme en un manicomio. Aquí no se puede hacer nada. Ir a tu mejor alumno es lo más sencillo. Di que la escuela te ha mandado a paseo y pide el pago de un año por lecciones quincenales como hice yo con Schimtz. Irá como un tiro y este invierno ganaremos toneladas de dinero y seremos felices como el mismísimo diablo».
Joyce incluso aportaba algunos consejos sobre cómo se le podía enviar el dinero que tanto necesitaba: «No mandes el dinero en billetes. Compra un cheque, mételo en un sobre y mándalo aquí inmediatamente certificado y urgente». En las páginas de este libro, además de la voz de James Joyce, también nos encontramos la de algunos de sus amigos o aquellos que confiaban en el talento del responsable de «Dublineses». De esta forma podemos leer algunas de las pocas cartas conservadas de Nora a su marido, las de la madre del escritor o las de Ezra Pound, otro de los indiscutibles hombres de confianza del padre literario de Leopold Bloom. También podemos saber de los esfuerzos de W. B. Yeats para promover el trabajo de su paisano James Joyce, como cuando le afirma al poeta Edmund Gosse que «voy al grano. Joyce ha escrito un libro de versos, “Música de cámara”, y un notabilísimo libro de cuentos, “Dublineses”, que he pensado para su premio del Comité Académico».