César Vidal: «Si hoy tratas de ser imparcial ,estás condenado»
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«Corría el año 1958 cuando en Vallecas un barrio obrero de Madrid...» Así podría narrar César Vidal el inicio de las memorias. «No vine para quedarme. Memorias de un disidente» (Plaza & Janés) no es sólo una colección de lo más esencial de sus vivencias desde la infancia, es también un retrato histórico de los últimos cincuenta años en España. Sus comienzos como abogado, su pasión por la historia, su vocación periodística y literaria, sus crisis de fe, su abandono de la izquierda o su salida de la radio. Columnista de LA RAZÓN, reside ahora en Miami. Se le ve sereno, relajado.
–¿Por qué ahora unas memorias?
–Acabó una etapa. Ahora vivo fuera, tengo tiempo y con mi edad ya se tiene cierta perspectiva. No creo que unas memorias deban de hacerse para ajustar cuentas con nadie. De hecho, omito muchos nombres.
–No vino para quedarse.
–Yo nací muerto, no respiraba, tenía el corazón parado y tuvieron que reanimarme dándome masajes. Esto ha sido una constante en mi vida porque aquí no nos vamos a quedar, sólo estamos de paso.
–¿Cómo vivió su infancia en el tardofranquismo?
–Viví la etapa buena. La primera fue pavorosa, sobre todo en lo económico, pero los años sesenta fueron otra cosa. Había ausencia de libertad, gran precariedad económica y una Iglesia omnipresente cuyo peso social era asfixiante. En absoluto fue una época dorada. Lo que ocurre es que con dos millones de emigrantes enviando divisas y las mujeres en casa...
–Su búsqueda espiritual le llevó a una secta. ¿Cómo le marcó esta experiencia?
–Mucho, pero al final el balance fue positivo porque desarrollé la capacidad crítica. De mi paso por ella y del ejercicio de la abogacía aprendí mucho sobre la naturaleza humana y su comportamiento. Ambas fueron maestras porque se me desplomaron muchos mitos, como la fe en la Justicia. Mi generación tenía cierto idealismo y se le vendían valores, pero descubres muchas cosas. Por ejemplo, que no se aplica Justicia, si acaso se aplican las leyes.
–Se hizo protestante. ¿Qué lo separa de la Iglesia católica?
–Crecí en un contexto católico, pero me aparté al leer el Nuevo Testamento en el original griego. Intenté encontrar lo que descubrí ahí y esto ocurrió en la Iglesia evangélica. Hay una inmensa distancia entre lo que leía y la Iglesia que, como institución, es el resultado de una evolución histórica, a veces contradictoria, en la que, junto al elemento cristiano existen otros añadidos, como el Derecho romano, o la filosofía griega, que en mi opinión, nada tienen que ver. Los monopolios, sean cuales sean, tienen mala influencia. La evolución en lugares donde han competido varias iglesias es más rica que el maridaje con el poder, como ha ocurrido en España históricamente. Eso es impensable en países como los anglosajones.
–Le llaman «franquista».
–Aquí hay una serie de castas que son «iglesias» únicas y verdaderas –partidos, nacionalismos...– y, o perteneces a ella, o eres un hereje. Si estás dentro puedes ser hasta delincuente, pero por bueno que seas, si estás fuera... Yo estuve a punto de ir a la cárcel por ser objetor con Franco y no fui porque murió antes, lo que no pueden decir muchos antifranquistas sobrevenidos después de su muerte. Objetores éramos pocos y en la facultad de Derecho apenas encontré luchadores contra el régimen. Hoy no se entiende que uno esté contra la dictadura y escriba sobre las «checas» de Madrid. Si tratas de ser imparcial, estás condenado.
–¿Cómo dejó de ser de izquierdas?
–Visité la Nicaragua del sandinismo creyendo que su revolución podía ser una tercera vía. El viaje me enseñó dos cosas. Una, que no era así, que era una dictadura igual de repugnante que la soviética y, otra, que se manipulaba la opinión pública. La propaganda falseaba las noticias del frente sandinista. En realidad oprimían al pueblo de forma cruel, lo privaban de libertad y le echaban las culpas de sus penurias al imperialismo. Me fui desencantando. Después, la corrupción, la falta de libertad de los totalitarismos socialistas y mi creencia en el individuo me llevaron a romper definitivamente con ella.
–¿Qué balance haría de Aznar y Zapatero?
–Aznar salva el sistema para una época, no regenera. Relanza la economía y entramos en el euro. Se salva por sus dos legislaturas. Zapatero, lo dinamita. No es consciente del pacto que cuajó en la Constitución del 78. Pretende un nuevo pacto excluyente y lo erosiona hasta dejarlo irrecuperable. Las élites que fundaron el sistema mantienen sus privilegios y se adhieren otras nuevas que disparan y multiplican los gastos de manera desorbitada.
–¿Qué opina de los nacionalismos?
–Asistimos a una manipulación. El intento de instrumentalizar la historia de España cuaja porque se les entregó la educación y se le dio el arma para poder reinventarla. Al final, esto produce una fractura.
–¿Y de las subvenciones?
–Soy contrario a todo tipo de subvención. La gente debe pagarse sus sindicatos, sus partidos, sus iglesias, sus ONG...El dinero público no está ni para esto ni para dárselo a la Banca. Pretender que estas cargas recaigan en la gente es inmoral.
–¿Qué es para usted la libertad?
–La libertad es el bien más absoluto y lo que más valoro. Está por encima del bienestar material. El amor a ella forma parte de mi carácter. La necesito para todas las facetas esenciales de mi vida. Por eso elegí EE UU para vivir entre una baraja de posibles países, porque me garantizaba la libertad.
Frente al pelotón de fusilamiento
Cuenta Vidal que realizó un viaje a Centroamérica para asesorar sobre la objeción de conciencia y por dos veces se vio delante de un pelotón de fusilamiento en el plazo de una semana, salvando la vida milagrosamente. «Algo que me marcó para siempre. Recuerdo tres cosas: que las orejas me ardían, que mi cerebro bullía aceleradamente intentando que se me ocurriese algo, pero no funcionaba y lo más importante, la sensación de que aquello no acababa allí aunque muriese, que no era una ruptura. Vi que la vida de un hombre no vale nada. Una Biblia de los Gedeones y la apelación a que esos folletos eran literatura cristiana los hizo desistir. Ambos pelotones concluyeron igual para dejarnos marchar: "Tá bueno, que se vayan"». Vidal es un autor prolífico. Su amplia colección de libros abarca la temática literaria, la religiosa y los de contenido histórico. Ha obtenido, entre otros premios, el de Humanismo de la Fundación Hebraica, el de novela Ciudad de Torrevieja por «Los hijos de la luz» o el de novela histórica Alfonso X El Sabio por «El fuego del cielo». Entre sus obras hay títulos como «Jesús el judío» o «Lincoln».