Lo que la serie “Chernobyl” enseña a los millenials sobre el comunismo
La producción de HBO sobre el peor desastre nuclear de la historia llegó a su fin. Ha revivido el interés entre los jóvenes por este trágico episodio que las autoridades soviéticas intentaron ocultar y que aun hoy sigue siendo una pesadilla
La miniserie de HBO sobre el peor desastre nuclear de la historia, que termina hoy, ha revivido el interés por este trágico episodio que las autoridades soviéticas intentaron ocultar y que aun hoy sigue siendo una pesadilla
El 1 de mayo de 1986 la Unión Soviética sacó a las calles a millones de ciudadanos para celebrar el Día Internacional de los Trabajadores. Los desfiles eran entonces la mayor expresión de la URSS; pancartas rojas, banderas y consignas llenas de optimismo abarrotaron ese día las calles de cientos de ciudades. Las tribunas de autoridades estaban a rebosar y los dirigentes estuvieron acompañados de sus familias para elogiar ese día, sin saberlo, a los bomberos que seguían trabajando para extinguir el fuego en una central nuclear ubicada en Ucrania. Cinco días antes de la celebración, el 26 de abril de 1986, el cielo brillaba en el borde de Ucrania y una nube radioactiva flotó inmediatamente sobre Europa. Una serie de explosiones destruyeron la estación del reactor número 4 de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, comúnmente conocida como Central de Chernóbil. Cientos de empleados y bomberos de la ciudad combatieron un incendio que ardió durante 10 días y envió una gran cantidad de radiación a todo el mundo. Se sigue considerando a día de hoy como el peor desastre civil de la historia. Tras analizar lo acontecido, el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, con Gorbachov al frente, decidió ocultar la magnitud del accidente y se aprobó emitir información a tres escalas: una primera para la población, otra para los aliados de la URSS y una tercera para Occidente. Envueltos en la lógica de la guerra fría, todo parecía tener sentido con el único objetivo de evitar que la explosión de Chernóbil fuera utilizada por los enemigos para desprestigiar a la URSS y su programa nuclear. Se cortaron las redes telefónicas y se prohibió a los trabajadores de la central hablar sobre lo que estaba ocurriendo.
Un muro inquebrantable
Pero las redes informales de información, que funcionaban tan bien durante la Unión Soviética, pusieron en alerta a los ciudadanos de Prípiat, la ciudad más cercana a la central. El éxodo había empezado. Las columnas de autobuses que esperaban en la carretera empezaron a moverse a primera hora de la tarde el 27 de abril. «¡Atención, Atención!», anunciaba en las calles una voz pausada y tranquila: «Se producirá una evacuación temporal» de los ciudadanos. «Por favor, manténganse organizados» continuaba la locutora que hablaba ruso con acento ucraniano. Nadie pudo volver a su hogar después de aquel día. El secretismo que rodeaba entonces a la Unión Soviética era un muro inquebrantable. Ni los ciudadanos de Kiev o de Moscú, que habían sido convocados para celebrar ese 1 de mayo, sabían de los equipos suicidas que se estaban enviando a la planta de Chernóbil para extinguir el incendio en el Reactor 4. Nadie, fuera del Buró del Partido Comunista, sabía nada sobre quienes estaban muriendo por la exposición a la radiación ni sobre la evacuación de 45.000 personas de Prípiat. Tampoco sobre la decisión de Moscú de utilizar yoduro de plata para provocar una lluvia torrencial que hizo que parte de la radiación cayera sobre Bielorrusia. Alrededor de 5.000 trabajadores de la planta se quedaron en Prípiat para garantizar el cierre del resto de reactores. La prioridad del Comité para la Seguridad del Estado (KGB) era frenar cualquier información sobre Chernóbil. Lo que no pudieron detener fue la difusión de la radiación. Con la evacuación de las ciudades y pueblos cercanos a la central terminada, los autobuses regresaron a Kiev. Continuaron prestando servicio a una ciudad de dos millones de habitantes, y a su vez, propagando altos niveles de radiación. Después de insistir en que la situación estaba bajo control, Kiev empezó a emitir avisos a sus ciudadanos. Todos deberían tomar duchas calientes con frecuencia, mantener las ventanas cerradas y lavar regularmente las alfombras, muebles y otros artículos del hogar. Se suministraron pastillas de yodo a los ciudadanos, sin necesidad de receta médica, que las tomaron durante un par de meses, sin saber la magnitud de lo ocurrido a menos de 140 kilómetros. El coste económico que supuso el accidente de Chernóbil, la corrupción entre los funcionarios estatales y el aumento de la desconfianza hacia las instituciones por parte de los ciudadanos precipitaron la caída de la Unión Soviética. Empezaron a producirse protestas públicas, mítines y huelgas. Aparecieron estructuras como el Frente Ciudadano y el Movimiento Popular. En 1989 el activismo político sacó a las calles de Kiev a más de cien mil personas. Las calles se llenaron de ciudadanos que pedían justicia y castigo para los culpables de haber ocultado información sobre el accidente. La justicia Soviética llevó a los tribunales a Viktor Briujánov, director de la planta, Nikolai Fomin,ingeniero principal y a Anatoli Diátlov, ingeniero jefe adjunto a la central. Los tres recibieron las penas más altas: 10 años de cárcel. Los dirigentes políticos superiores se quedaron fuera de cualquier acusación y mantuvieron sus cargos. En 1991, las autoridades soviéticas decidieron juzgar a Vladimir Scherbitski, líder del Partido Comunista de Ucrania, fue declarado culpable post mortem, pero el proceso quedó paralizado por el intento de golpe de estado a Gorbachov en agosto de ese mismo año. Los juicios para buscar a los responsables políticos se reiniciaron en la ya Ucrania independiente, pero las nuevas autoridades decidieron cerrar el caso. Con la desintegración de la URSS Ucrania pasó a ser un país libre, pero sin revolución social. Su élite política sigue siendo heredera soviética. Los expertos calculan que la zona de 30 kilómetros alrededor de la central nuclear podrá ser habitada dentro de 20.000 años. Los impactos para la salud humana siguen siendo una tarea difícil y vaga de evaluar, las estimaciones de muertes relacionadas con la radiación en la zona de exclusión varían de 4.000 a 200.000. A día de hoy los trabajadores continúan el largo proceso de asegurar el lugar del peor desastre nuclear de la historia.