«Alma mater»: 24 horas bajo las bombas
Philippe van Leeuw recrea un día en la vida de cualquier familia sitiada por la guerra. Es Siria, aunque no se diga, pero podría ser Sarajevo, Líbano o Libia. Explosiones, disparos, asaltos, violaciones y mucho miedo sin salir de la «seguridad» del hogar.
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Philippe van Leeuw recrea un día en la vida de cualquier familia sitiada por la guerra. Es Siria, aunque no se diga, pero podría ser Sarajevo, Líbano o Libia. Explosiones, disparos, asaltos, violaciones y mucho miedo sin salir de la «seguridad» del hogar.
Ver los 87 minutos de la cinta que propone Philippe van Leeuw (Bruselas, 1954) con «Alma mater» («Insyriated») es encerrarse en el apartamento de una familia siria atrapada. Poner un pie fuera de él es convertirse en la presa de una montería de francotiradores apostados en cada rincón de la calle. No solo es ver las penurias de ocho personas y un bebé sitiados por la guerra, sino que es sufrir la misma claustrofobia que ellos: «Sentir empatía con esa gente que lleva siete años en un conflicto», explica el belga. Es la pretensión de un director que encuentra en esta cinta la continuidad a su anterior trabajo, «El día en el que Dios se fue de viaje» (2009), centrado en el Genocidio de Ruanda y donde, por su seguridad, los protagonistas no podían escapar del bosque. «Mi preocupación en las dos películas es que se hablase de cómo la gente corriente afronta estas circunstancias extraordinarias; y abordar el instinto de supervivencia cuando supera todo razonamiento y cómo gracias a él se pueden llegar a hacer cosas que jamás pasarían si se pensasen tranquilamente. Pero es que hay situaciones que son de vida o muerte», presenta Van Leeuw.
Mantener la rutina
Más mundanas son las tareas que trata de mantener vivas la cabeza de familia, Oum Yazan, interpretada por Hiam Abbass: «Coincidí con ella un par de veces y la vi en “Los limoneros”, de Eran Riklis, y pensé que era la adecuada porque ella es ese tipo de persona, apasionada, comprometida políticamente, carismática e interesante, con algo que decir», argumenta el realizador. Con las balas silbando tras las ventanas y las explosiones retumbando en el patio del edificio, la madre busca no perder las rutinas dentro de un encierro en el que la luz, el agua, la cobertura y el internet van y vienen según dicta la guerra. «Continuar con el día a día, dentro de la excepcionalidad, es una de las pocas cosas que uno puede intentar para no volverse loco o dejarse morir. Mantener el sentido de la ilusión y de normalidad con las pequeñas cosas que hay que seguir haciendo –comenta el director–: limpiar la casa, cepillarse los dientes, cocinar... Escaparse de la presión a la que te somete el peligro y el miedo». No son más que artimañas para sobrellevar una claustrofobia que en la cinta se lleva todo el protagonismo del conflicto; más allá de dos escenas puntuales en la que se muestra la propia violencia de la guerra –una incluso dentro del apartamento–: «Como no pueden salir, no siento la necesidad de presentar las peleas explícitamente. El solo hecho de que se oiga y no se sepa de dónde viene lo hace más peligroso porque te das cuenta de que puede llegar en cualquier momento. Si se visualiza el mal, ya tienes un origen geográfico que controlar. De esta forma, no. De hecho, la película no revela de qué lado está esta gente, ¿con o contra el régimen? No hay diferencia porque en cuanto salgan los van a destrozar. Quería centrarme en describir la presión que sienten. No era una cuestión de buscar culpables, especialmente en este conflicto, en el que la amenaza puede llegar de cualquier parte».
Sí encuentra responsable de una guerra que ya cumple siete años a Bachar Asad, «el principal causante de todo». Aunque no fue hasta que en 2014 la comunidad internacional se volcó con el conflicto de Libia cuando Van Leeuw puso el foco de su trabajo en Siria por una cuestión de «injusticia», dice: «No entendí por qué unos sí y otros no». Así que trasladó sus esfuerzos a Oriente Próximo para indagar en una atmósfera que ahora ha creado a partir de sus sentimientos y experiencias. Intentando huir de guías y centrándose en su propio instinto de supervivencia: «En vez de ir a buscar testimonios, quise meterme en la piel de los personajes e imaginar qué es lo que haría yo en esa situación. Me parece algo muy aplastante sacarlo de mí. Por eso no busco situaciones que me resulten extrañas. Son cosas bastante genéricas, como intentar sobrevivir en una situación de peligro».
Pero Van Leeuw no solo señala al presidente sirio en la guerra de aquel país y en sus consecuencias. Apunta a nuestras instituciones y a sus dirigentes: «Me parece que en Europa, desgraciadamente, estamos siendo patéticos. Me puedo identificar con esa falta de entusiasmo de la gente hacia los gobiernos. Y, por otro lado, están los partidos extremistas, que no añaden nada nuevo a sus agendas porque la intolerancia y el racismo han estado siempre por todas partes. Pero lo que es un problema es que ahora mismo la tendencia esté subiendo y se aprovechen de ello».
Y, entre medias, el estreno del belga llega a España en un momento en el que la guerra en Siria sufre una escalada de violencia con el ataque químico en Duma, el bombardeo israelí de Homs y las nuevas amenazas de Estados Unidos, en lo que Van Leeuw reflexiona sobre un enfrentamiento que le recuerda a la del Líbano, donde rodó el largometraje: «Obviamente no son las mismas facciones, pero me refiero a la complejidad del conflicto, las alianzas cambian de un día a otro de modo que nunca sabes quien apoya a quien».