«Amanecer. parte 2»: Vampiros sin mordida
Dirección: Bill Condon. Guión: Melissa Rosenberg, según la novela de Stephanie Meyer. Intérpretes: Robert Pattinson, Kristen Stewart, Taylor Lautner. EE UU, 2011. Duración: 115 minutos. Drama romántico.
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Apáticos, indolentes, como de-sentrenados. Vampiros y hombres lobos están a estas alturas de la saga para el arrastre, porque no hay cuerpo, ni tan siquiera sobrenatural, que resista esta soporífera última entrega. No va más, a no ser que la escritora lo quiera, y esperemos que ella también ande cansada. En efecto, Pattinson y Stewart, chupasangres ambos de pleno derecho en la cinta, aunque ninguno se de frente a la cámara ningún festín, hacen el amor abiertamente (en un puñado de escenas un poco cursis y pudorosas, todo hay que decirlo), la niña de ambos crece de un día para otro de manera descomunal y tiene poderes y una cara bastante rara, y hay un grupo de criaturas nocturnas liderada por un ridiculísimo Michael Sheen (de «La Reina» y «El desafío. Frost contra Nixon» a «Underworld: la rebelión de los licántropos» o «Crepúsculo: luna nueva»... lo suyo es una lenta pero inexorable caída en picado) que quiere eliminarla porque la presupone un peligro para la raza durante un combate que nunca existió... Pero ninguno de estos alicientes logra enmascarar un guión insípido, derrengado, una especie de relato zombie que camina tambaleante hacia un final que los espectadores pero, sobre todo, las legiones de fans enfebrecidos de estos dos tipos, no merecían. Ni la acción está permitida ya. La pareja protagonista se limita a mirarse con ojos de cordero degollado que ni siquiera las lentillas consiguen disfrazar mientras el resto de personajes deambulan por la cinta con el mismo encanto y elegancia que un elefante en una cacharrería. Nos da igual que tengan forma de hombres o bestias: tras aquella muy decente y romanticona primera película, «Amanecer» supone una ominosa despedida. Miremos, al menos, lo positivo: con un poco de suerte, los Cullen y su repipi retoño son historia ya. Aunque vete tú a fiar de Hollywood...