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Boxeo: el cine vuelve a saltar al cuadrilátero

«Hands of Stone», con Edgar Ramírez y Robert de Niro, y «Bleed for This», protagonizada por Miles Teller, la joven revelación de «Whiplash», recuperan a dos leyendas del boxeo para el cine: Roberto «Mano de Piedra» Durán y Vinny Pazienza.
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«Hands of Stone», con Edgar Ramírez y Robert de Niro, y «Bleed for This», protagonizada por Miles Teller, la joven revelación de «Whiplash», recuperan a dos leyendas del boxeo para el cine: Roberto «Mano de Piedra» Durán y Vinny Pazienza.
«Soy más hombre que él, soy más guapo que él, soy más boxeador que él». Ahí estaba, frente al mundo, sin modestia ni complejos, con los brazos levantados en alto, jaleado por el público, ovacionado por los suyos, un hombre exultante, la frente sudada, la barba recortada con estilo, y el torso seco como el de una escultura de Miguel Ángel. Una estrella de rock con guantes de cuero. Roberto «mano de piedra» Durán, el campeón del Chorrillo, el aspirante de Panamá, el ídolo de latinoamérica, un hombre acostumbrado a jibarizar a sus rivales, a hundirlos en esa pesadilla negra del nocaut, el chaval que salió de la nada, el Peter Pan de nudillos de cemento que guanteaba de pequeño con su sombra, coronó uno de los ocho mil de su larga trayectoria el 20 de junio de 1980 en una velada que el pugilismo hoy reconoce con el sobrenombre de «Brawn in Montreal».
Esa noche se enfrentaba al nuevo gallito del corral, a Sugar Ray Leonard, el campeón del mundo en la categoría Welter, el nombre que la prensa predestinaba a reemplazar a Mohammad Ali, el nuevo ídolo negro de los Estados Unidos, uno de esos tipos habituados a mirarse en los espejos y a admirarse del blanco reluciente de sus dientes. Pero ese día, la pantera centroamericana le quitó la sonrisa y le desposeyó de la corona. No intuía que el chico de la esquina de enfrente, el fulano ese que había venido de una barriada de un país de cuya existencia él no sabía demasiado, llegaba con los dientes apretados, el hambre de los desheredados y la revancha de los desposeídos. Un púgil con una pegada de oro y la inconsciencia de los que no temen ni la mirada de Satánas. En quince asaltos disputadísimos, sólo al alcance de los hombres dispuestos a trascender su mortalidad para convertirse en una leyenda, esa pareja de boxeadores logró curvar el universo del deporte en un giro imprevisto y coronar la llegada de un nuevo mito: Roberto Durán.
Entró en el imaginario épico de las cuatro cuerdas cuando solo era un chamaco que corría por aceras polvorientas de los arrabales. Muy pronto se atrevió a desobedecer al destino que le había marcado el nacimiento y muy pronto a abofetear a los dioses jactanciosos que le impedían el paso. Se salió con la suya siguiendo un callejón imprevisto, el que conducía a la escalerilla del ring. Él mismo ha declarado que nunca esperaba convertirse en nadie, quizá sólo sacarse unas cuantas bolsas de dinero, la recompensa justa por un puñado de asaltos brillantes, de esos que levantan al público de los asientos, y un KO oportuno, de los que quedan bien en las instantáneas para los periódicos. Hoy su nombre puede encontrarse en la lista de los mejores boxeadores de todos los tiempos, junto al de Sugar Ray Robinson, Joe Louis, Muhammad Ali, Rocky Marciano o Julio César Chávez, por mencionar sólo algunos. El filme «Hands of Stone», de Jonathan Jakubowicz, recupera sus hazañas, a través de la interpretación del actor Edgar Ramírez, y su extraordinario encuentro con el entrenador Ray Arcel, interpretado por Robert de Niro, uno de los mejores preparadores de púgiles que han existido. Alguien lo decía por ahí: para ser un deportista que vaya más allá de su tiempo, aparte de talento, también le debe acompañar la época, un éxito sin precedentes y un misterio. Roberto Durán tiene las tres cosas: un tiempo, marcado por la tensión entre centroamérica y Estados Unidos, que lo convirtió en un referente para muchos hispanos en ese ajedrez de estrategias y grupos guerrilleros financiados, y un duelo con un titán de envergadura, como Roy Sugar Leonard, y la épica de conquistar el título mundial en varias categorías diferentes, un sendero en el que dejó enterrados en la cuneta a algunos de los mejores boxeadores de su época,y que sólo pocos han transitado sin desfallecer antes.

- La incógnita

El misterio, uno de los temas que aborda la película, proviene de la renuncia a seguir peleando en el segundo match que afrontaba con Sugar Ray Leonard. En el primer encuentro, Roberto Duran había arrastrado a su adversario a su propio terreno, en una pelea frontal, cuerpo a cuerpo, encerrándole en las cuerdas. En su siguiente combate, Sugar Ray se dedicó a bailar a su alrededor y, en un momento, Roberto Durán, distanciándose de él, dijo una célebre frase que él jura que no pronunció jamás, pero que queda muy bien: «No más». ¿Por qué abandonó y renunció al título? Pagó un precio muy alto por ese gesto, pero él jamás ha aclarado de manera abierta el motivo. Quizá el filme lo desvele...
En la otra esquina de estos estrenos cinematográficos aguarda, con un peso medio y un ego como el Empire State y el Rockefeller Center juntos, Vinny Pazienza, un auténtico «rompecostillas», un «aplastanarices» de primera, un tipo que lograba que sus rivales vieran el cuadrilátero más pequeño de lo que era. Irrumpió en la lona con unas manos que parecían hechas de cemento armado y la voluntad destructiva y ambiciosa de un guerrero vikingo. A su espalda dejó una larga estela de víctimas, unos cuantos vaciles, los pasotes habituales de los que ganan más dinero del que nunca han soñado y un accidente de tráfico que, al principio, supuso una condena y que hoy pertenece a la épica de la superación. El filme «Bleed for This», dirigida por Ben Younger, con Miles Teller, que brilló en «whiplash» dando golpes, aunque esta vez a la batería, en el papel principal y un irreconocible Aaron Eckhart, en un rol secundario enjundioso y nada despreciable, narra cómo este púgil que ya acariciaba el cielo, se ve abocado a caer en el infierno por un choque frontal con otro automóvil. Una grave lesión en el cuello y el anuncio de los doctores de turno de que posiblemente no volverá a andar jamás es el arranque de esta historia verídica que desafía cualquier parte médico y que se plantea como una demostración de que la voluntad y el sacrificio, las dos palabras sagradas de cualquier púgil, sirven para algo más que remodelar las facciones ambiguas de un adversario. El filme comienza en el Parnaso, cuando Vinny presume de sus ademanes chulescos, se pasea con albornoces caros por los hoteles de Las Vegas, tiene una bonita choni con curvas, de esas que cortan la respiración y que adornan muy bien la cama de la habitación. Los combates iniciales de la película, sin embargo, no son nada con el que va a suponer su asombrosa recuperación, su doloroso empeño en volver a la tarima y recuperar su prestigio, o sea, su nombre, su gloria.

Robert de Niro vuelve al ring

El estreno de estos dos filmes, uno al final de verano y otro ya en otoño, trae dos sorpresas. La primera, el regreso de Robert de Niro a un cuadrilátero. El actor que interpretó al célebre Jake La Motta en «Toro salvaje» en el filme de Martin Scorsese –y también ese entretenimiento intrascendente que es «La gran revancha», junto a Stallone–, vuelve a subir a un ring en un drama. En esta ocasión, muy envejecido, da vida a Ray Arcel, un entrenador de boxeo que descubrió a algunos de los grandes talentos del pugilismo. Su presencia supone uno de los reclamos de la cinta. El segundo es la presencia de Ana de Armas. La actriz de origen cubano, en su primera aventura americana, irrumpe en un papel protagonista (es Felicidad Iglesias, la novia y después mujer de Roberto Durán). Pero no va a ser la última vez que la vamos a ver en «Toc-toc», junto a Keanu Reeves, «War Dogs», en la que coincide, precisamente, con Miles Teller, y, sobre todo, y de una manera casi sorprendente, en la secuela de «Blade Runner», donde parece que tendrá un papel importante en un reparto que está marcado por sus grandes estrellas: Harrison Ford, Ryan Gosling y Robin Wright.