«Droga oral»: Chus Gutiérrez busca a los otros drogadictos
Cuando uno sale a preguntarle a la gente si consume alguna droga se encuentra con cuatro tipos de personas: las que sí, las que no, las que lo hacen sin saberlo, y las que lo nieguen aunque sea verdad. Estas últimas son las víctimas de los tabúes de la sociedad, quienes tienen miedo a que se les etiquete como “yonkis” por dar un uso moderado a una sustancia estimulante para su cuerpo y su mente. ¿Las que se drogan y no lo saben? Quienes adquieren habitualmente medicamentos: “Las farmacéuticas son los primeros distribuidores oficiales de droga”, afirma Chus Gutiérrez. La directora de cine estrenó ayer el documental “Droga oral”, donde desde los consumidores más desconocidos hasta los más célebres hablan sobre sus experiencias y opiniones sobre el trato que reciben los estupefacientes. Un recopilatorio de testimonios con un doble objetivo: aceptar la “normalización” de las drogas, pero sin olvidar que “no son inocuas y hay que tener cuidado con ellas”, admite Gutiérrez.
La cineasta pasa por ser una destructora de tabúes. A principio de los 90, en una España acostumbrada a la democracia, una generación de jóvenes que había nacido en medio de la locura ye-ye había perdido el pudor por la palabra “follar”. Promiscuos les llamarían algunos. Chus Gutiérrez era una de esas personas que se habían olvidado del secretismo en torno a lo erótico, y entre las películas “picantes” de Vicente Aranda coló su segundo largometraje, “Sexo oral” (1993), una película hecha a través de entrevistas sobre la vida sexual de los entrevistados, Santiago Segura, por ejemplo. Más de una década después, “Droga oral” se presenta como una secuela: “Mantiene el mismo formato que “Sexo oral”. Me pareció muy interesante lo que ocurrió con esa experiencia y vi que era transportable al mundo de las drogas”, asegura la cineasta.
Gutiérrez cree que en España “ya hay perspectiva sobre el tema y podemos hablar de él” porque convivimos con las drogas “desde finales de los 70”. Treinta años más tarde el consumo ya se encuentra normalizado, “todos tenemos la sensación de que la sociedad en la que vivimos existen muchas drogas”, comenta la directora. Sin embargo, la ilegalidad de las sustancias las mantienen como “algo oculto”, detalla Gutiérrez. Esa característica de fruta prohibida que se la ha otorgado a las drogas es, a su juicio, la peor solución: “Todo el misterio que las rodea sólo nos trae cosas negativas, empezando por la desinformación, que crea curiosidad por ellas. Una herramienta para prevenir el abuso de las drogas es ponerles el asunto a los adolescentes encima de la mesa y normalizarlo”
El final del documental trata la despenalización de algunas sustancias. Respecto a ello Gutiérrez opina que “la sociedad va por delante de los políticos”, pues no criminaliza el consumo. Y añade que “hay un movimiento internacional contra el poder político que se plantea que si la lucha contra el abuso de drogas no ha funcionado quizá hay que cambiar la manera de enfrentarse a ello. Incluso Podemos y Ciudadanos han dicho que en su programa va a estar la despenalización de la marihuana”. Por lo tanto, el plan sería legalizarla para normalizar el consumo y evitar el abuso.
Uno de los testimonios de la película es el de su propia directora, que habla de sus experiencias y opiniones sobre ciertos estupefacientes. Ya en su corto “Porro on the roof”, de 1984, demostró estar en contacto con las drogas. Ella dice “no estar en contra de nada. Cada uno hace con su cuerpo lo que quiere. Pero sí que es bueno abrir el debate”. Otro de los personajes que más llama la atención del largometraje es el Académico, dramaturgo, escenificador, dibujante, colaborador de LA RAZÓN... Francisco Nieva, quien admite que “lo probé todo y todo me sentó mal”. Para Gutiérrez sus palabras son de especial relevancia por “el peso que tiene, a sus 94 años habla sin ningún que le afecte, lo hace desde su experiencia y con libertad. Sería estupendo que más personas que estuviesen en el poder abriesen la boca porque estoy segura de que han consumido drogas”. Puede que el problema no sean las sustancias, sino el uso de que les damos los humanos, pues, como dice una de las participantes: “el problema no lo tienen ellas, lo tengo yo”.