Berlín

El mejor cine clásico

Linklater redondea una magnífica «Antes de medianoche», que recuerda a las grandes cintas de los cincuenta

Ethan Hawke y Delpy, en Berlín
Ethan Hawke y Delpy, en Berlínlarazon

Es una sensación extraña, la de envejecer con el cine. Tener la misma edad que los personajes de una pantalla, que transcurran nueve años, y luego nueve años más, y que la erosión del tiempo sea exactamente la que ves en tus imprevistos alter egos, que, sin quererlo, se transforman en símbolos generacionales conectados con tus ilusiones y tus fracasos, y cuyos diálogos son una versión articulada, divertida y cruel de tus monólogos interiores, o de tus discusiones con la persona a la que quieres. Es la grandeza de «Antes de amanecer», «Antes de atardecer» y ahora de «Antes de medianoche», que ayer fue recibida con calurosos aplausos en la Berlinale: la magia de convertir el tiempo fílmico en tiempo humano que siempre habla en presente, y siempre te tutea. Si la magnífica película de Richard Linklater fuera a concurso, olería a premio.

En una escena de «Antes de medianoche», Céline (Julie Delpy) evoca una película de los cincuenta, en blanco y negro, en la que se muestra dos cadáveres abrazados en las ruinas de Pompeya. Se trata, claro, de «Te querré siempre», de Rossellini, el retrato de su crisis con Ingrid Bergman. Y en verdad Linklater ha hecho su «Viaggio in Italia», pero en Grecia. No ha inventado el cine moderno, pero ha reinventado su trilogía enfrentándola, de una manera más radical que en las dos partes anteriores, a un desafío estructural –la película está compuesta de seis secuencias– extremando el trabajo sobre el tiempo y las tomas largas. «Me recordaba a cuando practicaba el clarinete de pequeña», confesó Delpy en rueda de prensa. «Me sangraban los dedos de practicar, pero en el concierto, salía solo».

Precisión milimétrica

La naturalidad de los diálogos de «Antes de medianoche», y del modo en que llegan al espectador, respetando la inmediatez de una verborrea que, en su brillantez, nunca parece impostada, es fruto de la colaboración de Linklater, Ethan Hawke y Delpy durante dos años de discusiones y debates, y de un rodaje de precisión milimétrica. «La mayor parte del tiempo nos lo pasamos rechazando las ideas de los otros dos», explica Linklater. «Estamos negociando constantemente. Somos muy rigurosos. No nos herimos fácilmente».

¿Cuál es la línea, pues, que separa realidad y ficción? En este tercer capítulo de la saga de Celine y Jesse, viven en pareja, son padres de gemelas, están de vacaciones en Grecia en casa de unos amigos, y tienen una noche por delante para ellos solos en un hotel monísimo. Sin embargo, el romanticismo de los veinte, de los treinta años, ha desaparecido, y los reproches de la vida en común, de la conciliación familiar, de los egoísmos propios y ajenos, estallan en una escena memorable, casi una versión americana de «Una pareja perfecta», de Nobuhiro Suwa.

¿Hasta qué punto Celine y Jesse son Julie Delpy y Ethan Hawke? Habla Delpy: «Hay que sembrar la semilla de la verdad. Y esa verdad reside en lo que sientes, no necesariamente en tus experiencias. Yo no soy la única autora de la dimensión feminista de mi personaje. Nos gustaba ponernos en los zapatos del otro». A lo que Hawke añade: «Con Rick, puedes diluir la frontera que separa actor y personaje», admitió Hawke, «pero hay una fusión de todos los personajes, y ese es él». Ni que lo diga: hay una preciosa escena de sobremesa colectiva que es la síntesis perfecta del discurso filosófico sobre el sentido de la existencia de «Waking Life», sólo que condensado en una conversación regada con vino y alimentada de queso feta. Como aquella memorable película, «Antes de medianoche» trata sobre lo que significa estar vivos. Hoy, aquí, ahora.

Dos atropellos y dos madres coraje

A concurso, dos madres coraje implicadas en un atropello accidental que se salda en muerte. Empezamos por la buena: la excelente «Child's Pose» demuestra que la Nueva Ola del cine rumano no fue flor de un día. Es cierto, sigue explotando la fórmula del tiempo real, el plano largo y el hiperrealismo sublimado, pero hay tanta verdad en ese estilo que no extraña que sigan investigando en esa dirección. Cornelia (una excepcional Luminita Georghiu: ¿qué tal un exaequo a la mejor actriz compartido con la Paulina García de «Gloria»?) mueve cielo y tierra para salvar a su hijo de prisión, culpable de atropellar a un niño. Es una mujer de la alta burguesía rumana que sabe que su hijo la odia. Cada uno de los encuentros que Cornelia tiene con los daños colaterales de ese accidente está estructurado como un pequeño thriller psicológico, en la línea de «4 meses, 3 semanas, 2 días». Por el contrario, en «Layla Fourie» la que atropella por accidente es la madre, y su honestidad se tambalea sin remisión. El filme de Pia Marais carece de nudo y desenlace, enredándose en un planteamiento que no sabe desarrollar. Dice la directora que la historia es una metáfora de las tensiones raciales en la Suráfrica contemporánea. Este crítico no supo ver los árboles más allá del bosque.