«Golpe de efecto»: El mismo Harry de siempre
Los personajes de Eastwood son uno, siempre el mismo: el héroe solitario, duro por fuera, mantequilla líquida por dentro, un tipo malhumorado con el sentido de la dignidad muy alto que antes empuñaba un revólver de cañón sin recortar y ahora la sartén donde se quema la cena. Hasta el mismo gruñido tiene. Agente de la ley, entrenador de boxeo, astronauta en el retiro, ojeador... Da la impresión, incluso, de que Eastwood se ha permitido a sí mismo el lujo de autoparodiarse en «Golpe de efecto», una película más, una película menos, una película cualquiera hasta que vemos la espalda del actor caminando hacia el final de la cinta con los pantalones casi bajo las axilas, como de costumbre, tan solo como Charlot, tan querido por los espectadores como Harry, y mira que era sucio. Más allá de la espalda, del rostro absolutamente cruzado de arrugas y de vida, de la caricatura antedicha, nos queda un drama sobre eso tan raro para los españoles que se llama béisbol y del que muchos jamás comprenderemos ni siquiera sus reglas, que coquetea descaradamente con la comedia romántica y se afana para que las cuentas cuadren en positivo cuando el metraje concluya. Se acabó. Un padre arisco con motivos para ello que está perdiendo la vista, una hija única emprendedora y autosuficiente que sin embargo lo añora en la distancia (interpretada con dignidad por Amy Adams teniendo en cuenta las «excelencias» del papel que le ha tocado en suerte), un ex jugador que vagabundea por medio país buscando grandes fichajes y que encarna el cantante Justin Timberlake, el actor con cara de torta que todavía no ha demostrado serlo... Hay muy poquito tras el elevado Clint; además, casi nada ni nadie puede hacerle ya sombra. No se trata de su mejor trabajo, pero, con cuánta alegría descubres, de pronto, que sigue ahí, con ganas todavía de dar mucha guerra aunque sea a batazo limpio.