La sororidad en los tiempos de Luis XV
Céline Sciamma dibuja en «Retrato de una mujer en llamas», premiada en Cannes, el amor de dos mujeres.
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Céline Sciamma dibuja en «Retrato de una mujer en llamas», premiada en Cannes, el amor de dos mujeres.
Que «lo privado es político» es la gran bandera conceptual del feminismo de la segunda ola. Es un planteamiento controvertido y, visto desde cierta óptica, desasosegante. Pero cuando lo público y lo privado, lo histórico y lo mínimo, se dan la mano de forma tan armónica y seductora a través del cine, caben pocos reparos. «Retrato de una mujer en llamas», el nuevo trabajo de Céline Sciamma, ha seducido a la crítica internacional tras su paso por el Festival de Cannes, donde logró el premio al Mejor Guión, con una historia que dispara en varias direcciones (clasismo, feminismo, teoría del arte), pero que las combina todas a través de un potente y pautado relato del amor pasional entre dos mujeres liberadas del estatus. Y es que, señala Sciamma, «si el amor es en igualdad, hay erotismo».
Un matrimonio pactado
Marianne desembarca en 1770 la agreste costa de Bretaña (una naturaleza desatada que prefigura la sensibilidad preromántica) con una curiosa misión: pintar a una joven que no se deja retratar. El motivo: Héloïse no está conforme con el casamiento pactado por su madre con un milanés al que está destinado el retrato. Poco a poco, la observación, la compañía, el «espionaje» que conllevan paralelamente el amor y el arte, fructifican en una pasión que alcanzará su clímax cuando ambas mujeres, junto con una criada, se queden como amas y señoras exclusivas del micromundo liberticida del apartado palacio de los acantilados.
«Yo miro a mis personajes como sujetos y, por tanto, el espectador también. La mirada femenina en el cine no disocia la dinámicas políticas de las estéticas», señala la francesa, quien asume que este filme «es político» pero también el retrato de la mujer artista olvidada durante siglos: «Me documenté mucho sobre las mujeres artistas, se las ha silenciado siempre, incluso en la época de las cavernas las había, se sabe porque entonces firmaban con la huella de la mano», apunta. La mirada de Marianne pasa a ser la de amante, fundiendo arte y pasión en uno y logrando de este modo desentrañar, comprender y empatizar con el otro, el objeto de la mirada, Héloïse, la chica salida del convento (reductos de libertad intelectual frente al dominio masculino) para viajar hacia los brazos de un hombre que ni conoce ni anhela.
«El amor como motor emancipador es una idea nueva y muy luminosa –mantiene Sciamma. La película es un diálogo amoroso en el presente, radical, que mira primero el deseo y luego el amor que se va a vivir. Es una crónica orgánica del presente amoroso. Pero, sí, también es el recuerdo de ese amor y la cuestión de la huella de esa pérdida. Siempre nos cuentan historias de amores imposibles, de posesión o de pérdida. Pues, no, esta es una historia del vínculo y sí, del amor como emancipador. Hay un poema, de una escritora americana, que lo dice muy bien: “Un corazón roto es un corazón abierto”».
Para la realizadora francesa, «la historia del cine ha mirado a la mujer como objeto». Sciamma relata lo que sucede cuando la influencia patriarcal (en este caso representada por una madre sometida a la convención) queda fuera de las puertas: algo así como la sororidad (interclasista, también con la criada) en tiempos en que la palabra ni siquiera se había inventado.