El nuevo «No a la guerra»
Destacó en la alfombra roja de los Premios Forqué, celebrados el pasado sábado, que muchos de los asistentes portaban una chapa en sus solapas, donde pedían el cese de los ataques de Israel en Palestina
Madrid Creada:
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Parece ser que se reactiva aquella vieja moda de la izquierda antañona de hacer superficiales manifiestos pro-palestinos, como ocurrió el sábado durante la gala de los Premios Forqué. Como el tema es demasiado doloroso en un contexto como el actual, voy a intentar tratarlo con el máximo tacto para todo el mundo. Eso no me supondrá mucho esfuerzo, porque precisamente implica una hermosa historia personal. Hace años, me reencontré con un amor adolescente y retomamos la relación. Vivimos cuatro años juntos: más viejos, más sabios. Desde la adolescencia, yo había viajado mucho, embarcado en las giras del rock, y ella había visitado el mundo, vivido dos años en un Kibutz en Israel y acumulado experiencias. Durante los cuatro años de nuestra relación desfilaron muchas veces por casa, cuando pasaban de viaje, sus antiguas amistades kibutzniks. Charlando con ellos descubrí sus fascinantes testimonios. Muchos de ellos eran de izquierda, en la medida que los Kibutz eran proyectos experimentales de gestión colectiva y propiedad compartida. Esos izquierdistas israelíes me describieron con detalle la complejidad del tejido de resentimientos que se imbrica allí desde hace setenta años. Ninguno se hubiera permitido hablar con esa irreflexión rudimentaria y simplificadora que usan nuestros manifiestos progresistas. Como ejemplo de la complejidad, baste decir que cosas que aquí ni siquiera imaginamos –como la pronunciación o el idioma de uno u otro colectivo–, en aquel lugar son a veces decisivas para no entenderse o desatar los acontecimientos. Por tanto, antes de ponernos pomposos y reivindicativos, tendríamos que hacer un ejercicio de humildad y respeto. Reconocer cuanto no sabemos. Ignoramos totalmente los detalles, el tuétano de la complicación del conflicto. A todos nos horrorizan las muertes y desgracias que se están sucediendo, una tras otra, allí cada minuto que pasa. Pero es banal y superficial –de otra época– pretender arreglarlo por X (Twitter) o con la versión tuitera antigua que eran los manifiestos. Uno puede tener las mejores intenciones, pero precisamente por eso caer en la trampa de pensar que si se pone automáticamente del lado del más débil nada puede fallar y no se puede equivocar moralmente. No es exactamente así y, sobre todo, es demasiado fácil, automático y cómodo. Muy conveniente y tranquilizador para la mala conciencia de nuestra clase media. Nos hace sentir que somos buenos moralmente solo echando una firmita, sin tener que comernos o abordar de una manera real la terrible situación de dolor que acalambra allí el estómago de todos los que la están viviendo.
La buena intención seguro que no falta, pero no necesariamente en todos y en cada uno de ellos. Porque algún elemento malintencionado podría estar muy contento de que se tratara a la gruesa, frívolamente, un asunto tan doloroso y delicado. Y así distraer, con un dolor lejano, la atención de un daño más cercano y concreto que va a hacerse en nuestro país. Y como hay en esto muy buena gente que admiro, me sabría mal que hicieran el primo por desconocimiento para que se aprovechara de su buena fe un político maniobrero sin escrúpulos.