Olivier Assayas: Todos llevamos una doble vida (digital)
El director francés viste de ligera «screwball comedy» su profunda reflexión sobre el arte y el consumo en la era de internet a través de la historia de un editor y un autor al que considera desfasado.
El director francés viste de ligera «screwball comedy» su profunda reflexión sobre el arte y el consumo en la era de internet a través de la historia de un editor y un autor al que considera desfasado.
Olivier Assayas habla con la fluidez, un tanto atropellada, de quien tiene más fe en su cerebro que en su lengua. Cuando esta conversación tiene lugar, en el último Festival de Venecia, donde «Dobles vidas» competía por el León de Oro, parece un joven con canas prematuras, lo único que nos recuerda que ya ha superado los sesenta. No es difícil reconocer en los personajes de este filme la locuacidad de su inteligencia, capaz de debatir consigo mismo sin distraerse de lo que se le pregunta. Se le nota el respeto por la Prensa, tal vez porque fue cocinero antes que fraile (poco después de abandonar la crítica en «Cahiers du cinéma», ¡entrevistó a Ingmar Bergman!), tal vez porque le gusta cuestionar su discurso, ponerlo contra las cuerdas. No es extraño, pues, que defina su última película como «una serie de diálogos sobre el estado del mundo», porque en este ensayo en forma de vodevil burgués se habla tanto como en «La fiera de mi niña».
La génesis de «Dobles vidas» se remonta al año 2000, cuando Assayas quería rodar una película sobre la transformación del mundo de la edición con Daniel Auteuil y Asia Argento. Cayó la financiación, se cruzaron otros proyectos –algunos tan internacionales como «Carlos» o tan conmovedores como «Las horas del verano»– y al releer el guión después de rodar «Viaje a Sils Maria», el cineasta francés no se reconocía en lo que había escrito. «Retomé al personaje del editor y reescribí su primera conversación con el escritor y amigo que está ansioso por saber si publicará su próxima novela. Dejé descansar la secuencia y, un par de meses después, seguí escribiendo escenas de diálogo», cuenta. «No estaba muy seguro de adónde me llevaría el proceso. Me preocupaba encontrar la forma de que esas conversaciones fueran ágiles desde un punto de vista estético, y no sabía si todo acabaría resultando demasiado denso. La solución fue el humor, convertir la historia en comedia». Si calificáramos «Dobles vidas» como una «screwball comedy» intelectual, o como un Woody Allen francófono, no erraríamos el tiro, aunque Assayas prefiere recordar al actor, dramaturgo y también director Sacha Guitry, y, por supuesto, a Éric Rohmer, un maestro de la palabra filmada, como modelos. De este último cita, en concreto, «El árbol, el alcalde y la mediateca», «porque en ella se habla de lo político y lo individual, de cómo nos enfrentamos a un universo que está a punto de cambiar radicalmente, con una liviandad que está al alcance de unos pocos».
Un mundo «gatopardiano»
En «Dobles vidas» ese universo es el de la edición de libros, aunque es obvio que eso es solo una excusa para discutir sobre cómo el paradigma digital ha cambiado nuestra manera de ver y estar en el mundo. El editor (Guillaume Canet) habla sobre ello con su jefe y con la nueva ejecutiva de la empresa, y sus conversaciones se arremolinan en torno a la famosa frase de «El gatopardo» de Lampedusa: «Es necesario que todo cambie para que todo siga igual». Mientras tanto, el escritor (Vincent Macaigne) que siente el rechazo de su manuscrito como una traición, practica la autoficción como venganza, aunque lo que queda en entredicho es su responsabilidad moral como creador de medias verdades y confesiones a tumba abierta. La actriz (Juliette Binoche) se avergüenza de interpretar una serie policíaca, dejando claro a quien la quiera oír que ella no encarna a una policía sino a una experta en gestión de crisis. Parece que todos somos muros de Facebook, «stories» de Instagram, ficciones que son más reales que la vida misma, tan irreal como un chat de whatsapp. «Quería que la película no fuera ni integrista ni reaccionaria», explica Assayas. «Lo digital es algo con lo que no se puede estar en acuerdo o en desacuerdo. Es un hecho constatable, estamos inmersos en ello, nos guste o no. Nadie que use las redes sociales puede negarlo, como tampoco puede negar que para navegar por ellas hay que crearse un avatar, ponerse una máscara, a menudo para fingir que somos más nosotros que nunca. Por eso la autoficción está tan de moda, responde al culto al yo que el uso de la tecnología fomenta». Alguien como Assayas, que se ha dejado tentar por lo explícitamente autobiográfico al menos en dos ocasiones –en «L’eau froide» y en «Después de mayo»–, utiliza ese género para parodiar el narcisismo contemporáneo, con la connivencia de un plantel de actores
–en especial, la Binoche, protagonista de un guiño muy metalingüístico– que no temen jugar a malabares con su ego.
«Me apetecía hacer una película al servicio de los actores», confiesa Assayas. No puede decirse que sea la primera vez: sin ánimo de ser exhaustivos, «Viaje a Sils Maria» era, entre otras muchas cosas, una meditación sobre el oficio, y algunos de sus filmes están en parte inspirados en la gestualidad de una actriz, en su fotogenia y en su valor icónico (pensamos en la Maggie Cheung, que fue su pareja, de «Irma Vep» y «Clean», y en la Kristen Stewart de «Personal Shopper»).
Negociar con el actor
«Es un placer negociar con ellos, comprobar que lo que solo eran ideas en un papel se hacen cuerpo, y sus cuerpos controlan las escenas que habías escrito, las reinventan. En ocasiones, cuando tienes entre manos una película tan dialogada, donde el lenguaje es tan importante, has de desaparecer tras la cámara y dejar que los actores tomen las riendas. No hay que sentir miedo ante el plano/contraplano, hay que ser humilde. Es entonces cuando la palabra “transparencia”, que tantas veces se repite en la película, se carga de sentido». Habrá que ver qué ha hecho con Penélope Cruz, una de las protagonistas de «Wasp Network», película de espías mayormente hablada en castellano que ha rodado en Cuba junto a Edgar Ramírez, Gael García Bernal y Ana de Armas.
Pero no cambiemos de tema. Estábamos hablando de la digitalización de nuestra identidad, ¿no? Aventuramos que un cineasta tan curioso como Assayas estará abierto a las nuevas formas de producción, distribución y consumo de imágenes, pero nos equivocamos. Cuando un periodista le dice que se ha descargado ilegalmente alguno de sus filmes, sonríe, no pone el grito en el cielo. «En eso estoy chapado a la antigua. Sé que ahora mismo, con Netflix, el mío parece un discurso retrógrado, pero yo pienso mis películas para que sean proyectadas en una sala. Por ejemplo, me cuesta mucho ver una película en ''streaming''. Soy comprador compulsivo de blurays, lo que me convierte, supongo, en un cinéfilo clásico». Y remata: «En una de las primeras versiones del guión, “Dobles vidas” se llamaba “e-book”, pero me parecía un título muy frío, muy impersonal. Lo mismo me ocurre cuando pienso en cierta cultura de pantallas. En un plano teórico, es fascinante, pero, de momento, preferiría que la gente viera mis filmes en la pantalla grande, y no en un móvil».