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Oscars 2015: El duelo entre las dos «bes» del año

«Birdman»
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Una apuesta por la realidad, la otra se nutre de la fantasía. «Boyhood» y «Birdman», las más nominadas, se disputarán previsiblemente los premios grandes de la gala de los Oscar.

El día en que se anunciaron las nominaciones a los Oscar, Ruben Östlund, director de la extraordinaria «Fuerza mayor», y su productor, se grabaron en la habitación de su hotel mientras esperaban a que los presentadores recitaran las candidaturas a mejor película extranjera. Llegó el momento y su película no estaba nominada. El productor consoló a Östlund, que, de inmediato, se desplazó fuera de campo para llorar desconsoladamente y entregarse a un ataque de histeria como el que el protagonista de su filme tiene en su secuencia más catártica. ¿Era una broma a costa de los Oscar o la reacción de un cineasta ególatra? En todo caso, ese vídeo, gamberro o no, ponía en evidencia la relevancia simbólica de unos premios que, paradójicamente, pocas veces marcan un baremo real de calidad cinematográfica. ¿Recuerdan el año que «Gente corriente» ganó a «Toro salvaje»? ¿No les parece increíble que «Crash» batiera en duelo a «Brokeback Mountain»? ¿Saben que Hitchcock no obtuvo ningún Oscar de sus cuatro nominaciones? La lista de agravios podría alargarse hasta agotar la extensión de este artículo. En esta edición podemos estar contentos de que tres películas tan excéntricas como «Boyhood», «El gran hotel Budapest» y, en menor medida, «Birdman» (las dos primeras empezaron su fulgurante carrera en el primer trimestre de 2014), sean las candidatas más potentes (en el caso del filme de Wes Anderson, tal vez estamos siendo demasiado generosos con la carta a los Reyes).

Lejos de la industria

Es difícil saber hasta qué punto una película realizada tan lejos de la industria de Hollywood como la obra maestra de Richard Linklater puede convencer a los miembros de la Academia de que, sí, es la mejor del año. Amparada por una colección de premios tan larga como las colas para ver «Cincuenta sombras de Grey», «Boyhood» demuestra, en cierto modo, que Hollywood es prescindible, que todo el aparato económico que rodea el hecho de hacer cine puede sustituirse por el acto de fe de un grupo de personas que creen que el cine es el reflejo de la vida, el arte de registrar el tiempo que pasa. Los miembros de la Academia pueden admirar el modo en que Richard Linklater ha confiado en su proyecto, y su capacidad de liderazgo para que los que lo rodeaban se reunieran unos días por año, de 2002 a 2013, cobrando el salario mínimo, para contribuir a la conmovedora autenticidad de una película que sustituye la espectacularidad que se le supone a una candidata oscarizable por un canto épico a la humildad. Si «Boyhood» fuera la vencedora de esta edición, crearía un precedente extraordinario. Incluso sus detractores –como Richard Brody, el crítico de «The New Yorker»– reconocen en ella rasgos que pueden gustar a la Academia: «Su absurda sentimentalización de la infancia y la adolescencia», escribe airado, «su visión de un niño y un adolescente sin una chispa de ferocidad, sin un pensamiento malvado, sin energías que domesticar ni impulsos que controlar, puede satisfacer al viejo sistema de estudios». Que así sea, pues.

En el otro lado del ring está «Birdman». Es la némesis literal de «Boyhood»: una película sin apenas conflictos, completamente anclada en la «normalidad» de lo cotidiano, discreta y modesta como nuestra propia sombra, se enfrenta con una película musculosa, que hace de su virtuosa figura retórica –el (falso) plano-secuencia único– un reclamo a voces, y que satura de dilemas morales la existencia de su protagonista. Hay en ambas, sin embargo, una preocupación por representar el tiempo en un flujo constante –que borra las elipsis que separan noche y día, o el paso de los años– que las convierte en síntomas de una preocupación del cine contemporáneo. En todo caso, ¿qué es lo que puede convertir a «Birdman» en la ganadora de la noche? Sus nueve nominaciones pueden parecer una garantía (como lo es haber obtenido el premio del sindicato de productores y el de actores), pero es en el capítulo interpretativo donde la película de González Iñárritu tiene su principal atractivo. A Hollywood le encantan las resurrecciones, y la de Michael Keaton lo es en toda regla. Además, es una película sobre el mundo del teatro, y su reparto coral de «all stars» (Naomi Watts, Edward Norton, Emma Stone) la coloca como caballo ganador para una Academia nutrida, principalmente, de actores. El cineasta mexicano, que ha logrado salir del peligroso callejón sin salida donde se había metido en «Biutiful», es incapaz de hacer una comedia pura, así que la solemnidad del tramo final de «Birdman» le otorga una legitimidad moral ante los académicos que, por ejemplo, no tiene «El gran hotel Budapest», mucho más melancólica pero de apariencia más ligera. El brillante filme de Wes Anderson puede barrer en las categorías menores (dirección artística y vestuario, sobre todo), pero, a pesar de haber empatado en nominaciones con «Birdman», lo tiene difícil para abrirse un hueco en las categorías de mejor película y director (Ralph Fiennes, craso error, ni siquiera está nominado).

Poca opción británica

En otra edición con títulos menos fuertes, la cuadrilla británica tendría más que rascar (véase el caso de «El discurso del rey»). Y aunque el apoyo de la engrasada maquinaria de los Weinstein ha logrado, desde su presentación en Toronto, colocar a una película tan poco inspirada como «The Imitation Game» entre las candidatas, parece que la insipidez británica sólo podría dar la campanada –y lo tiene difícil ante Michael Keaton– con el Oscar al mejor actor de Eddie Remayne por «La teoría del todo» (se conoce la debilidad de los miembros de la Academia por los «biopics», y más si son de sabios discapacitados, como es el caso del científico Stephen Hawking).

Quizás la confrontación más polémica de todas las candidaturas se produzca entre «El francotirador», la patriótica diatriba de Clint Eastwood contra los que creen que la guerra de Irak fue la mentira de un loco, y «Selma», «biopic» de Martin Luther King que ha puesto de acuerdo, en positivo, a toda la crítica americana. La película de Eastwood, que se perfila como la más taquillera de 2015, se ha colado entre las nominaciones pegando tiros a diestro y siniestro, casi a la fuerza, y haciendo sombra a un título que, ideológicamente, está en sus antípodas. Es probable que la Academia haya considerado que cubrió el cupo de la lucha por las libertades civiles de los afroamericanos con los Oscar de «12 años de esclavitud», pero el ninguneo no deja de ser sintomático. Siendo simplistas, podríamos decir que la Academia da por finalizada la era Obama. Y si una leyenda viva como Eastwood es capaz de establecer una línea directa entre los atentados del 11S y la necesidad de invadir Irak para aniquilar al enemigo (recordemos que la película no retrata ni a un solo iraquí, sea hombre, mujer o niño, que no sea una amenaza armada, y que, para más inri, la némesis de Bradley Cooper es un tirador olímpico...sirio), ¿por qué no celebrarlo? Está claro que Hollywood está entrenándose para recibir a los republicanos con fuegos artificiales, y que lo menos que le interesa es un filme hecho por y para afroamericanos que se toma muy en serio la figura de Luther King. «El francotirador» no se llevará ningún Oscar (Eastwood ni siquiera está nominado), pero su presencia puede explicar el cambio de aires políticos que la industria está esperando como agua de mayo.