Robert Guédiguian deja la política por amor
En su nuevo filme, «Que la fiesta continúe», el director vuelve a Marsella con una oda a los sentimientos
Madrid Creada:
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Un estruendo, gritos, escombros, sirenas y, de nuevo, silencio. El 5 de noviembre de 2018, en la calle Aubagne de Marsella, a pocos metros de una estatua de Homero, dos edificios de viviendas se derrumbaron, y un tercero, horas más tarde, de manera parcial. Un suceso que se cobró ocho vidas y que simbolizaba la insalubridad de unas viviendas indignas en una localidad polarizada donde rápidamente se disparó la solidaridad entre sus vecinos. En aquella señalada fecha, Robert Guédiguian se encontraba filmando en la que es su ciudad natal «Gloria Mundi». Ante el derrumbe, «la gente me decía que rodase allí, pero la ficción siempre va con retraso. No fue hasta un año después, con cierta distancia, cuando vi que podía utilizar esa historia como una metáfora», explica el cineasta francés a este diario. Fue así como dio comienzo a su nuevo proyecto, que llega hoy a los cines de España: «Que la fiesta continúe». Una cinta que arranca en aquella lúgubre jornada y que «supuso no solamente el derrumbe de unos edificios, sino también de una sociedad, de un sistema, de una forma de hacer política. Quise reflejar la acción colectiva que se despertó y que movilizó hasta al Ayuntamiento de Marsella. Después de 30 años de poder de la derecha, la ciudad se unificó y votó a la izquierda», explica.
Con este humano trasfondo, lo que Guédiguian ofrece en este filme es una oda al amor: al romántico, al paternofilial, al fraternal, a la amistad... Lo hace a través de Rosa (Ariane Ascaride, musa y pareja del cineasta en la vida real), una marsellesa de 60 años que ha dedicado toda su vida a su familia y a la política. Pero es hora de dar prioridad a sus sentimientos: a lo largo de la cinta, Rosa pasa de vivir su «otoño» vital a la primavera, pues se enamora de Henri (Jean-Pierre Darroussin). «Hay una revolución en ella. Robert (Guédiguian) es muy púdico en la vida, no expresa verbalmente sus sentimientos. Pero sí habla a través de las películas. Y en esta sitúa un enamoramiento que era impensable», apunta Ascaride a este diario. Añade el cineasta que «el arte es eso, un discurso que pasa por emociones, lágrimas, risas, música, gritos, silencios... Hay que saber cómo contar las cosas de una forma espectacular».
Y es que después de más de medio siglo de carrera detrás de las cámaras, la conversión del director galo a este cine de corte más ligero –a falta de una palabra más acertada– parece confirmarse poco a poco. No es una cuestión de entregarse a lo comercial, pero sí a una pulsión ciertamente más senil pero no por ello errónea de lo que es la vida, de lo que importa y lo que ya no importa tanto. En la estupenda «Mali Twist», estrenada en nuestro país en 2022, Guédiguian ya coqueteaba con una especie de nostalgia bien entendida que le separa enteros de sus congéneres (pensamos, quizá en el dramatismo impostado de los Dardenne) y que además le mantiene activo y prolífico como pocos. Entre aquel filme, vorazmente político y antirracista, y su nueva incursión en el cine champán, al director le ha dado tiempo para encargarse de la producción de hasta otros cuatro proyectos de distinta envergadura. Quizá el más destacado sea la película de animación «The Most Precious of Cargoes», dirigida por su buen amigo Michel Hazanavicius («The Artist») y que se pudo disfrutar en el último Festival de Cannes, donde se llevó varios minutos de ovación del respetable.
Fue en la misma cita gala, imponiendo sus galones de «pope» de la producción francesa, donde Guédiguian dejó que se viera por primera vez «En Fanfare», nueva película como director del también actor Emmanuel Courcol y una demostración fehaciente del giro que ha dado el realizador a los proyectos que firma, bien sea como director o productor. «Mi intención siempre ha sido darle voz a los que no tienen voz. Mi padre trabajaba en el puerto y mi madre limpiaba casas, además de encargarse de la nuestra. Tengo que hablar en su nombre, de algún modo y con todos los medios que tenga», explicaba Guédiguian en entrevista con el propio Festival de Cannes, como anticipando lo que termina siendo «Que la fiesta continúe», una especie de manifiesto omnisciente por todos aquellos que llegan a la tercera edad sin una representación clara, bien desde una política cada vez más edadista (solo hay que ver el caso de Joe Biden), bien desde un cine que casi nunca les presta atención.