«Vengadores: infinity war»: El libro gordo de los superhéroes
A. y J. Russo. C. Markus y S. McFeely. Robert Downey jr, Josh Brolin, Chris Pratt, Benedict Cumberbatch... EE UU, 2018. 149 min. Acción superheroica.
Como buena parte del cine de superhéroes que nos acosa, «Vengadores: Infinity War» parece diseñada para satisfacer a la numerosa clientela de fans del universo Marvel, dispuesta a dilapidar en redes sociales a toda aquella película que ignore cualquiera de sus picajosas exigencias. Es comprensible, pues, que aspire a ser una enciclopedia ilustrada de apariciones estelares, con la intención secreta, suponemos, de convertirse en operación sumatoria de todos los éxitos de taquilla que, por separado, han protagonizado los superhéroes de más relumbrón. No obstante, huelga decir que una superproducción que se enorgullece de incluir 64 personajes principales está delatando, sin querer, su defecto más llamativo: por acumulación, ninguno de ellos existe, relegados a decorar, como muñecos de merchandising de lujo, un universo neobarroco que busca su identidad en una cierta idea de imagen corporativa. No es extraño que el único personaje que merece denominarse como tal sea el villano, Thanos (estupenda creación, en «motion capture», de Josh Brolin), que, en su nietzschiana voluntad de transformarse en el amo del mundo para liquidar a la mitad de su población, tiene el carisma, entre psicótico y atormentado, de un secundario de una obra de Shakespeare. Los demás bailan a su alrededor cambiando de planeta, soltando ingeniosos «one liners» y muriendo para resucitar a los dos segundos sin que el filme parezca preocuparse de ubicar al espectador en una acción que se expande a perpetuidad. En esa expansión a lo Big Bang hay secuencias afortunadas, en especial las que involucran a Thanos con Gamora (Zoe Saldana) y su hermana, las que permiten que Peter Quill (Chris Pratt, de «Guardianes de la galaxia», por si faltara algún invitado a la fiesta) y Thor (Chris Hemsworth) desplieguen su autoconsciente sentido del humor, y todo el dilatado clímax final, que se imbuye del aliento trágico de la misión destructiva del villano. El gran espectáculo, que lo hay a raudales, se fragmenta en escenas épicas que, en el recuerdo, resultan difíciles de distinguir unas de otras, orquestadas como sinfonías del caos. Es un problema común a las franquicias superheroicas, con dignas excepciones que existen para confirmar la validez de un libro de estilo que admite pocas variaciones en su normativa. No hay que confundir la desmesura de «Vengadores: Infinity War» con generosidad, sino como un síntoma de la elefantiasis de los tiempos que nos ha tocado vivir, más pendientes de la cantidad que de la calidad.