“Vermiglio”, la elegida para representar a Italia en los premios Óscar: comida para el alma
Tras triunfar en su estreno en Italia, el Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia llegará a las salas de España a mediados de febrero.
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El León de Plata de Venecia nos cuenta en profundidad los entresijos de la “otra guerra”, esa que sustituye los rifles y los fusiles por leche materna e incertidumbre. La de aquellos que son presos del destino de los suyos, sin siquiera conocerlo. La más difícil de lidiar. Aunque tampoco dista tanto de la barbarie y la fatalidad que se vive en el campo de batalla. Las trincheras, a fin de cuentas, son las mismas. Esta contienda se replica en nuestro interior, en nuestro imaginario, del que no podemos escapar. Estamos condenados a vivir pensando.
Durante la celebración de la decimoséptima edición del Festival del Cine Italiano de Madrid, uno de los títulos que más caló en el núcleo duro de la audiencia fue “Vermiglio”. Maura Delpero se apoya en el cine de silencios y ocultos para construir su cinta desde el corazón de una familia. La belleza aflora con la misma sutileza de la que nace la tristeza. Es así como este drama con tintes del humor más cotidiano no solo supone una experiencia inmersiva a todos los niveles sino que, al mismo tiempo, nos hace conocer las dos caras de la moneda. La naturaleza de aquellos que sueñan con un futuro tan inocente como su presente, los que no conocen otra realidad, ni tan siquiera la propia, y todos los que no ven nada más que caos a su lado. O en otras palabras, la vida de los niños frente a la de los adultos.
En las montañas de los andes, donde solo llega la gélida brisa del descanso de los montes, yace un pequeño pueblo llamado Vermiglio. La frías mañanas se desvelan con el cantar de los pájaros. En plena Segunda Guerra Mundial esta localidad parece ser ajena al conflicto. Tan solo se une a ella por el porvenir de sus hijos, los que han ido a servir a los intereses de los poderosos a golpe de pistola. Es entonces cuando nos adentramos en la rutina de la familia del maestro local. El que tiene la potestad de crear un futuro digno para todos los jóvenes que ansían vivir a toda costa. En este entorno, un día cualquiera un soldado desertor llega a la puerta de su casa para mostrar los horrores de la guerra con su tétrica mirada y las pocas fuerzas que le quedan. A partir de aquí da comienzo la vida, comienza "Vermiglio".
La guerra, ese viejo y absurdo truco
Este retrato antibelicista no solo muestra la miseria con la que se comercializa en estas extremas situaciones sino que, asimismo, desvela la crudeza del asunto en cada parpadeo de los que la han sufrido. El absurdo realmente no se muestra porque no es más que otra evidencia de le muerte de nuestra sociedad. Porque no se trata de una película bélica, ya no pensamos en el horror, sino una epopeya amorosa dignificada por las creencias y los pareceres de quienes las buscan. La fe nace del último vestigio del todopoderoso para redimirnos de nuestros pecados. La amistad se nutre de lo recíproco para darnos luz y verdad. Y el amor nos concede gozar del arte de sentir, de creer, como la misma fe. Así que una vez más brindemos por ello. Al final todos necesitamos retroalimentarnos de ese aliciente que nos estimula. También el alma, como en la escena en la que el maestro decide regalarse un vinilo bajo el pretexto que le menciona a su mujer, que acaba de dar a luz a su enésimo hijo: "Esto es comida para el alma".
Cuanto más real, más Erice
En este nuevo caso de realismo mágico, la magia de la cinta llega por obra y orden del cine. Del cine de la verdad, del eterno. Puesto que en su trasfondo no deja de ser un riguroso reflejo de algo que pasó en todas y cada una de las casas de la época, pero cada gesto estético denota una maestría enmudecedora que revela todo un mundo sin decir apenas nada. La contención no se negocia, aunque esta explota con la presencia de la inocente voz de la juventud. La alegría en medio de la tormenta. Como en el mismo cine de Erice, el rotundo. Y es que no es coincidencia la hipnótica con la que Delpero da vida a sus imágenes, las cuales no solo se equiparan con el maestro de nuestro arte sino que beben paralelamente de ellas. Ese espíritu (de la colmena) que se escondía en los parajes, los interiores, las almas de los personajes están muy presentes aquí. Es por eso que no se acaba esta historia cuando llegan los créditos finales sino que en realidad solo acaba de empezar. Todavía sigue creciendo en mí.