Clint Eastwood: «Vivimos tiempos turbulentos y deprimentes»
El director bucea nuevamente con «15:17. Tren a París» en las raíces del heroísmo a través de la historia real de tres jóvenes que lograron reducir a un terrorista y que se interpretan a sí mismos
El director bucea nuevamente con «15:17. Tren a París» en las raíces del heroísmo a través de la historia real de tres jóvenes que lograron reducir a un terrorista y que se interpretan a sí mismos.
Clint Eastwood cumple este año 88 y es quizá el director en activo de más edad. Pero su aspecto físico no corresponde a lo que imaginamos de un señor octogenario. Su hablar es pausado y se toma su tiempo en las respuestas. Los años han hecho mella pero de una forma muy noble en su actitud y apariencia. Sigue siendo un hombre de aspecto elegante a pesar de la edad y aún son reconocibles en sus gestos las trazas de guaperas oficial del «spaghetti western».
Han pasado décadas desde que se diera a conocer en todo el mundo con las cintas de Sergio Leone. Con él rodó «Por un puñado de dólares», «La muerte tenía un precio» y «El bueno, el feo y el malo», la mítica «trilogía del dólar». Tras volver de aquel periplo en Almería, decidió crear su propia productora, Malpaso Productions, con el «western» como referente principal. Ya en 1971 se puso tras la cámara para dirigir su primer filme, «Escalofrío en la noche», el mismo año en que creó con Don Siegel el mítico personaje de Harry el Sucio.
Aunque su paso a la dirección fue lento, y durante años siguió siendo más considerado actor que director, a partir de los 90, Eastwood empieza a ofrecer sus piezas más icónicas al mundo: con «Sin perdón» se llevaría dos Oscar de la Academia (mejor dirección y mejor película). Luego vinieron «Los puentes de Madison» (1996), «Poder absoluto» (1997), «Ejecución inminente» (1999) y la también oscarizada «Million Dollar Baby» (2004).
En los últimos años su cine parece haber derivado en una profunda reflexión sobre el heroísmo y el papel del héroe en la sociedad moderna. Un héroe que no siempre presenta una cara amable o que todos suscribiríamos por consenso. Ahí están «Banderas de nuestros padres» (2006), «Invictus» (2009), «Sully» (2016) y la polémica «El francotirador» (2014).
Su nueva cinta, «15:17. Tren a Paris» podría encajar también en ese marco en el que se viene moviendo Eastwood en el nuevo siglo. Y otra vez, como en varias de sus mencionadas películas, recurre a hechos reales: los sucesos que acaecieron en un tren de París donde un extremista islámico, que planeaba matar a más de doscientas personas, fue reducido por tres norteamericanos anónimos que a partir de entonces se convirtieron en héroes nacionales. Eastwood decidió contar precisamente con los protagonistas de los hechos para realizar el filme.
–¿Qué detalles de esta historia real le llamaron la atención para trasladarlos al cine?
–Es una historia fascinante, me atrapó la primera vez que la leí en el periódico y cuando conocí a los chicos que vivieron este suceso todavía me interesó más. Me atrae mucho en la vida en general el hecho de entender por qué la gente actúa de una manera o de otra bajo las mismas circunstancias. Así que me pareció que sería muy interesante convertir este suceso en una película. El hecho de decidirme a usar los personajes reales en vez de actores profesionales suponía además dar cierta frescura al filme.
–Debe ser complicado interpretarse a sí mismo, más aún siendo «amateur».
–Es algo que un actor profesional odiaría y no creo que fuera capaz de hacer, ya que su vida y su profesión consisten en interpretar a otros. Sin embargo, estos soldados al no ser actores han sabido interpretarse de una forma muy genuina.
–Imagino que se incluye en lo de no poderse interpretar a usted mismo.
–Efectivamente. Me incluyo.
–¿Ha afectado a su forma de rodar el hecho de que no fuesen profesionales y hubiesen vivido precisamente ese suceso tan especial?
–Para mí era importante el hecho de que trajeran una frescura que un actor profesional no sería capaz de interpretar. Un actor profesional hubiera sacado sus mejores tácticas para hacerlo pero la esencia de estos tres héroes era difícil de extraer, a no ser que fueran ellos los que se interpretaran. No es que sea diferente la forma de dirigir a este tipo de «actores», sencillamente todo fue más natural.
–Para usted, que ha rodado «Sully», «El francotirador» y ahora esta película, ¿qué sería un héroe?
–No sabría decirlo exactamente. Estos chicos lo son. Son gente corriente que hace hazañas extraordinarias. Vivimos en un mundo en el que no sabemos lo que nos puede ocurrir. ¿Quién se iba a imaginar lo que recientemente pasó en Barcelona? Hay un montón de sucesos extraños a los que estas nuevas generaciones tienen que enfrentarse. Muchas veces nos paramos a pensar qué haríamos si nos viéramos envueltos en unas circunstancias similares. La gente normal puede hacer cosas extraordinarias. Había más de trescientos pasajeros en ese tren y fue un verdadero milagro que no hubiera víctimas. El terrorista llevaba munición para poder matar al menos a 200. Esto te hace pararte a pensar qué hubieras hecho si estuvieras allí en esa situación, cómo habrías reaccionado.
–¿Tiene algún truco o manía que pueda desvelar como director?
–Tengo uno que aplico bastante a menudo. Al final de cada escena suelo decir «corten» o «stop». Si digo «corten» el cámara sabe que tiene que seguir rodando. Me gusta observar lo que hacen después de que se crean que las cámaras no están rodando; consigues en ocasiones cosas muy auténticas, matices diferentes que no hacen cuando saben que están siendo grabados. Esas cosas son las que me gustan. Recuerdo que en la época dorada de Hollywood, el silencio cuando se rodaba era sepulcral, y en una película como «El crepúsculo de los dioses» se pegaban unos gritos para actuar que en mi opinión no eran necesarios. No hay necesidad de exagerar tanto. Para mí la experiencia como director me ha ayudado a tener un puñado de trucos que me ayuda a hacer las cosas más llevaderas e intentar sacar lo mejor de los actores. En esta película en particular, como he comentado antes, lo importante era que fueran ellos mismos.
–Viendo lo encantado que está con la experiencia de contar con actores «amateur», ¿qué sería entonces lo más complicado de dirigir a profesionales?
–Pues que les dices que sean ellos mismos y no pueden, y hablo por mí mismo también, que soy actor. Nosotros vivimos de interpretar a otros personajes, de dar vida a otra gente, por lo que no saben ser ellos mismos. Trabajar con niños es también muy interesante, son los mejores actores del mundo pero en el momento que gritas «acción» son horribles (risas). Algunos actores que comienzan de niños no se convierten en brillantes de adultos porque están acostumbrados a pensar demasiado y se les va la naturalidad que en su momento tuvieron.
–Al principio del filme vemos que en la habitación de uno de los protagonistas, de niño, hay dos pósters de películas: uno es «La chaqueta metálica» y otro «Cartas a Iwo Jima», que es un filme que dirigió usted. ¿Es un guiño o realmente los personajes reales tenía esos carteles en la habitación?
–Fue mi momento Hitchcock (risas).
–¿Es usted optimista sobre el futuro de Estados Unidos y las nuevas generaciones?
–Está la cosa complicada. Vivimos en unos momentos turbulentos. Cuando rodamos el filme en París se produjo el ataque terrorista en Barcelona. Es un poco deprimente.