Coppola «desprecia» Marvel: la batalla de los superhéroes se recrudece
El universo del cine camina hacia una especie de Big Crunch en el que, por pura concentración de elementos, la industria implosionará.
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El universo del cine camina hacia una especie de Big Crunch en el que, por pura concentración de elementos, la industria implosionará.
En 1973, cuando Martin Scorsese comenzaba a sonar fuerte con su tercer filme, «Malas calles», la taquilla norteamericana estaba liderada por «El golpe», seguida de «El exorcista», «American Graffiti», «Papillon» y «Tal como éramos»... Hasta el número 10, todo eran películas de su padre y su madre, de géneros, productoras y estilos diversos. Este 2019, en cambio, muestra una concentración ya habitual en los últimos años: «Avengers: Endgame» lidera el un «top 10» en el que aparecen otras dos películas de Marvel, tres más de Disney (que también es dueña de Marvel) y otros tres filmes que son precuelas o secuelas de franquicias.
El universo del cine camina hacia una especie de Big Crunch en el que, por pura concentración de elementos, la industria implosionará. Hace años que se viene hipotetizando sobre la fatiga de las franquicias, pero ahí siguen, arrollando la taquilla desde Los Ángeles hasta Pekín. Martin Scorsese ha dicho recientemente que «Marvel no es cine», sino «un parque temático». Sus palabras han dividido el negocio entre apocalípticos e integrados. Y Francis Ford Coppola, que junto con Marty y otros, forjó el Nuevo Cine Americano, ha ido más lejos: «Son películas despreciables».
Del bando de los integrados, Joss Whedon, James Gunn, Taika Watiki o Samuel L.Jackson, han salido en defensa de este tipo de cine que, de marginal, friki en sus orígenes, ha pasado a ser referente inexcusable. Tanto que la crítica ha entrado a saco en ese universo solipsista, llenando de discursos lo que en principio solo pretendía ser puro escapismo. Digamos que han dado carta de naturaleza artística a algo que, en palabras de Scorsese y Coppola, no debería tenerlo. El día de mañana se estudiará la enorme y efectiva tela de araña tendida por Marvel y Disney a toda una industria que depende de ellos: no hay actor, por reputado que sea, que no tenga ya su traje de superhéroe en el armario ni director que no lampe por una llamada del Universo Cinemático preponderante. La propia palabra Universo dice mucho de la estrategia de Marvel, que, como si fuese la NASA, ha anunciado los filmes de su «Fase 5» para llenar los años venideros de fantasías mayoritarias.
Las críticas de los apocalípticos pueden entenderse como la clásica queja intergeneracional, el canto del cisne de un modo de hacer cine que ya no se corresponde con los tiempos. En este sentido, Scorsese y Coppola serían los abuelitos gruñones de una industria que los relega a pactar con Netflix porque ya no hay quien quiera financiarles un producto de sala. Por más millones que se le echen a una cinta de superhéroes, hasta ahora está acreditada su solvencia a la hora de recoger beneficios. Y así, vamos jugando sobre seguro, ampliando un Universo fantasioso que absorbe toda la materia oscura del cine.
De paso, Marvel ha arramplado o subsumido todos los géneros, en especial aquel cine de aventuras tipo David Lean –como apuntaba Peter Weir– que tanto dinero costaba y tan volátil era de cara a la taquilla. Esto explica, entre otras cosas, que Weir, que ha estado recientemente en Madrid, no haya vuelto a vérselas con un «Master and Commander», alto entretenimiento popular sin tanto derroche digital que ya no entra en la planificación de los jerarcas del cine. Dame Marvel y dime tonto.