Cora del Norte: Este no es un país de tebeo
La novela gráfica «El cumpleaños de Kim Jong-il», que narra la peripecia de un niño de 8 años ideologizado que irá descubriendo las mentiras del régimen del «amado líder», nos adentra en la dura vida cotidiana de un país hermético azotado por el dogmatismo.
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La novela gráfica «El cumpleaños de Kim Jong-il», que narra la peripecia de un niño de 8 años ideologizado que irá descubriendo las mentiras del régimen del «amado líder», nos adentra en la dura vida cotidiana de un país hermético azotado por el dogmatismo.
La tiranía absoluta reviste de lógica lo puramente irracional. En los «buenos tiempos» del socialismo leninista, en 1918, el por lo demás inteligente y culto Lunacharsky, comisario de Instrucción Pública, sometió a Dios a un juicio popular en toda regla. Y Dios, a quien se le asignó abogado y todo, fue hallado culpable; para ajusticiarlo, se dispararon varias ráfagas al cielo de Moscú. En Corea del Norte el suicidio, el gesto autónomo por excelencia, está prohibido. Atentar contra uno mismo es hacerlo contra el propio dictador. Y hay razones articuladas para vetarlo. «Suicidarse es cometer un acto individual, y por lo tanto condenable, es escapar definitivamente a las órdenes del partido. Y el partido odia que se le escapen», explica Jun Sang, protagonista de la novela gráfica «El cumpleaños de Kim Jong-il».
Publicado por Astiberri, el cómic de Aurélien Ducoudray y Mélanie Allag llega a España en un momento en que la demanda de información sobre Corea del Norte repunta al hilo de la actualidad, con una situación política enconada entre el Gobierno de Donald Trump en Estados Unidos y la férrea dictadura de este país asiático, el más hermético del mundo, encabezado por el excéntrico Kim Jong-un. La labor documental de Ducoudray –periodista, fotógrafo de prensa y documentalista– sirve de sustrato a una ficción dibujada por Allag con un estilo sencillo, incluso «naif», que contrasta con la crudeza de los hechos narrados.
La guerra patriótica
Jun Sung, el protagonista de la obra, se presenta a sí mismo a los 8 años como «jefe de las juventudes patrióticas de mi barrio» en una pequeña ciudad. Su historia será la de la «caída del burro» de la tiranía comunista. Antes, Sung se muestra como un ingenuo defensor de todos los valores de Corea del Norte. Con los amigos del barrio juega a la «gran guerra de liberación» contra los vecinos del Sur, lee tebeos en los que los americanos y los surcoreanos son poco menos que bestias desalmadas, patrulla de noche los alrededores del colegio por si llega el invasor y ve en la televisión las óperas revolucionarias (los canales extranjeros están vetados, internet es una palabra desconocida). «No hay vida más noble, esperanza más grande y felicidad más resplandeciente que la de entregar mi juventud a la única patria», dice Sung, que tiene el orgullo de haber nacido el mismo día que Kim Jong-il, el sostén exclusivo de toda su existencia: «En la República Popular de Corea del Norte hay dos personas más importante que nuestro padre y nuestra madre: nuestro querido general Kim Il Sung y su hijo Kim Jong-il». La narración arranca de hecho en los años 90, cuando el abuelo del actual líder soberano aún está vivo y en la época del traspaso de poder a Kim Jong-il, padre de Kim Jong-un. Años inclementes, de ejecuciones públicas masivas, cartilla de racionamiento, cierre de fábricas, mercado negro... Pronto, la hambruna se ceba con Corea del Norte, y Jun Sung comienza a replantearse sus convicciones al tiempo que descubre que sus abuelos paternos son «títeres del Sur», es decir, surcoreanos, escoria.
La hambruna del país asiático, provocada por graves inundaciones, alcanzó su punto álgido en 1997. El Estado llegó a admitir 250.000 muertos, aunque organismos internacionales elevan la cifra a dos millones de almas, el 10% de la población. En la pequeña localidad de Sung, la tragedia toma tintes costumbristas: niños persiguiendo ratas, mayores colocando redes en las ventanas para atrapar a los pájaros, mendigos rascando cortezas de pino. «He llegado a ver a gente recoger los granos de maíz sin digerir de la mierda de los caballos». La policía, corrupta, se aprovecha de lo poco que recolectan los vecinos mientras un pueblo sumido en la miseria más extrema se consuela cantando el «Arirang», la canción tradicional de las dos Coreas, modificada en el Norte como himno patriótico desde su original de amor y esperanza: «Mírame, mírame, mírame, al mirar una flor en medio del invierno, por favor, piensa en mí».
El «Arirang» describe el paso por las montañas, la huida hacia un futuro mejor. Y ese será el camino que decida tomar la familia de Sung. Sin embargo, el paso hacia China se complica y los desertores acaban en el terrible campo de concentración de Yodok. A partir de ahí, Allag pasa al blanco y negro en los tonos y la narración transita del optimismo e ingenuidad inicial a la picaresca, el drama y el cinismo. «Es verdad que en Yodok no aprendimos más que a robar, a mentir, a chivarse...», declara un para entonces escéptico Jun Sung. «Era importante mostrar esa ruptura narrativa a través del color, para explicar que, básicamente, su mundo se derrumba», señala la dibujante Mélanie Allag en declaraciones a RFI. Para Aurélien Ducoudray, «Sung entiende finalmente lo que hay detrás de la propaganda del régimen, y a su pequeño nivel, trata de combatirlo. Pero lo que es realmente irónico es su absoluta confianza en Kim Jong-il. Incluso en las profundidades del campo de concentración, se dice: “Si yo estoy aquí es que hay una razón. Kim Jong-il no puede estar equivocado”. En realidad, es algo que se repite en muchos testimonios de norcoreanos que han escapado y ahora están viviendo en Corea del Sur, pero es como si siguieran en el Norte. No consiguen adaptarse, por lo que caen en la depresión fácilmente. Recuerdo el testimonio de una mujer que me dijo: ‘‘Yo, en cada aniversario de Kim Jong-il, lloro”».
Gracias al testimonio de los evadidos de la enorme cárcel al aire libre que es Corea del Norte, Ducoudray ha podido guionizar una historia en la que la ingenuidad es el primer motor de la acción, la mirada confiada de Sung hacia un régimen y un lider paternalista que se manifiesta a cada paso en la vida de los norcoreanos, como señala y como refleja en sus viñetas Allag: «Su efigie está absolutamente por todas partes, en todas las habitaciones, en la escuela, en los vestíbulos... Es como si tuviera a esa mirada de Kim Jong-il persiguiéndole hasta en sueños, de modo que se convierte en una especie de amigo imaginario». El «padrecito» de toda la nación, el único hombre que puede celebrar su cumpleaños en Corea del Norte.
Ésta no es la primera vez que el cómic abre una rendija en Corea del Norte. En 2003, el canadiense Guy Deslise publicó su ya clásico «Pyongyang», un documental en forma de historieta que arrasó en el género. En España la publicó Astiberri y ya va por la 12ª edición. En él, Deslise narra su estancia de dos meses en la capital orwelliana de este país hermético, mostrando su asombro ante las condiciones de vida de un pueblo sumido en un gran engaño que recuerda al clásico «1984». A raíz de su éxito, el director Gore Verbinski impulsó una adaptación al cine, pero el conflicto con «La entrevista», película norteamericana que parodiaba al régimen de Kim Jong-il y que motivó varios ciberataques de Corea del Norte a las «majors» de Hollywood, hizo que el proyecto de «Pyongyang» cayera en el olvido por temor a boicots aún más virulentos. No obstante, desde entonces el interés en este país se ha ido incrementando y las expediciones documentales y periodísticas han aumentado, aunque sea siempre bajo la atenta e inevitable mirada de los comisarios del pueblo, ansiosos por cantar las bondades de Corea del Norte, y la alargada sombra de las estatuas de los padres de la patria.
Yodok: el gulag más terrible del siglo XXI
No es cierto que los campos de trabajo sean un vestigio del pasado. Auschwitz está pasando, y en Yodok, en Corea del Norte, tiene un buen reflejo. A 100 kilómetros al norte de Pyongyang se encuentra esta sucursal del infierno, cuyo nombre oficial es tan impersonal como la burocracia comunista estila (Campo 15),y donde se calcula que podrían cumplir condena cerca de 50.000 presos, 6.000 de ellos cristianos según organizaciones misioneras. Son «criminales» contra el Estado por intentar abandonar el país, escuchar la radio de los vecinos del Sur, hablar mal del Gobierno, profesar otras religiones o regresar de países extranjeros. Disidentes que lograron escapar del infierno han realizado ilustraciones (en la imagen) para hacer entender la magnitud del terror. Otros como Kang Chol-Hwan, que pasó diez años en Yodok y se fugó a China, han relatado las miserables condiciones de vida del gulag. Su libro «Los acuarios de Pyongyang» abre una ventana a uno de los lugares más desconocidos del planeta y nos recuerda los testimonios clásicos de supervivientes de la barbarie serializada como Primo Levi: «Cuanto más asistía a este tipo de atrocidades, cuanto más me codeaba con cadáveres, más ganas me entraban de vivir, costase lo que costase, pero es verdad que los sentimiento de compasión y piedad parecían abandonarme, sustituídos por una tenaz voluntad de vivir y por una desconfianza generalizada hacia los que me rodeaban. En mi propio interés, aprendí a controlar mis emociones».