Inspirada (y tan libremente...) en los expedientes redactados por el padre Gabriele Amorth, exorcista jefe del Vaticano, durante los treinta largos años en los que se encargó de expulsar al Diablo cuando era, claro, el causante de una supuesta posesión, y echando un vistazo rápido a Google, hemos de reconocer que el personaje real poco se parece desde el punto de vista físico al orondo y carismático Russell Crowe, ni, nos da la impresión, tampoco en el orgullo y cierta arrogancia que le imprime Crowe al también teólogo, abogado y periodista. Un tipo inteligente, en realidad, con sentido del humor.

1987, estamos en una, no verde, verdísima, y frondosa Castilla (¿La Mancha? ¿Castilla León?) que más recuerda al norte: una viuda y madre de dos hijos (un niño pequeño con cara rarita ya de arranque y una adolescente que, sí, es realmente insoportable) acaban de llegar a la ruinosa empero imponente abadía que les dejó en herencia el marido de la mujer. Y nada más poner un pie en ella, al menor parece que le ha entrado el demonio en el cuerpo, por lo que el Papa decide que Amorth viaje hasta allí para saber cuánto de cierto se esconde detrás de las manifestaciones sobrenaturales, de nuevo aquí, típicas y tópicas del género. Pero el protagonista descubre que no se trata sólo de un caso, sino de una auténtica conspiración maligna relacionada con la Inquisición y un secreto que quizá la Iglesia ha intentado ocultar. Bueno, más, o menos, de lo mismo, aunque «Gladiator» saque de nuevo pecho y confirme que con él no puede ni Asmodeo.

Lo mejor:

Con más o menos kilos encima, el carisma de Russell Crowe es siempre indiscutible

Lo peor:

Se nota mucho el filtro de Hollywood al narrar este filme inspirado en el padre Amorth