Crítica de "Los Fabelmans": horizontes de futuro ★★★★☆
Dirección: Steven Spielberg. Guion: Tony Kushner, S. Spielberg. Intérpretes: Michelle Williams, Paul Dano, Gabriel LaBelle, Seth Rogen, Judd Hirsch. Estados Unidos, 2022. Duración: 151 minutos. Drama.
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Difícil haberlo vaticinado: Spielberg ha hecho una película lacaniana. Una película sobre un niño que aprendió (a duras penas) a ser adulto a partir de las proyecciones de lo real. Al principio, fue un trauma. La fase del espejo fue un accidente de tren, el de “El mayor espectáculo del mundo”, que su mirada no pudo superar hasta que reprodujo el impacto de cien maneras distintas en su casa, con un wellesiano tren eléctrico filmado una y otra vez chocando, descarrilando en una película casera que exorcizó al trauma original. No solo había nacido un espectador sino también un cineasta: todo lo que en la realidad resulta elusivo, clandestino, opaco, en el cine revela su verdad. La confesión definitiva de “Los Fabelmans”, la que más debe importarnos, es que Spielberg no se entiende, o no nos entiende, si no es a través de las imágenes.
En ese sentido, la película tiene una construcción modélica. La rápida evolución de Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle) como entusiasta director ‘amateur’ explica la construcción de la identidad de Spielberg, que es, también, la de su filmografía: del placer del cine de entretenimiento (las cintas que filma con sus hermanas) al descubrimiento de la importancia de lo que hay entre las imágenes, esa “imagen justa” godardiana (el gesto revelador que descubre lo que no supo ver mientras filmaba, en una hermosa declaración de amor a la fase de montaje que habrían suscrito los mismísimos Straub y Huillet); del cine entendido como un acto de fe, una creencia que han de compartir los que lo hacen y los que lo ven (el rodaje de una película bélica, su efecto hipnótico en el público), hasta el cine como un arte de la manipulación de las masas que tiene su reverso irónico (la ‘beach movie’ convertida en parodia de un filme de Leni Riefensthal).
Ese recorrido es, en realidad, una extraordinaria sesión de psicoanálisis, que Spielberg remata con otro encuentro fundacional con el cine clásico. La horquilla de su educación sentimental empieza con Cecil B. DeMille y acaba con John Ford, el idealizado guardián de las esencias de un cine cuyas herencias siguen dando fruto en la mirada del alumno aventajado. Spielberg aún puede rectificar el horizonte (es maravilloso que un delicioso David Lynch, aparente antídoto del clasicismo, interprete a Ford: he aquí dos cineastas opuestos a los que Spielberg admira porque su genio se le escapa) porque el cine es, en sí mismo, un horizonte futuro. Esa confianza en el futuro, tan característica de su obra (incluso de la más pesimista), explica la luminosidad con que observa a sus padres y, en especial, a su madre (notable Michelle Williams), pianista frustrada que alienta el talento de su hijo con una energía intensamente bipolar, atrapada entre sus ensoñaciones y sus obligaciones como ama de casa.
No es extraño, pues, que el retrato de ese matrimonio -y de ese mejor amigo (Seth Rogen), un tanto desdibujado en el relato, que perturba un equilibrio doméstico ya frágil- adquiera un tono hiperbólico, como de fábula que Spielberg necesita contarse a sí mismo, otra vez, a través del filtro de las imágenes que proyecta su memoria. No hablamos de la nostalgia como esa lenta cancelación del futuro a la que se refería Mark Fisher, sino más bien de todo lo contrario. Spielberg ha necesitado filmar “Los Fabelmans” para entender a sus padres, para proyectarlos como un recuerdo que pueda gestionar en toda su complejidad. Existe, pues, una tensión entre la puesta en escena de los momentos familiares y los conflictos, peleas y secretos que muestran sus imágenes, la misma tensión que ha atravesado el ánimo de Spielberg para contarlos. No creemos que “Los Fabelmans” sea su película más personal -¿acaso no puede reconstruirse su biografía a partir de “E.T”, “A.I. Inteligencia Artificial”, “Atrápame si puedes”?- pero sí es la que, explícitamente, rompe el espejo donde se reflejan sus fantasmas. Ahora sí podemos decir, sin lugar a duda, que Spielberg se ha hecho mayor.
Lo mejor:
Filmar una autobiografía que se explica a partir del cine como instrumento para descubrir la verdad del mundo.
Lo peor:
El personaje de Seth Rogen está mal desarrollado, teniendo en cuenta lo importante que es para la trama familiar.