Crítica de "Robot Dreams": ¿sueñan los perros con androides eléctricos? ★★★★
Dirección y guion: Pablo Berger, según la novela gráfica de Sara Varon. España-Francia, 2023, 102 min. Género: Animación.
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Dirección y guion: Pablo Berger, según la novela gráfica de Sara Varon. España-Francia, 2023, 102 min. Género: Animación.
“Do you remember?”. No es casual que ese sea el mantra de la canción de Earth, Wind & Fire que se convierte en leitmotiv de “Robot Dreams”. Si Sara Varon, la autora de la novela gráfica en que se basa la magnífica película de Pablo Berger, la concibió para apaciguar el duelo que le provocó la pérdida de su perro, su adaptación al cine también está teñida de la melancolía, la alegría y el dolor que atraviesan el ejercicio de la memoria. Ya saben: si alguien nos recuerda, es que no estamos muertos.
Si es cierto que, de una forma oblicua, “Robot Dreams” habla de la muerte -o de la separación forzosa entre dos seres que se quieren-, Pablo Berger no sucumbe a la creación de un submundo repleto de almas perdidas. Lo primero, claro, es construir una relación creíble, preciosa en su delicada empatía, en la que dos soledades -la de un perro soltero y sin compromiso, y la de su mascota, un robot al que le sobra corazón- descubren que están hechas para compartirse. Lo segundo es que Berger no necesita nada más que una valla infranqueable para definir la impotencia que supone perder a un ser querido. A un lado de la valla, el perro es pura acción, idea tras idea para cruzar la frontera; al otro, al robot, inmóvil y oxidado, solo le queda soñar. Es una bella idea de guion y de puesta en escena, que traduce la transparencia y la expresividad de la animación de línea clara a la sencillez poética, casi de haiku, de la historia.
“Robot Dreams” aúna un preciosista, minucioso trabajo de diseño de ambientes (¡ese Nueva York retro!), sonido y personajes con una fértil conversación con la historia del cine. Como en “Blancanieves”, otra película sin diálogos, Berger integra su cinefilia -desde su admiración por las películas de Studio Ghibli hasta el amor por Charles Chaplin, los musicales de Busby Berkeley y “El mago de Oz”- en comunión con la emoción que despiertan sus criaturas. El resultado es una película que combina, con alquímica precisión, riesgo y potencial comercial; una película que, en fin, quiere a su público tanto como a sus personajes.
Lo mejor: la ternura que impregna toda la película, desde la construcción de personajes hasta el precioso diseño de la animación.
Lo peor: que no se haya colado en las nominaciones a mejor película de los Goya.