Sección patrocinada por sección patrocinada

Liceu

Crítica de 'La sonnambula': triunfo de Nadine Sierra y Xabier Anduaga; y abucheos de fondo para Lluch

La propuesta escénica se atiene bastante al libreto sin mayores sobresaltos, aunque exagera la violencia del celoso Elvino hacia su amada Amina, una aportación de la directora de escena en el contexto actual del movimiento #MeToo

Bárbara Lluch firma una dirección de escena que sufrió algunos abucheos en el Liceu
Bárbara Lluch firma una dirección de escena que sufrió algunos abucheos en el LiceuA. Bofill

La directora de escena Bárbara Lluch apuesta por ofrecer «La sonnambula» de Bellini en una encorsetada comunidad rural puritana, al entorno de un aserradero y con mínimos aportes escenográficos de Christof Daniel Hetzer, principalmente una cabaña de madera, una serrería de vapor y un bosque arrasado. Con ello parece hacer un guiño al cambio climático y a la desforestación incidiendo en la parte siniestra de la trama, donde la protagonista, Amina, se ve rodeada de un grupo de bailarines que la acompañan en su trastorno sonámbulo, con escenas muy plásticas de la destacada compañía Metamorphosis, pero a la vez extensas y repetitivas. La danza recuerda el origen del libreto de Felice Romani, de la ópera de Bellini, que se basa en la pantomima-ballet de Eugène Scribe. En una coproducción con el Teatro Real ya vista en Madrid en 2022.

Gracias a una pareja protagonista excelsa, como en esta ocasión, hace que esta ópera "semiseria" de Bellini alce el vuelo y ofrezca momentos de gran lucimiento. Excelente la capacidad actual de Nadine Sierra para abordar el repertorio belcantista con perfecto fraseo, "legato" y unos agudos siempre afinados y de gran belleza que ofrece con un perfecto control del sonido y una gran proyección. Ya desde su cavatina inicial y posterior "cabaletta" recibió las ovaciones de un público entusiasmado con el trabajo de la soprano estadounidense, quien ofreció una intervención que fue asentándose a lo largo de la obra, especialmente en los dúos con el tenor español, lo más bellos de la partitura, para cerrar la velada con la siempre espectacular aria final “Ah! non credea mirarti” y “Ah! non giunge uman pensiero” desde lo alto de un voladizo como sonámbula convenciendo a sus vecinos y a su amado de su inocencia.

Cabe destacar la complicidad de Sierra con el magnífico tenor español Xabier Anduaga, un intérprete de voz amplia, emotiva y de una homogeneidad en el registro que solo poseen los más grandes de la lírica; su Elvino es en la actualidad de absoluta referencia, capaz de emocionar al público con un instrumento privilegiado. Su implicación en el personaje, en este caso, pareció un punto distante a nivel actoral, quizás algo incómodo con la propuesta escénica, ya que se le infunde un alto grado de violencia.

En el joven reparto también destacó el debut de la soprano hispano-cubana Sabrina Gárdez como una Lisa de buena proyección e interesante instrumento, con unos agudos algo blanquecinos en su "cavatina" para ir asentando el personaje y ofrecer una mayor redondez en el aria del segundo acto “De’ lieti auguri a voi”, con un buen trabajo en las agilidades. Destacada también la labor de la mezzosoprano donostiarra Carmen Artaza como Teresa, la madre de la protagonista, en su debut liceísta. Correcto el Alessio del barítono Isaac Galán y adecuado el Notario de Gerardo López.

El Conde Rodolfo del bajo-barítono Fernando Radó estuvo estupendo a nivel presencial y actoral con la ayuda de un destacado vestuario, pero vocalmente dejó que desear con un instrumento demasiado liviano, sin amplitud ni colores, que dejó huérfano un personaje con alguna de las piezas más significativas de la ópera como la inicial “Vi ravviso, o luoghi ameni”.

La propuesta escénica se atiene bastante al libreto sin mayores sobresaltos, aunque exagera la violencia del celoso Elvino hacia su amada Amina, una aportación de Bárbara Lluch en el contexto actual del movimiento #MeToo. El vestuario de Clara Peluffo resulta interesante, pero repetitivo y poco destacado en los personajes principales, y la iluminación de Urs Schönnebaum aporta momentos coloristas, pero en general acaba siendo anodina, al igual que la dirección de actores y especialmente el trabajo de movimiento del Coro del Liceu, muy significativo a nivel canoro pero estático y poco ágil y creíble a nivel actoral. La sensación de falta de ritmo en la obra fue una constante, especialmente en el primer acto, que tampoco pudo superar el destacado director italiano Lorenzo Passerini, quién hizo brillar por momentos a la Simfònica del Liceu con mucho detalle y excelencia.

Una velada, finalmente, muy aplaudida por el público que llenaba el Liceu especialmente para la pareja protagonista, con peticiones de bis para Sierra y con algunos abucheos de fondo para la directora de escena.