Crítica de clásica
Crítica de 'Tristana': Moderna mirada a un clásico
Ópera a quemarropa: Tristana. Jorge Volpi, libreto. Miguel Huertas, música. Ruth González, Enrique Sánchez-Ramos, César Arrieta, Luisa Torregrosa. Dirección musical: Bauti Camacho. Dirección de escena: Ricardo Campelo. Coproducción de Ópera de Tenerife, Comunidad de Madrid y Teatro Xtremo. Estreno absoluto. Auditorio de San Lorenzo de El Escorial, sala de cámara. 27 de junio de 2025
He aquí una bella e interesante aventura lírica: trasladar la novela de Pérez Galdós, y algunos de los elementos aportados más tarde en torno a ella por Luis Buñuel en su película de 1970, a nuestro tiempo. Se conserva la nervadura de la obra, pero se reduce a lo esencial y se sitúa la acción, eso sí, en el moderno barrio madrileño de Chamberí, que era justamente la localización elegida por el escritor canario a finales del siglo XIX. Los personajes se reducen al mínimo y se cambia su identidad: Lope, un tiránico profesor de canto, Tristana, su alumna, Horacio, un insulso tenor, y Saturna, el ama de llaves y celestina de la novela y la película de Buñuel, quien aquí se convierte en narradora.
Importante sin duda es haber calibrado el valor literario de la obra primigenia, que, a juicio de Volpi, sigue siendo una creación moderna, ambigua: ni don Lope es el villano tradicional (pese a su hipocresía y sus contradicciones) ni Tristana es solo una víctima. Allí descansa su modernidad, por más que al final Pérez Galdós se ciñera a la moralidad de su época, dejando apenas una duda irónica sobre el destino de los dos. Si a ello se añade la lectura de Buñuel, mucho más transgresora, sus claroscuros se vuelven aún más intensos. Aunque en la ópera el final no es tan amargo y se deja una ventana abierta para la liberación de la joven.
Para sostener, impulsar, dar relieve y contenido a la breve narración (70 minutos) el pianista y compositor Miguel Huertas-Camacho ha escrito con lo mínimo -piano, chelo, percusión, electrónica- una partitura económica, enjuta, delicada, cuajada de efectos de rara sutileza, con llamada episódica a lo minimalista y una agradable pátina de curiosos efectos impresionistas que nimban la sucesión de viñetas, de monólogos y diálogos resaltados a lo largo de un recitativo que se hace por momentos monótono; aunque el tratamiento vocal sea pertinente y lógico. Hay poca variedad y escasos contrastes.
Seguimos la anécdota esperando instantes en los que lo virulento, lo dramático, haga presa en nosotros y nos introduzca en lo angustioso, en lo que nos golpee. Pero esa dimensión no se alcanza, bien que aprobemos el cuidado de la escritura, los gratos efectos, a veces nos parece que un tanto pueriles, de lo percutivo. Y seguimos con agrado las evoluciones “humanistas” de la parte del violonchelo, bien tocado por Irene Celestino. Una labor que tuvo su contrapartida en el buen hacer de los otros integrantes del pequeño complesso: el propio Miguel Huertas al piano y Juanjo Guillem en la percusión. Con Pedro Fragüela en la electrónica.
La soprano lírico-ligera Ruth González, que es también la productora, mostró su seguridad, su talante profesional, su destreza en sortear algunos instantes exigentes (incluso un fragmento de Sempre libera de La traviata), aunque en estos momentos su timbre haya perdido algo de la primitiva lozanía y la emisión acuse a veces un notable vibrato. Enrique Sánchez, barítono lírico, ahora con mayor reciedumbre que hace años, canta siempre con aplomo, aquí con eventuales pasajes de emisión un tanto nasal. Muy bien sus frases en falsete. Grato el timbre de lírico ligero del tenor César Arrieta, no especialmente expresivo. Un buen terceto al que acompañó la actriz Luisa Torregrosa en calidad de narradora (la Saturna de la novela).
Dirección escénica bien ordenada, aunque abusando quizá de eso que se lleva tanto en estos tiempos: la redundante proyección de video de la acción que estamos viendo. Muy escueto atrezzo: una pequeña cama, un teclado y poco más. Buen maneo de luces de Luigi Falcone. Bauti Carmena condujo con soltura y buena disposición la representación. Hubo, eso sí, muchos momentos en los que los sobretítulos se esfumaron.