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Cuando José Antonio cenaba con Federico

Hace 25 años cerró el café Lion, lugar de encuentro de las dos Españas antes de la Guerra Civil, donde Primo de Rivera y Lorca llegaron a alternar juntos y revueltos
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En el Lion, que cerró hace 25 años, cenaban Primo de Rivera y Lorca, "que eran buenos amigos"
En el sótano del James Joyce, Alcalá número 59, café irlandés con remembranzas literarias en el que solo se fraguan a día de hoy tertulias de fútbol al calor de su gran pantalla, languidecen los restos de la dos España antes de que, de hecho, a partir del 36 y al parecer hasta hoy, en vísperas del 28-A, se convirtieran definitivamente en dos. Y dicen que irreconciliables. Son los restos de un naufragio antológico, el de la memoria real de los años previos a la Guerra Civil. Aquí, en lo que actualmente es el James Joyce y una parte del VIPS aledaño, estuvo el café Lion y en sus bajos, la Ballena Alegre, un espacio decorado por los frescos de Hidalgo de Caviedes que hoy sirve de almacén al irlandés.
El café Lion echó el cierre hace 25 años y el Ayuntamiento apenas se preocupó de colocar un cartel simulando el viejo rótulo del Lion en el lugar que ahora ocupa el VIPS. En el espacio de una manzana, y aun menos, comunistas y falangistas, monárquicos y anarquistas, ácratas de toda condición, bohemios, políticos, simples paniaguados y aspirantes a las letras y las armas, se encontraron, confraternizaron, se insultaron, pagaron la ronda o pagaron a escote y echaron pestes unos de los otros. Las dos Españas sentadas al café, al mismo café, mucho menos enfrentados de lo que pensamos. Antes de que todo saltara por los aires, claro.
En los años 30, lo fundamental para todo intelectual o sucedéano era acomodarse o agenciarse un bar con aspiraciones de tertulia. De la Glorieta de Bilbao a la Gran Vía, de la Gran Vía a la Puerta de Alcalá, bullía la vida de café. Usted podía acercarse al Pombo, bajo la égida del ingenio y la verborrea de Gómez de la Serna, a los vecinos Novelty y La Granja Henar, al Gijón, al Comercial y el Novelty... Madrid era una Viena canalla, más estruendosa y menos rigorista, en la que se hablaba de toros, del estatuto de Cataluña, de poesía y arte de vanguardia.
En medio de esa inflación de tertulias, aparece en la escena capitalina un local, de precios tirando a altos, a escasos metros de la Puerta de Alcalá, que retrotrae a cierto ambiente austrohúngaro en su parte alta y a cripta de cervecería alemana en la baja. Se llamá Lion y pronto encuentra su público. Un texto del falangista Tomás Gistau (“Estafeta literaria”, 1944) nos introduce a modo de “mâitre” en este establecimiento: “Un día alguien dijo que había descubierto un lugar para nuestra reunión. En los sótanos del Café Lyon, en la calle de Alcalá, frente al edificio de Correos, se acababa de abrir un salón destinado a cervecería. Tanto encareció sus condiciones de comodidad, que decidimos visitarlo. Y todos quedamos, desde el primer momento agradablemente impresionados. “La Ballena Alegre” con su velero pendiente del techo, su espejo en el que se reflejaba un viejo reloj de péndulo y sus excelentes frescos representando escenas de la pesca de la ballena, tenía un aire de barco ballenero grato a las nostalgias cantábricas del sector vasco que era el más importante de la tertulia”.
En octubre del 32, cuenta Gistau, Primo de Rivera, aperece en La Ballena. “¿Con quién venía? No lo recuerdo exactamente. Indudablemente debió de ser con José María Alfaro o con Rafael Sánchez Mazas, que también era viejo ballenero. Considero innecesario decir que desde aquel momento José Antonio fue el eje de la asamblea. Pocos días después tenía lugar el acto fundacional de la Falange y “La Ballena” quedó inmediatamente teñida del más vivo tono falangista. Mas es preciso afirmar que “La Ballena Alegre” no fue jamás una tertulia política a la manera de otros cenáculos de este tipo. En el mismo café Lyon, en el Piso de arriba, había dos tertulias especialmente políticas. La de Azaña, que no siendo ya Presidente del Consejo de Ministros, rumiaba, rodeado de exdiputados de las Constituyentes, un nuevo asalto al Poder, y la de José Bergamín (que fundó allí “Cruz y Raya”), con sus macacos. Estas eran auténticas tertulias políticas. “La Ballena” no lo fue jamás. “La Ballena” fue una reunión de escritores y artistas donde se recibía cordialmente a todo el mundo y no se pedía a nadie una determinada profesión de fe ni la afiliación en partido político alguno. Porque en “La Ballena”, José Antonio era solamente hombre y hombre joven”.
El encuentro entre las dos España en los salones del Lion era una realidad. Se dice que más de una vez acabaron a broncas, que las pistolas estaban a recaudo en los gabanes, pero lo cierto es que también aquellos mundos concéntricos, más que opuestos, se atraían, confraternizaban y trazaban sinergias. Como muestra un botón: las cenas secretas de Primo de Rivera y Federico García Lorca, hoy día símbolos de universos antagónicos para aquellos que solo ven blanco o negro en nuestra historia reciente. Lo contó Pepín Bello en sus conversaciones con David Castillo y Marc Sardá: “Todos los viernes cenaban juntos José Antonio y Federico, ya que eran buenos amigos”. Al parecer tras las veladas salían en taxis con las cortinillas bajadas para que no los vieran juntos.
La guerra terminó con la “coexistencia pacífica” de las dos España en el café Lion, un lugar que ha quedado erróneamente asociado a la composición del himno falangista “Cara al sol”. Agustín de Foxá narró en “Madrid, de corte a checa” aquel episodio, situándolo en el sótano del restaurante Or-Kompon. En aquella “especie de cueva vasca con acuarelas de Guipuzcoa en los zócalños” estaba, además de José Antonio, “el marqués de Bolarque, don Pedro Mourlane, Rafael Sánchez Mazas, Agustín Foxá, José María Alfaro y Dionisio Ridruejo”.
Como decimos, el Lion decayó con el estallido de la guerra. De hecho, unos meses antes en lo que respecta a los parroquianos de derechas: “El triunfo del Frente Popular fue el golpe de muerte de “La Ballena”. Todos sus asistentes estuvieran o no afiliados a Falange Española, estaban marcados con el sello falangista. La última vez que ví a José Antonio en libertad, fue justamente una noche en “La Ballena”. No recuerdo exactamente quienes estuvimos. Con certidumbre solo recuerdo a Mourlane. Tampoco me acuerdo del día, que debió de ser de los últimos de febrero. El café tenía ya para nosotros un ambiente intolerable por la actitud de algunos camareros y de los elementos frentepopulistas de las tertulias de Azaña y Bergamín. Y no volvimos más”, concluye Tomás Gistau. Pese a los intentos de reflotar la tertulia durante el franquismo, el Lion no fue nunca más aquel lugar en el que confluyeron sin tirarse los vasos a la cabeza las dos Españas que ahora muchos se empeñan en revivir.