De Armani a Cobo Calleja
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Allá por 1966, Truman Capote celebró en el tan cinéfilo hotel Plaza neoyorquino la fiesta entre las fiestas: el Baile en Blanco y Negro cuajado de «celebrities». Sin entrar en comparaciones que podrían levantar ampollas, ayer, el quién es quién femenino del cine español reprodujo a su escala aquel evento, aunque también se colaron los tonos ocres y nudes, además de las lentejuelas –no podían caber más por centímetro cuadrado de vestido– y las pieles, casi todas por cortesía de Miguel Marinero, uno de los más citados de la velada, y los escotes con la espalda descubierta.
Hace ya unos años que se decidió emparentar los Goya con el «glamour» y las actrices dieron la talla, algunas con más fortuna de otra, detallando a los periodistas la «ficha técnica» de su indumentaria. Si las firmas extranjeras como Dior, Roberto Cavalli y Elie Saab se pronunciaron con frecuencia, entre los españoles fue la noche del citado Marinero, Lorenzo Caprile, Jesús del Pozo y Dolores Promesas. En el apartado de los zapatos pisaron fuertes Jimmy Choo y Loubutein, muy comentados pero poco lucidos por aquello de que dominaron los trajes largos.
Punto y aparte para Belén Rueda, a la que Lorenzo Caprile –o a la inversa, tanto da– le tendría que hacer la ola por cómo realzó su obra. Escote palabra de honor para un traje de tul marrón con topos beige con una larga cola. Im-pre-sio-nan-te, tanto el diseño como por cómo lo llevó, segura, Rueda.
Previsoras, por aquello de la alfombra roja, las actrices evitaron el ídem salvo dos o tres espontáneas. Imperó, previsible, el negro. En esa categoría cromática, la más impactante Blanca Suárez, a la que le cuesta tanto sonreír cuando no hay cámaras, que dejó a más de uno sin aliento con un vestido de Elie Saab, para el que había que tener una percha notable alto, con una falda totalmente transparente. Una Ana Belén esquiva con la prensa a la que observaba sin mirarla, tal vez en busca de una pregunta que nunca encontró ante la avalancha de estrellas televisivas, se gustó con un Armani, tanto como Silvia Abascal, a la que le sobró un lazo desproporcionado.
El blanco y el nude se apropió de la noche. Leticia Dolera parecía una princesita con un palabra de honor de Delpozo de Josep Pons. Entre las que estuvieron tocadas por la gracia anoche, Michelle Jenner –con un vestido de Naereen Khan, que tendría que genuflexionarse a su paso por cómo lo lució– Marta Etura por Lorenzo Caprile y Juana Acosta que se desmarcó su esposo Ernesto Alterio para posar como merecía con un diseño Zuhair Murad. Será por haber compartido en estos días tantas entrevistas conjuntas la causa de ese ataque de telepatía que vivieron tres de las cuatro candidatas al Goya a la Mejor Actriz –Nora Navas, Marián Álvarez e Inma Cuesta– que optaron por un tono de azul casi idéntico.
Entre las campanadas de la noche el Roberto Cavalli y Macarena Gómez, un vestido tornasolado ocre y verde en el que no cabían más lentejuelas. Y, sí, también, la estola de piel de rigor que arrastraba en un descuido muy cuidado de Miguel Marinero. La ex ministra de Cultura, Carmen Alborch, hizo exclamar a los periodistas de la alfombra roja cuales Sara Montiel, «¿pero qué es esto?», al aparecer con un tocado, diadema o lo que fuese art decó que detalló que era «una pieza china comprada en Valencia». Si dice que la adquirió en el polígono Cobo Calleja también nos lo hubiésemos creído.