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Eduardo Blanco: "La vida acaba cuando termina la vida, ni un minuto antes"

El argentino interpreta en el Teatro Fígaro de Madrid, hasta el 12 de enero, «Parque Lezama», la obra de Herb Gardner adaptada y dirigida por Juan José Campanella.

Foto: Jesús G. Feria
Foto: Jesús G. Ferialarazon

El argentino interpreta en el Teatro Fígaro de Madrid, hasta el 12 de enero, «Parque Lezama», la obra de Herb Gardner adaptada y dirigida por Juan José Campanella.

Corrían los 80 cuando un joven Juan José Campanella vio en Nueva York «Yo no soy Rappapport», de Herb Gardner, que transcurría en Central Park y fue tal el flechazo que quiso llevarla a su país, pero tardó 30 años en conseguir los derechos. Adaptada como «Parque Lezama» y tras su éxito en Argentina con más de 800 funciones, se representa en el Teatro Fígaro de Madrid hasta el 12 de enero con Eduardo Blanco y Luis Brandoni como actores principales. Blanco es un actor asiduo del director, con el que ha colaborado en teatro, cine («El hijo de la novia» o «Luna de Avellaneda») y televisión.

–¿Esta apuesta es fruto de un enamoramiento?

–Sí, el de Campanella de la obra cuando tenía 24 años, porque es una historia muy divertida que conmociona.

–¿Parte de su éxito es la adaptación?

–Es su columna vertebral, pero también hay otros factores. Cuando todos están alineados, funciona. Si no supiéramos que es de Gardner podríamos pensar que la firmó un autor argentino por lo bien que nos conoce.

–¿Hubo que «domarlo» para dirigir teatro?

–(Risas). Fue una broma que dije. Campanella es un gran contador de historias en cualquier formato, pero esencialmente en cine y, aunque le gusta mucho el teatro y es espectador asiduo, esta es la primera vez que dirige.

–¿No se adaptaba?

–En cine, cuando el realizador saca una toma que le gusta la deja y la edita. Cuando da al «play» sale lo mismo siempre. En teatro no se puede dar al «play» y que cada noche sea igual. Él lo pretendía y resulta imposible.

–Dos ancianos se ven en un parque y hablan de la vida.

–Algo que puede suceder en cualquier parque del mundo porque toca temas universales. Más allá de estar protagonizada por dos viejos, la obra no habla de la vejez sino de la vida. Como síntesis diría que es una historia que cuenta que la vida acaba cuando termina la vida, ni un minuto antes.

–¿Y construyen una amistad?

–Entre otras cosas, pero como dos ancianos revoltosos que no paran de jugar como niños y el espectador, y todos entramos en ese juego y eso me parece mágico.

–¿Podríamos decir que son dos chicos haciendo travesuras?

–Tranquilísimamente, ¡ja ja ja!

–¿Se trata de personajes contrapuestos?

–Parece que tenemos necesidad de etiquetar las cosas para entenderlas mejor y, visto así, representan la contraposición entre el idealismo del luchador que nunca se rinde –Don Quijote– y el conformismo del que renuncia a luchar –Sancho–, pero saliéndome de ese marco, todos tenemos de ambos, no todo es negro o blanco, somos una paleta de colores.

–¿Emite un mensaje positivo?

–Toca valores aunque no creo que el propósito sea dar un mensaje. El hilo conductor es el humor y a través de él se van recorriendo caminos emocionales. Habla de la esencia del ser humano, de sus miedos, sus valentías, emociones, de la necesidad del otro... de ser escuchado. Nunca es tarde para disfrutar de la vida y, hasta el último momento, uno puede tener la capacidad de generar una esperanza, una ilusión o un sueño.

–Humor y emoción son sellos habituales en él.

–Si uno recorre sus películas descubre que el humor, la emoción y una mirada crítica a determinadas cosas de la sociedad son su base y esta obra tiene esos tres elementos. El humor baja las defensas y la emoción entra de una manera distinta.

–¿Es usted un «chico Campanella»?

–(Risas). Lo de chico me gusta bastante, pero no. He trabajado con él en todos los formatos y diría que es un amigo que cuando hay alguna aventura y nos convoca, siempre es un placer. Ahora, lo de «chico Campanella», yo no me defino así.

–¿Se inspiró en alguien para el personaje?

–He observado a muchos ancianos, pero inconscientemente también hay muchas cosas de mi abuelo, que se subía los pantalones por encima del ombligo, y de mi padre, que tenía Parkinson.

–¿Le gusta el juego teatral?

–No hay otra forma de hacer teatro, el actor tiene la maravillosa oportunidad de subirse a un escenario, ponerse una corona, decir que es un rey y la gente lo cree, es como un pacto con el espectador, cómplice del engaño. Todos jugamos a que somos otros y disfrutamos con ello.