El almirante resiste a duras penas
La estatua de Cristóbal Colón en el parque Grand de Los Ángeles tenía las horas contadas. El debate venía de lejos. El pasado septiembre la ciudad había aprobado sustituir el Día de Colón, que celebran el 8 de octubre, por el Día de la Gente Indígena. El concejal demócrata Mitch O'Farrell estaba eufórico: «Hemos hecho historia», dijo. Organizada en colaboración con la Comisión de Nativos Americanos del Condado, la fiesta incluyó una ceremonia para celebrar la salida del sol, competiciones atléticas, desfiles, mesas redondas; juegos para niños, un desfile de moda y un concierto del grupo de rock nativo americano Redbone. Aquel día las autoridades ordenaron tapar la estatua de bronce del almirante. Ayer, finalmente, fue removida. Entrevistado por «Los Angeles Magazine», O'Farrell comentó que este «es el siguiente paso natural para eliminar la mentira histórica de que Colón fue un descubridor benigno que ayudó a hacer de este país lo que es. Su estatua y su imagen son realmente representativas de alguien que cometió atrocidades y ayudó a iniciar el genocidio más grande jamás registrado en la historia de la humanidad, por lo que el hecho de que caiga su estatua es el siguiente paso en una progresión natural». A finales del pasado año hubo un debate similar en Nueva York. Desde 1892 y sufragada por la Sociedad Genealógica y Biográfica de la ciudad, se levanta la estatua de Colón en la esquina suroeste de Central Park. En mitad del debate sobre si retirarla o no unos activistas le pintaron las manos de rojo. En Estados Unidos, donde viven grandes poblaciones descendientes de los habitantes previos a la colonización europea, el debate respecto a Colón resulta siempre inquietante. Pero nadie ataca, un suponer, los mitos fundacionales del colonialismo anglosajón ni pone en duda la probidad o bonhomía de los padres de la Constitución, que tenían esclavos. Tampoco suele hablarse del testamento de Isabel la Católica, o de que las grandes mortandades de los nativos de las Indias tuvieron que ver principalmente con las enfermedades. En la ciudad de Nueva York el anhelo por derribar a Colón llegó con el alcalde Bill de Blasio –que ocupa el cargo desde 2014–, que propició la creación de una comisión de artistas e historiadores neoyorquinos para estudiar la hipotética exclusión de monumentos conmemorativos que hieran la sensibilidad de determinados colectivos. Ni que decir tiene, en Nueva York existe una población itaolamericana decidida a preservar la memoria del marino genovés. A diferencia de lo sucedido en Los Ángeles, este colectivo plantó cara a los revisionistas y en octubre regresó al monumento para honrarlo con flores. No solo eso: también ha logrado que la estatua sea incorporada al Registro Histórico de Monumentos. Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, y por supuesto demócrata, explicó en un comunicado que «el monumento a Colón es un poderoso símbolo de la comunidad italoamericana y un testimonio del papel que ha jugado Nueva York en la asimilación de inmigrantes de todo el mundo en nuestro Estado».