El arte también conspira
El Museo Metropolitano de Nueva York inaugura la primera exposición de artistas que han querido desentrañar complots políticos y sociales o los han tratado de forma surrealista en su obras
Poco después del atentado del 11 de septiembre, el Museo Whitney de Nueva York recibió una extraña visita. Agentes del FBI se acercaron a la institución para examinar las obras de Mark Lombardi, un «artista de la conspiración» que por entonces comenzaba a ganar bastante reconocimiento.
Poco después del atentado del 11 de septiembre, el Museo Whitney de Nueva York recibió una extraña visita. Agentes del FBI se acercaron a la institución para examinar las obras de Mark Lombardi, un «artista de la conspiración» que por entonces comenzaba a ganar bastante reconocimiento. Los agentes incluso exigieron a las autoridades del Whitney que retiraran los pictogramas de Lombardi -que mostraban una enorme red de intercambio ilegal de dinero a nivel mundial- de su sala de exposición, a lo que estos se negaron. Poco más de un año antes, el 22 de marzo de 2000, la Policía había encontrado muerto al artista en su estudio de Brooklyn. La escena parecía sacada de una película: Lombardi colgaba por el cuello de una cuerda amarrada a una de las vigas del techo, impecablemente vestido de azul marino, con un frasco de Tylenol en el bolsillo de su camisa y una botella de champán flotando a su lado y sostenida por otra cuerda que bajaba del techo. En el suelo, cientos de tabletas de paracetamol.
La muerte fue declarada un suicidio y el caso cerrado, pero las investigaciones de Lombardi –entre ellas, una que vinculaba a George W. Bush, por entonces candidato a la presidencia, a un banquero que habría financiado a Al Qaeda– despertaron la sospecha de los amantes de las teorías de la conspiración. En consecuencia, los precios de sus pictogramas ascendieron de manera astronómica y, para el horror del FBI, su popularidad siguió aumentando. Ahora, el Museo Metropolitano de Nueva York, en su sede de la avenida Madison, expone algunas de las obras de Lombardi, junto con las de otros treinta artistas, en una muestra titulada «Todo está conectado: arte y conspiración».
Doug Eklund, uno de los comisarios, explica que «esta es la primera exposición de la que tengo conocimiento que reúne a artistas interesados en la conspiración como sujeto artístico». Mientras en Washington se debate hasta el cansancio la legalidad de la campaña presidencial de Donald Trump y sus vínculos con Putin, además de las campañas de desinformación vinculadas a Facebook, el otro comisario, Ian Alteveer, reflexiona sobre la vigencia del tema: «Estos días se habla mucho de conspiración. Al organizar esta muestra nos dimos cuenta de que es algo que ha estado presente desde hace mucho tiempo. La exposición abarca alrededor de cincuenta años de trabajo artístico», desde 1969 hasta 2016, cuando comenzó la última campaña presidencial de EE UU.
Contra el «establishment»
La idea surgió en 2010 a partir de una entrevista entre los artistas estadounidenses John Miller y Mike Kelley. Los comisarios se reunieron con ellos para compilar una lista de creadores que han tratado la conspiración y la protesta contra el «establishment» en sus obras, muchos de los cuales forman parte de la exposición. Entre ellos, Trevor Paglen, que ha pasado años investigando la existencia de los llamados «Black Sites», lugares secretos en Afganistán y otras partes del mundo a donde el Gobierno de Estados Unidos llevaría a personas –que él llama prisioneros fantasma– para interrogarlas y torturarlas sin dejar rastro.
También se podrán ver obras de Jenny Holzer, que crea instalaciones y cuadros utilizando documentos desclasificados del Archivo Nacional de Seguridad estadounidense, y del también artista conceptual Hans Haacke, que en 1971 se dio a la inmensa tarea de hacer un mapa de las propiedades de Harry J. Shapolsky, un inversor inmobiliario que, utilizando compañías que no existían, compró más de 200 edificios en Harlem, el East Village y el Lower East Side de Manhattan. Vale la pena destacar que tanto Lombardi como Holzer y Haacke han expuesto en España; de hecho, en el Guggenheim de Bilbao puede visitarse una instalación permanente de Holzer creada específicamente para el museo.
«Otro de los momentos en los que indagamos es la crisis del sida. El Silence=Death Project creó un póster sobre cómo decenas de miles de americanos habían muerto de esa enfermedad para 1987 y, sin embargo, el presidente ni siquiera había pronunciado la palabra sida», explica Alteveer. Se refiere a un cartel en el que aparecía un triángulo rosa sobre un fondo negro y, en blanco, el eslógan Silence=Death (Silencio=Muerte). En algunas versiones también se podía leer la siguiente frase: “¿Por qué Reagan guarda silencio sobre el sida? Los gays y las lesbianas no son desechables... Utiliza tu poder... Vota... Defiéndete... Convierte tu rabia, miedo y dolor en acción”. El póster fue creado en el 87 por seis activistas que eligieron el triángulo porque era un símbolo gay tomado de los campos de concentración nazi, donde los homosexuales eran obligados a llevar uno, aunque invertido, en el uniforme.
También los Panteras Negras, tan investigados por el FBI desde finales de los sesenta hasta su disolución en 1982, están presentes en la exposición gracias a las ilustraciones de Emory Douglas. Sus dibujos aparecieron durante años en el periódico oficialista; en ellas los policías eran representados como cerdos en uniforme y frecuentemente venían acompañadas de frases como: «Me he quedado al margen por demasiado tiempo mientras los cerdos racistas violentaban y asesinaban a mi gente. La sangre del cerdo debe correr por las calles».
Aquel noviembre en Dallas
Por supuesto, los comisarios no podían dejar fuera uno de los eventos que más teorías de la conspiración ha despertado desde 1963, el asesinato de JFK. La misteriosa artista Lutz Bacher ha tratado el tema en sus «Entrevistas sobre Lee Harvey Oswald», en las que junto a recortes de fotografías de Oswald, superpuestas para dar la sensación de que se trata de más de un hombre, Bacher se entrevista a sí misma sobre el asesino de Kennedy, un personaje alrededor del cual han surgido cientos de versiones sobre lo ocurrido aquel 22 de noviembre en Dallas. La segunda parte de la exposición, que estará en el Met Breuer a partir del 17 de septiembre, investiga el lado más delirante de las conspiraciones. «Es donde nos adentramos en la madriguera del conejo y revisamos a un grupo de artistas –tenemos a Mike Kelly, Jim Shaw, Tony Oursler, Sue Williams, todos amigos del California Institute of the Arts– que ofrecen una respuesta más fantasmagórica a los modos en los que los hechos, a veces, no casan», afirma Alteveer. Jim Shaw, por ejemplo, trabaja actualmente en un proyecto titulado «Oism» con el que intenta crear una nueva religión, con sus tradiciones, historia y tótems, para lo que ha investigado los cultos mesiánicos presentes en la llamada «Bible Belt», la región del sur de Estados Unidos en la que el protestantismo y el cristianismo tienen un papel muy relevante –mucho más que en el resto del país– a nivel social y político. Tony Oursler, por su parte, indaga con sus instalaciones multimedia en temas de corte psicológico, como la influencia de la televisión en el modo de pensar de las personas, aunque también aborda el estado del medioambiente y la polución biológica.
La muestra también incluye obras de Peter Saul, que frecuentemente toma aspectos de la realidad política y social para sus coloridos y satíricos cuadros. Considerado uno de los padres del Pop Art, Saul (San Francisco, 1934) ha sido un gran crítico de la cultura y la sociedad americana, tratando en su obra desde el movimiento por los derechos civiles y la guerra de Vietnam (conflicto que retrata en “Saigon”, uno de sus cuadros más famosos) hasta la pena de muerte y la presidencia de Trump.
«Todos los artistas que forman parte de la exhibición son “outsiders”. Operan en los márgenes, y eso refleja el tema de la muestra, que tiene que ver con explorar las partes de nuestra cultura que están escondidas o soterradas. Me gustaría recuperar la idea de que el arte puede ser un modo de sacudir a la gente para que se olviden de sus ideas preconcebidas y, ojalá, cuestionen más las cosas», asegura Eklund.