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El cielo de «El grito» ya no tiene misterio

larazon

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Rojos, anaranjados, un celaje violento el que pintó Edvard Munch en «El grito». Y así lo dejó por escrito en su diario en 1891: «Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho (...) Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza». Un alarido desesperado que se ha hecho marca, icono, que ha suscitado las más diversas teorías: era una visión imposible de Munch, ahogado en su locura, preso en su mundo de delirios (como lo habían estado también familiares cercanos, léase su hermana, que acabó ingresada en un psiquiátrico), con nubes distorsionadas... «El grito del hombre moderno», hemos leído cientos de veces, concentrado en una tela. Un paisaje que obedecía, según otras teorías, a los efectos de un volcán en el cielo, concretamente el Krakatoa, que había visto entrar en erupción en 1883 y cuyo recuerdo quiso inmortalizar. Pues bien, parece que todo es bastante más prosaico y que esos colores no son sino producto de un fenómeno atmosférico denominado «nubes nacaradas», según un estudio publicado en el «Bulletin of the American Meteorological Society», también conocido como «nube estratosférica polar» que se caracteriza por sus vistosos tonos pastel estratificados y que no es extraño observar en la zona sur del país. El pintor solía disfrutar de tiempo al aire libre que después pintaba (su producción es exigua) y escenas de campo, de ahí que no fuera extraño que llevara al lienzo esos atardeceres tan atormentados. Dicen los estudiosos que no podía tratarse de cielos volcánicos puesto que son diferentes, en ellos predomina más el tono fuego. «Las nubes nacaradas generan cielos bastante dramáticos y son más notables a medida que se pone el sol, cuando el color se torna más rojo y ciertamente podría describirse como rojo sangre. Este fenómeno se ha documentado en al menos cinco ocasiones en 1892, y son habituales en la zona donde residió el pintor», han dicho los expertos. Nos han quitado de un plumazo la poesía de «El grito», querido Edvard. ¿Sería preferible pensar que esa paleta de colores –tan imposible pero posible–, era producto de su enferma imaginación? Quizá. A este paso, los fríos y prestigiosos informes de universidades por lo general norteamericana van a acabar con leyendas tan apasionantes como la de este artista torturado.

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