El crimen que cambió la historia del teatro
Aquel sangriento 2 de febrero de 1933 no sólo conmocionó a Francia. Los asesinatos cometidos por dos sirvientas, las hermanas Papin, también sentaron la base de una de las obras cumbre de la escena, «Las criadas», de Jean Genet
La historia del teatro está escrita en letras ensangrentadas. Electra, Antígona, Edipo, Macbeth, Hamlet... Los asesinatos y venganzas de personajes imaginarios o pertenecientes a sagas y narraciones cuya veracidad se nos escapa han llenado bibliotecas. Aunque hay todo un subgénero, principalmente en el siglo XX, de obras surgidas al calor de la sangre reciente y real, textos que se inspiraron en crímenes brutales aparecidos en la Prensa. De todos, uno tuvo una especial repercusión social y teatral, convirtiéndose en una pieza de culto: el de las hermanas Christine y Léa Papin, dos sirvientas en una casa burguesa de Le Mans que el 2 de febrero de 1933 acabaron con la vida de su señora y la hija de ésta por una nimiedad. Las víctimas eran «irreprochables», le contarían a la Policía. Y aun así, en un arrebato sobre el que hoy se sigue escribiendo, tiñeron la casa de sangre. Jean Genet convirtió en 1945 aquel crimen en «Las criadas» («Les bonnes») una obra que, tras su estreno el 19 de abril de 1946, marcó la historia del teatro en Francia y en el resto del mundo.
Condenado e indultado
Niño abandonado y criado en una familia adoptiva, Genet pasó su juventud entre reformatorios y cárceles, donde comenzó a escribir; se escapó, se alistó en la Legión Extranjera, fue ladrón y chapero, volvió a pisar la cárcel y pudo haberse podrido allí –sus delitos continuados le valieron una cadena perpetua– de no ser porque ya entonces era un escritor ilustre y un grupo de intelectuales –Jean Paul Sartre y el buzo Jacques Cousteau, entre otros– lograron para él un indulto del presidente de la República.
Curiosamente, el autor de «Querelle» y «El balcón»», cuya vida en sí fue una fuga sin dirección, una apuesta al negro cuando la racha decía que había que jugar al rojo, siempre relativizó su faceta de dramaturgo. «Todas mis obras son encargos. Jouvet me ha encargado "Les bonnes". No me acuerdo de quién me pidió "Les negres", era un director de teatro belga, muy conocido. En resumen, me encargaron mis obras. Jouvet no me dijo: "Tienes que escribirme una obra sobre las criadas". Me dijo simplemente: "Me gustaría montar en escena una obra con dos actrices porque no tengo mucho dinero". Entonces, pensé en dos criadas», explicaba el dramaturgo con su sinceridad demoledora a Rudiger Wischenrat en una entrevista recogida en la revista «El público» en noviembre de 1984. Fue con motivo del reestreno en la sala Olimpia del CDN de la que acaso ha sido la versión más aplaudida de su obra en España, la que estrenaron Nuria Espert y Julieta Serrano, acompañadas por Mayrata O'Wisedo, quince años antes. «El montaje que el director argentino Víctor García presentó en Barcelona en 1969 de la obra de Genet "Las criadas"supuso una de las cimas internacionales del teatro ritual y la consolidación de esta dramaturgia en España», explica Óscar Cornago en «La vanguardia teatral en España (1965-1975): del ritual al juego, Madrid» (Visor, 2000).
La versión de Víctor García
Luce Moreau, la esposa de Fernando Arrabal, había sido la primera traductora al español del texto, y el dramaturgo pánico se la había entregado a Espert cuando ésta acudió a él en busca de un texto que montar. «Las criadas» es una tragedia repetida una y otra vez, consagrada y aún viva como el primer día. Ver a Claire y a Solange –Genet cambió los nombres de las protagonistas– ejecutar su ritual de suplantación de la señora mientras preparan su asesinato aún conserva el impacto que causó en 1946. Simbolista, filosófico y alejado del realismo, el texto de Genet se ha interpretado a menudo como un grito, una toma de postura en la lucha de clases, por más que el autor renegara de esta interpretación.
Además de la versión de Víctor García, otras producciones de este texto, plenamente vigente, han desfilado por nuestra escena, como la que dirigió Jaroslaw Bielski en 1988 en el centro Cultural Galileo o la de 2002, estrenada en el Teatro Borrás de Barcelona, con Emma Suárez y Aitana Sánchez-Gijón como las hermanas y Maru Vadivielso como la señora, dirigidas por Mario Gas, que luego recaló en el Albéniz de Madrid. O la de 2010, en La Abadía, interpretada por hombres, a cargo de de Manel Dueso. Genet recomendaba que fueran hombres quienes protagonizaran el texto. Lo de emplear a actrices fue una genialidad de Víctor García, que luego han repetido otros directores, roto ya el canon purista de quienes aún hoy claman por las directrices del texto del autor. Lo cierto es que el marginal dramaturgo no comulgó con la visión de Jouvet, pero sí con la de García. El año pasado, dentro del Festival de Otoño –donde había estado antes la versión de Luc Bondy, «Die Zofen», en 2008–, Pablo Messiez estrenó en Cuarta Pared una original relectura, en clave de una periferia proletaria y sucia de hoy en día y con algo de espejo de la crisis económica que vivimos, en el que el directormezcló actores y actrices: Bárbara Lennie y Fernanda Orazi para Clara y Solange, y Tomás Pozzi como la víctima que nunca llega a ser (en el texto, en vez de acabar en asesinato, la muerte es la de las propias hermanas). Estos días puede verse en la madrileña sala El Montacargas la producción de la compañía canaria Profetas de Mueble Bar, interpretada por Juan Ramón Pérez, Fernando Navas y Miguel Ángel Gallardo.