Historia

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El despertar del románico pirenaico, un pilar de la religión

El cristianismo fue el eje vertebrador de la sociedad de la Europa occidental desde el Bajo Imperio romano.

Iglesia de Sant Climent de Taüll. © ªRU-MOR/Desperta Ferro Ediciones
Iglesia de Sant Climent de Taüll. © ªRU-MOR/Desperta Ferro Edicioneslarazon

El cristianismo fue el eje vertebrador de la sociedad de la Europa occidental desde el Bajo Imperio romano.

Y lo obtuvo sin duda merced al surgimiento del románico, que trajo consigo la mayor proliferación de iglesias y cenobios conocida hasta entonces. La actividad constructiva era casi constante. Si no había iglesia, se edificaba una; si la hubo, se renovaba, bien ornamentándola con nuevas y llamativas pinturas o bien reconstruyendo algunas partes para adaptarlas a las nuevas necesidades de la liturgia o sencillamente a las recientes innovaciones en materia arquitectónica. La casa de Dios estaba en todas partes.

Asentados los cimientos del feudalismo, los pilares que sostenían la sociedad del cambio de milenio conformaban sin duda una estructura estable: el clero garantizaba la cultura y la fe, y se había extendido desde hacía un tiempo hasta los rincones geográficos más recónditos; la aristocracia laica, el brazo político y militar, pugnaba por el poder local a la vez que se invertía enormes esfuerzos en asegurarlo a través de una intrincada diplomacia que a menudo se desarrollaba en territorios distantes; y, por supuesto, el pueblo raso, verdadero sustento del progreso económico, seguía ganándose el pan con el sudor de su frente.

El paisaje del Pirineo aparece hoy plagado de restos románicos, testimonios que retrotraen a la pujanza y el deseo de renovación que ostentaban hace un milenio los condados e incipientes reinos cristianos del norte peninsular. Apenas hay poblaciones que no contengan vestigios de su arquitectura monumental, e incluso espacios hoy despoblados muestran todavía evidencias, más o menos arruinadas, de haber gozado de vida por aquel entonces. Casi como si de ediles romanos se tratara, los señores feudales ofrecían con satisfacción parte de sus ingresos para contribuir a la monumentalización del entorno bajo el estandarte de la fe, y con ello se erigían altos campanarios que señalaban hacia dónde había que mirar. Pero el románico también era cosa de orgullosas catedrales que se erguían en el mismísimo centro de los núcleos urbanos. Los obispos y la autoridad e influencia de sus cátedras sintetizan la esencia misma de una época en la que el poder de la Iglesia y el poder laico iban de la mano, garantizando un crecimiento económico que se plasmó en un notable aumento demográfico y en el poblamiento de los dominios rurales.

Restos románicos

Pero, lejos de la idea tradicional que tanto ha calado en el imaginario popular y que concebía el románico, por contraste con el gótico, como un arte algo pobre y oscuro, marcado por sus iglesias de techos no muy elevados, estrechas ventanas y aspecto frío, con la piedra desnuda y escasa ornamentación, la imagen que tenemos en la actualidad es bien distinta. Las investigaciones que se vienen realizando en las últimas décadas han comenzado a romper con este antiguo paradigma, que no se correspondía tanto a la realidad del paisaje feudal como a la percepción que la historiografía decimonónica tenía de este. No habría habido gótico sin un románico que lo precediera, y en realidad hubo más continuidad que ruptura. Las iglesias románicas estaban llenas de luz, y sus paredes lucían pintadas casi por completo con hermosos frescos que ensalzaban el esplendor de lo divino. Los presbiterios, la zona más sagrada, contaban con un mobiliario litúrgico acorde con las posibilidades de cada templo, en ocasiones más modesto, y en otras de auténtico lujo. Cálices, cruces, candelabros, lámparas, altares ornamentados, palanquines, o incluso estructuras mucho más complejas como el coro, colmaban los espacios bajo las bóvedas. Pero no solo destacaba la parte interior. Desde fuera, las paredes de las iglesias aparecían muchas veces dotadas de revestimientos que embellecían su imagen con acabados geométricos o vegetales pintados en rojo. También sus entradas se comenzaban a ornamentar, anunciando la llegada de los grandes portales monumentales del románico pleno.

Las muchas iglesias de occidente

Durante mucho tiempo se ha considerado que la Alta Edad Media era una época oscura, aunque siempre por contraste con otras consideradas más destacables, en especial las de época clásica o el Renacimiento (de ahí justamente la palabra, aludiendo al despertar tras un largo letargo). Como efecto de ello, en algunos territorios de la Europa occidental faltos de monumentos clásicos pero plagados de iglesias románicas, se intentó durante un tiempo no solo hacer recuperar al románico el prestigio perdido, sino también buscar peculiaridades locales o especificidades del territorio, contribuyendo, a veces sin querer y otras queriendo, a ensalzar ideas nacionalistas.

Para Saber más

«El románico en el Pirineo»

Desperta Ferro Arqueología e Historia

68 páginas

7 euros